Creado el 11/3/98.
Más sobre Asesinato en el Comité Central:
1) Epílogo de Cristina Almeida
2) Epílogo de Santiago Carrillo
3) Epílogo de Gerardo Iglesias
4) Epílogo de Rafael Ribó
5) Epílogo de Ramón Tamames
6) Crítica de Javier Pradera
|
|
Vázquez Montalbán, Pepe Carvalho y el P.C.E.
JOAQUÍN MARCO
LA VANGUARDIA, LIBROS, 30 / 4 / 1981.
    Asesinato en el Comité Central, de Manuel Vázquez Montalbán, aporta algunas novedades al ciclo del investigador Pepe Carvalho que constituye una de las más curiosas experiencias policiacas de la literatura en lengua castellana. La estructura narrativa es la habitual no sólo en el ciclo, sino en el género. Se reclama a Pepe Carvalho para resolver un caso —en esta ocasión se trata de descubrir al asesino del secretario general del Partido Comunista de España—, el detective inicia sus averiguaciones, realiza sus contactos, es objeto de persecución y de violencia (los rasgos de «novela negra» son evidentes) y finalmente el caso se resuelve.
    Conviene decir también que aquí, como en tantas otras narraciones de la «serie negra», lo importante no es tanto descubrir al asesino, sino seguir al detective en su peripecia. Interesa más lo que «hace» Pepe Carvalho que lo que piensa. La novela es, pues, esencialmente acción. Dos novedades, sin embargo, conviene poner de relieve desde un principio. La acción transcurre en Madrid y no en Barcelona o en otra ciudad europea. El novelista nos ofrece, en consecuencia, el clima de un Madrid, contemplado desde la perspectiva de un periférico, el barcelonés Pepe Carvalho. Y Vázquez Montalbán consigue efectivamente ofrecer esta visión distanciada, crítica y en ocasiones manifiestamente injusta de un barcelonés que visita la Villa y Corte. Pero, además, la acción del relato se sitúa en el seno del Comité Central del Partido Comunista de España, un mundo cerrado, con leyes propias, con personajes que aparecen en clave (aunque el conocedor puede descifrar la identidad de los más destacados por los detalles que se le ofrecen). Conocida es también la militancia política del autor —hoy en el Comité ejecutivo del PSUC— lo que añade a la novela el interés de quien escribe sobre lo que conoce directamente, incluidas algunas diferencias de matiz que hoy interesan principalmente a algunos comentaristas políticos. Con ello se rompe también un tanto el secreto a voces de algunas posiciones y el misterio que acostumbra a rodear la vida interna de un partido de tanta tradición clandestina.
    En Asesinato en el Comité Central se mezclan, pues, dos géneros de raigambre popular, el policíaco y el de política-ficción, que el autor había ofrecido ya en su Yo maté a Kennedy. Al margen de la proyección gastronómica y anecdótica del detective Pepe Carvalho, personaje ya bien trabado, identificado y coherente dentro de la serie de Vázquez Montalbán, el novelista trata de ofrecernos el retrato de un medio bien conocido por él (las relaciones personales e ideológicas entre los militantes del PCE, entre la dirección y la base, en el seno de la base, de los militantes entre sí) acompañado de Carmela, que, como Virgilio para Dante, es capaz de abrir los infiernos (que desconoce) al desorientado Pepe Carvalho. Vázquez Montalbán muestra con eficiacia las nuevas y aparentes contradicciones de la estrenada democracia. Las mejores páginas de irónica penetración psicológica residen en la descripción de la relación entre Fonseca (antiguo jefe de la desaparecida Brigada de Investigación Social), las autoridades democráticas (en la ambigüedad) y el propio Carvalho (con ambiguas relaciones con el propio PCE, que es quien lo contrata). La aparición del inevitable jefe de la CIA es una mera caricatura, un esperpento. Y los enfrentamientos con los servicios secretos, el resultado de un planteamiento no muy alejado del «comic». Es bien conocida la atención del autor hacia las fórmulas de la llamada cultura de masas. La paliza a Pepe Carvalho es un remedo de La llave de cristal, de Dashiell Hammett. Pero todo ello son elementos que vienen a configurar un «puzzle» ambicioso.
