M.V.M.

Creado el
8/1/2001.


Más sobre El estrangulador:

1) Crítica de Miguel García-Posada

2) Crítica de Ángel Basanta

3) Crítica de María José Navarro

4) Otra crítica de Ramón Sánchez Lizarralde


Un juego arriesgado

RAMÓN SÁNCHEZ LIZARRALDE

El Urogallo, septiembre-octubre 1995


El fecundo autor catalán lleva ya tiempo ejerciendo la subversión en todos los territorios literarios que frecuenta, que no son pocos, empeñado en descifrar el momento histórico presente, con sus antecedentes, y en hallar las posibilidades de acción progresiva —o simplemente humana— que a los humanos les queden en este fin de milenio encanallado. Y a medida que camina por esta senda escasamente frecuentada, Vázquez Montalbán parece aguzar el filo de su pluma, apropiarse nuevos procedimientos y adquirir superior capacidad de penetración.
    Así, este estrangulador bostoniano o barcelonés —que «... no se trata de Boston, sino de toda la humanidad» y también la capital catalana está poblada de lobos— viene a ser una suerte de paradigma del hombre que ha dado en crear el siglo XX, o que tal vez siempre existió, «fruto de un clima de desesperanza individual y colectiva y de la impotencia para la utopía falsificadora o la ironía relativizadora». Ambiciosísima empresa, deberá advertirse, la de ensayar la novela del «postcomunismo», pero el autor consigue coronarla, con gran sorpresa para quien le sigue en ella, con éxito y soltura, proporcionando a sus abundantes lectores un regocijante ejercicio de lucidez crítica...
    Algo próximo al ensayo, a la propuesta especulativa, como se va viendo, es este libro de nuestro escritor; pero se trata ante todo de una novela, tan compleja como fue preciso para que diera cuenta da la complejidad de las relaciones de un individuo no lobotomizado con el conjunto de la sociedad, una novela con todas las de la ley, y además apasionante y divertida, naturalmente para quien no tema las aventuras intelectuales ni se parapete tras los viejos sacos terreros que dejara abandonados el liberalismo decimonónico, y en estos tiempos confusos pretende aprovechar la menos liberal de las ideologías.
    El estrangulador adolescente, arrogante narrador primero de esta historia, la propia, en el frenopático donde se encuentra recluido y le es negada su heroica condición, se rebela contra sus sabios cancerberos y despliega toda su extrema voluntad de transgresión, para lo que reedifica su vida entera de supuesto vengador de la individualidad y desmonta pieza a pieza, apropiándose sus jergas, los aparatos teóricos de quienes pretenden desactivarlo y reexpedirlo, ya vencido y desentrañado, a una sociedad en la que el sacrifico de lo singular es la condición inexcusable del orden general.
    Pero la práctica de la transgresión tiene límites, también en el manicomio, y la amenaza de la destrucción de su cerebro convencerá al díscolo, en su Retrato del estrangulador seriamente enfermo, de la conveniencia de hacer uso «del socialdemócrata que todos llevamos dentro» y someterse para sobrevivir, devolviendo el sosiego a los sacerdotes de la razón y de la ley al aceptar su miserable condición de fontanero-instalador empujado al parricidio por la locura... Nunca sabremos, así, cual de sus historias es más verídica, o si las dos son caras de una misma moneda, lanzada al aire por el orden social imperante. Cuándo finge y si finge que está fingiendo, si renuncia a su historia y a su orgullo para poder conservarlos, o bien la suya es la historia de un infeliz más que soñó un día con la libertad y la rebeldía para acabar volviendo a la dura realidad de que es un simple asesino que se finge loco para atenuar el rigor de su castigo... Todo es un juego, o así lo parece; tal vez, pero se trata en todo caso de jugar al desentrañamiento de las relaciones humanas, un juego en el que, de acuerdo con los riesgos que esté dispuesto a correr, cada cual es muy dueño de decidir lo lejos que quiere ir.
    Todo ello, contado con derroche de ingenio narrativo, profusamente salpicado de las referencias culturales y políticas que el estrangulador necesita y el autor le proporciona complacido, y aderezado con buenas dosis de gozoso espíritu burlón y agudo espíritu vindicativo, que no deja otro títere con cabeza que el que no se le ha antojado a Vázquez Montalbán sacar al escenario, junto a una buena porción de cosas más hacen de esta novela un texto importante, seguramente inclasificable, pero desde luego entre lo mejor y más logrado de su autor, para disfrute de sus lectores amigos y desesperación de sus cada vez más desconcertados enemigos.


Más sobre El estrangulador:

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4) Otra crítica de Ramón Sánchez Lizarralde