Avance editorial (I) de MILENIO CARVALHO: RUMBO A KABUL
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Avance editorial aparecido en El País, Domingo, 3 / 8 / 2002
Como muestra de las diversas urdimbres de
Milenio, he escogido uno de los fragmentos del paso de
los protagonistas por Estambul, comprometidos con la salud
moral de un extraño biólogo ruso y judío, un joven sordo que
sólo quiere oír las canciones de Jim Morrison.
Digería Carvalho la respuesta cuando Biscuter señaló con un
ademán algo que estaba ocurriendo a sus espaldas. Se dio la
vuelta y en la puerta del zaguán estaba Malena, sola,
desobedeciendo la consigna de que las mujeres deben siempre ir
acompañadas o mejor no ir a aquel antro, pero no parecía la
misma rubia frágil interesada en explicar el fatalismo
autodestructivo de los pobladores de la Massada. Llevaba ropa
deportiva y avanzaba con inesperada decisión hacia ellos, con
el rostro hierático y los ojos graves. Apenas si aceptó la
sonriente invitación de Biscuter para que se explicara y a
cambio le explicarían su versión de lo sucedido.
-No hay mucho tiempo que perder. Samuel Sumbulovich corre
un grave riesgo.
La mujer atravesó con decisión, incluso mediante empujones,
la perezosa tropa de buscones y salieron a la calle para ganar
cuanto antes la garita policial. Como adosada a ella les
esperaba una furgoneta.
-¿Adónde vamos?
-Samuel nos necesita.
Biscuter se manifestó asombrado de lo rápidamente que
Sumbulovich había salido del edificio para ponerse en peligro.
En Estambul debía estar siempre muy cerca la amenaza. Mediante
gestos le expresó a Carvalho su sorpresa por tener que ir en
furgoneta a un lugar que debía estar al lado del almacén.
Estudiaba el itinerario y le dio la impresión de que daba
vueltas en tormo a un centro radial del que no se alejaban.
-Roda el món i torna al Born. Cuánto tiempo hace que
no hablamos catalán.
Con Biscuter nunca había hablado en catalán, pero ya estaba
sobre aviso y también él comprobó que apenas se habían alejado
unos metros del lugar de partida. Conducía un hombrón de
aspecto militarizado como la propia Malena sentada junto a él
y muy dedicada a observar a sus dos acompañantes por el espejo
retrovisor.
-Convendrá que sepan cómo ha ido todo. Samuel no hizo caso
del plan que habíamos acordado aquella noche en Jerusalem. Les
dejó a ustedes nada más entrar en Turquía, voló hasta Estambul
y entró en contacto con Irina, a la que supongo que ustedes ya
habrán identificado. En un mensaje enviado ayer les
recomendaba que dejaran correr el asunto. Gracias por todo lo
que han hecho y se acabó. Pero por lo visto no me expresé bien
y ahora se han asomado tanto a la realidad que no hay más
remedio que enseñársela del todo. Pues bien, Irina se
enterneció mucho cuando vio a Samuel, sin embargo se negó a
irse con él. Aquí es una puta, pero vive mejor que todas las
concertistas de su generación que empezaron su educación en la
infancia convencidas de que el Estado proveería y eso se
acabó. El mercado de las violinistas en la nueva Rusia o en
cualquiera de las demás repúblicas ex soviéticas está
saturado. Samuel no aceptó la decisión. Supone a Irina
prisionera de la mafia y no de sus deseos de vivir bien. Hace
apenas una hora les implicó a ustedes en un plan de secuestro
de Irina para llevarla a Grecia.
-Alto ahí. No ha hablado de secuestro. Él ha dado por
seguro que Irina se prestaría a esa huida en cuanto saliera
del burdel.
-Les ha engañado. Ahora vamos a poner todas las cartas
sobre la mesa y nadie podrá equivocarse si no es por gusto.
Desde un portal les hicieron una señal luminosa y el
conductor detuvo finalmente su merodeo. Estaba a oscuras y
solitaria la calzada, con policías, creyó ver a Carvalho en
las dos bocacalles que delimitaban el espacio en el que se
movían. Malena les precedió y el chófer completó el cuarteto
que avanzaba en fila india por un patio de lo que había sido
taller de algo, en el que se conservaban los esqueletos
férricos agredidos por los abandonos. Por una escalera
accedieron a un inmensa nave que achicaba las cinco o seis
presencias de los allí reunidos, dos evidentes matones
empeñados en pregonar su oficio a través de todo su sistema de
señales, Samuel, Irina vestida y dos dolicocéfalos bárbaros y
con lentes redondos de escasa montura que parecían diseñados
por los servicios de prospección del Mossad. Samuel respiró
aliviado cuando les vio aparecer.