    Dejando a un lado al detective (ya bien conocido), el desenlace y alguna de las claves; es decir, reducida la novela a su puro esqueleto, podemos comprobar que ésta se sostiene por el nivel estilístico y la profunda, soterrada ironía que la trasciende. El novelista parece enfrentarse a su mundo con una dolorida mueca. Hay un amargo sentido del humor, teñido de poesía y de sentimiento. Tales contradictorias actitudes para un racionalista marxista (Pepe Carvalho o Manuel Vázquez Montalbán) sirven para compartir la novela de pasatiempo en una meditación sobre la impotencia del poder o de la ambición (aunque éste sea el de una oposición) y la victoria de la muerte. De otra parte, a diferencia de la mayor parte de las novelas de mero pasatiempo, el lector descubrirá una especial atención hacia el estilo, entendiendo éste como una forma meramente narrativa («Caminó ávido de las últimas bellezas de un paisaje oscurecido hasta que la noche amontonó algodones negros sobre los horizontes de la serranía. Algo más que algodones. Una lluvia fina volvió a otoñizar definitivamente al aire y a poner urgencias de llamada en los luceríos movibles de la plaza de la Moncloa», p.136), como descripción o definición del personaje, en una línea feliz y claramente valleinclanesca («Cara de rana vieja, sabia y cansada la de Marcos Ordóñez, cara de vasco anarquizado la de Lecumberri, sonriente y vendedora de trastiendas la faz de Esparza Julve, la ironía como método de conocimiento en la sonrisa de Leveder, solidez agropecuaria en la cara de queso de Escapá Azancot...», p.182) o atención al diálogo de entonación popular («—No se puede ser tan macho. ¿Pero en qué país te crees que vives, Míster Universo? Ese hombre te ha tocado con respeto y en cambio tú le has insultado como lo que eres, un chulo asqueroso. / —Apártate de mi vista, espantapájaros. / —Bastorra, que eres una bastorra...», p.200). La naturalidad del estilo no implica falta de recursos, como hemos observado, sino al contrario, Vázquez Montalbán consigue en esta novela cotas mucho más altas de eficacia expresiva que en las anteriores, incluida Los mares del Sur, que le valió el Premio Planeta en 1979.
    La operación estilística viene en función de una voluntad de crónica de lo inmediato. La novela hispánica de los últimos años tiende a situar la acción en el pasado: los años cincuenta, los cuarenta, la guerra civil. El novelista aparece entonces ejercitando el oficio de historiador, aunque sus historias sean inmediatas. Vázquez Montalbán prefiere la crónica de raíz periodística, la inmediatez de la noticia y sus posibilidades de influir con su comentario. Asesinato en el Comité Central tiene en buena medida la efectividad de una crónica o reportaje sobre el comportamiento y la mentalidad de los diversos escalones que componen el aparato del Partido. Éste brota diseñado por un narrador comprometido, capaz de distanciarse, aunque incapaz de superar la nostalgia por el ideal. Su Pepe Carvalho no es evidentemente un trasunto del autor, aunque tenga mucho de él; aquél es un ex militante, un cínico, un irrecuperable, pero también un ser generoso, inteligente, audaz, poseedor de una especial sangre fría. Y ambos, criatura y autor, coinciden en muchas actitudes que el aficionado a la obra de Vázquez Montalbán descubrirá a través de su obra. Porque hay lazos de afinidad entre sus libros de poemas, de especulaciones más o menos teóricas, sus colaboraciones periodísticas y sus novelas de Pepe Carvalho. Todo ello se halla en función de la necesidad de expresión de un escritor bien definido. Como el lector habrá observado, nos hallamos en las antípodas de la novela policíaca como mera distracción. A menos que prefiramos tal opción y leamos Asesinato en el Comité Central como una mera novela de intriga, lo que también puede aunque no debe hacerse.
Más sobre Asesinato en el Comité Central:
1) Epílogo de Cristina Almeida
2) Epílogo de Santiago Carrillo
3) Epílogo de Gerardo Iglesias
4) Epílogo de Rafael Ribó
5) Epílogo de Ramón Tamames
6) Crítica de Javier Pradera
| |