-Malena. ¡Menos mal! Me han tendido una trampa y quieren
convertirme en un perdedor. Ayúdame. Tú puedes ayudarme.
Malena invitó a Carvalho y Biscuter a que abandonaran la
habitación.
-Déjenme un rato a solas con Samuel. Hay que aclarar
algunas dudas.
Les abrió camino el fornido chofer y en una estancia
adlátere encontraron a Irina con abrigo de piel y su violín
bajo un brazo. El abrigo y el violín parecían sus únicos
elementos de vestuario, se le había corrido el rímel, tal vez
por haber llorado, y hablaba para sí misma, como si estuviera
contándose la historia que estaba viviendo. Calló para
estudiar a sus dos nuevos acompañantes.
-¿Qué piensa hacer?
Aquel hombre que le hablaba en inglés le estaba proponiendo
una respuesta, en realidad no era una pregunta.
-¿Con respecto a qué?
-A Samuel, naturalmente.
-Pienso hacer lo que puedo hacer y sólo puedo quedarme
aquí. No he pasado por todo esto para escaparme por la ventana
en mi mejor momento. Samuel es un adolescente. Yo he dejado de
serlo hace tiempo.
-Estaríamos dispuestos a ayudarles.
-¿A qué?
-A escapar.
-¿De quién?
-De la mafia que les dirige.
Irina estaba irritada, se acercó a Carvalho y le escupió
más que le habló.
-De quien trato de escapar es de Samuel y todo lo que
representa. Detesto lo que representa.
-¿No le gustan a usted los biólogos?
-No me gustan los perdedores.
Malena entró en la habitación diríase que demudada y se
encaró con Carlvalho y Biscuter.
-Ustedes lo han complicado todo.
-Usted nos metió en esto. Yo no tenía vocación de salvador
de drogadictos de Jim Morrison.
Finalmente les dije que se apartaran y no me hicieron caso.
Dedicó un aparte la argentina a la muchacha del violín, que
emitió un sollozo interrumpido porque se había llevado
preventivamente la mano hasta la boca y llegó a tiempo de
asfixiar su angustia. Coincidió el gesto con el ruido de un
disparo en la habitación donde estaba Samuel y nada ni nadie
evitó que Carvalho corriera hasta allí para contemplar el
cuerpo del biólogo tendido en el suelo y una mancha de sangre
que se agrandaba bajo sus espaldas. Llevaba puestos los cascos
de psicópata melódico. Carvalho se inclinó sobre el cuerpo y
creyó percibir una sombra de musiquilla que salía por uno de
los audífonos mal ajustad a la oreja. Los cogió y comprobó que
todavía sonaban canciones, al menos una canción que era la
única grabada porque en cuanto terminó volvió a empezar. El
cadáver de Samuel estaba caliente y sus oídos habían escuchado
una canción de Jim Morrison una y otra vez. Como si todo su
horizonte sentimental se hubiera reducido a aquellas estrofas.
"Ella vive en la calle del amor. / Hace tiempo que está en
la calle del amor. Tiene casa y jardín, / me gustaría ver qué
pasa. / Tiene ropa y tiene monos. / Perezosos lacayos forrados
de diamantes. / Es lista y sabe qué hacer. / Me tiene y te
tiene. / Veo que vives en la calle del amor. / En ella está
esa tienda donde se reúnen las criaturas. / Me pregunto qué
hacen allí / un verano, un domingo y un año. / Supongo que me
gusta algo tan agradable".
Cuando se desentendió del mensaje dejó sobre el cadáver
todo el equipo de sonido que había formado parte del
equilibrio psicosomático del difunto Samuel Sumbulovich.
-Ha sido un accidente. Nadie quería dispararle, sino
devolverlo a Israel para que Irina tuviera la fiesta en paz.
Ha sonado a sus espaldas la voz en off de Malena y
cuando se vuelve la redescubre segura de sí misma, no
entristecida, como si la muerte de Samuel formara parte de la
agenda, de su agenda. Respaldando a su mujer dos matones con
aspecto de dedicarse a la lucha turca y Biscuter en un ángulo
de la habitación como tratando de desentenderse de lo que ha
ocurrido o de lo que puede ocurrir. Malena se acerca a
Carvalho, le pone una mano sobre el hombro.
-Lo siento.
Y al tiempo de oír estas palabras, alguien a sus espaldas
le ha dado un pinchazo hondo y desde esa hondura le sube el
escozor y una sensación de pérdida de conocimiento. Como un
vuelco del mundo. Su cuerpo en tierra.
Más cosas:
1)Artículo de Vázquez Montalbán sobre el libro. 2)Avance editorial del segundo volumen. 3)Primera reseña del libro, por Quim Aranda.
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