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Un editor
En La bicicleta
de Leonardo encontramos una divertida descripción
de Marco Tropea, amigo y editor italiano del Taibo.
José Daniel Fierro, autor mexicano
de novela policíacas está siguiendo un partido de baloncesto
femenino en televisión. Se oye el toque del teléfono.
- Quui,
Tropea, menso. Io sono tu editore, pero si no tienis libro, ¿qui
jodidos edito? - dijo una voz conocida hablando en cocoliche, esa mezcla
de italiano y español que se había inventado en Argentina.
- Estoy
escribiéndolo, güey, ¿no sabes que no se puede presionar
a los escritores? Es pecado - le dijo José Daniel a su editor italiano.
- Tu sei
como Leonardo, no terminas niente, nada, nadita de niente - contestó
Tropea riendo.
Y pocas líneas después:
- Y de
qué es el tuo pinche libro?
- De basquetbolistas,
güey. ¿En México de qué va a escribir uno? Basquetbolistas
y de mi abuelo que era terrorista en Barcelona. En tiempos como estos hay
que reivindicarlo. En Barcelona andan pintando su plaza de rosa. Para celebrar
las olimpiadas, mano. Y ni era stalinista. Era anarquista, es más,
los estalinistas lo odiaban y hasta trataron de matarlo durante la guerra
de España, aunque les armó unos pedos... Pues eso. De basquetbolistas.
- ¿Tu
sei hablando en serio, manito? No vas a vender un solo copia di ese libro
de merda en Norteamérica. ¿Basquetbolistas y anarquistas?
Es inútil añadir que, además
de Leonardo da Vinci, entre los protagonistas de La
bicicleta de Leonardo, figuran jugadoras de baloncesto y
anarquistas.
Otro editor
En Sombras
en la sombra, aparece, al contrario, Silverio Cañada,
editor asturiano que publicó unos libros de Taibo II dedicados a
su tierra. Uno de los principales personajes de la novela, el periodista
de nota roja Pioquinto Manterola escribe un artículo sobre un acontecimiento
que tiene como protagonista Silverius Werner Cañada, domador hispano-alemán
en el Circo Krone, que se suicidó por amor de una trapecista.
Un traductor
Pino Cacucci, además de ser autor
de numerosos libros, es también amigo de Taibo y traductor de algunos
libros publicados en Italia. El escritor mejicano le dedica un cariñoso
homenaje en Que todo es imposible.
En la agencia de prensa en que Olga Lavanderos
trabaja como "asistente", es decir como cortacables,
Venía
un jefe de Italia a supervisar las cuentas y el muy pandejo y con nombre
estraño, un tal Pino Cacucci, por muy de Bolonia que fuera, se iba
a dar cuenta de que no se podían gastar en ese changarro doscientos
mil pesos en donas de chocolate al mes.
Olguita nos lo describe así:
El italiano tenía
cara de simpático, una barba rudimentaria, chamarra de cuero negro
y nada de corbata;
El encuentro con
la joven periodista, sin embargo, no es de los mejores:
El italiano me
miró fijamente y dijo sonriendo:
- Mamacita, ¿dónde
está santaclós?
Lo contemplé
desconcertada; añadí una mirada fiera a mi desconcierto,
pero no lograba bajarle la sonrisa pendeja. Insistió:
- Si como lo
meneas lo bates que bueno está el chocolate; y además: mamacita,
¿dónde está santaclós?
Lo miré
devolviendo la sonrisa y contesté:
- En casa de
tu rechingada madre, buscando niños pobres de espíritu, de
preferencia italianos, que abundan.
Cacucci manda un telegrama pidiendo disculpas
y se presenta después a la casa de Olguita. Pero ¿qué
pasó?
el italiano con
rostro compungido me dirigió una sonrisa triste. Traía traductora,
una gordita que había aprendido el idioma a causa de su amor por
la pintura renascentista.
- Dice el señor
Cacucci que quiere disculparse con usted, que todo ha sido un malentendido.
El italiano asintió.
Yo encendí un cigarillo esperando mejores explicaciones.
- Que unos amigos
mexicanos suyos, le dijeron que las palabras que usó con usted eran
fórmulas de cortesía de moda en la ciudad de México,
por gastarle una broma, una broma pesada y que él inconscientemente...
El italiano se
soltó una parrafada en su idioma.
- Dice el señor
Cacucci que se disculpa nuevamente, que por favor considere que en la oficina
se estima mucho su trabajo, que se le debe un aumento de sueldo, mismo
que se hará efectivo en cuanto se reincorpore; que lamenta lo sucedido.
Extendí
mi mano franca, por eso de "dale tu mano al indio, dale que te hará
bien".
- Dígale
al señor Cacucci que el incidente está olvidado, que si se
quiere tomar unas chelas, la casa invita.
Sí quería
y la traductora también, lo que demuestra que las apariencias engañan.
Un autorretrato
Sin embargo, Taibo no se limita a dar a
unos personages nombres o características de sus propios amigos.
En Algunas nubes irá
más allá:
El escritor pesaba
78 kilos y le fastidiaba bastante que lo llamaran gordo, quizá porque
no acababa de serlo. Midiendo menos de 1.70, con una buena mata de pelo
que tendía a caerle sobre un ojo y que constantemente se quitaba
de la frente; lentes dorados encima de una nariz larga que a su vez se
apoyaba en un bigote poblado pero sin disciplina. Cuando abrió la
puerta, tenía un vaso de cocacola en la mano y un cigarrillo en
la otra que tuvo que ponerse en la boca para saludar. Vaso y cigarrillo
rondaban eternamente a su alrededor como si fueran una extensión
de sus manos.
Si añadimos a todo esto que el
escritor vive en Ciudad de México, tiene una hija, trabaja en la
universidad, escribe novelas policíacas y se llama Paco Ignacio,
ya no cabe duda sobre su intención.
Pero, si alguien no estuviera completamente
convencido, añadimos que nuesto autor “en papel” nació, como
su inventor, el 11 de enero de 1949. Dicho en esta manera, puede parecer
una expresión narcisista, pero si leemos la novela, somprendemos
que la descripción está cargada e autoironía como
cuando, refiriéndo a la violencia, encrontamos este pasaje: No,
a mí sí me paraliza. Todo menos el culo. Me da chorrillo
- dijo el escritor muy orgulloso de su confesión -. Soy un mexicano
con miedo.
Divertissement n. 1
«Si en esta
ciudad no lloviera, hacía mucho que la habría abandonado»,
pensaba José Daniel Fierro pensando en que pensaba; porque había
ideas que eran trabajo, reutilizables pensamientos que formaban frases y
luego se iban por el camino de las teclas. Así empeza
la novela La Vida misma. En
la página siguiente el mismo José Daniel Fierro piensa que
los
principios de capítulo deberian ser contundentes, sólo un
escritor de segunda empezaría un capítulo con «Si en
esta ciudad no lloviera...».
Divertissement n. 2
Hay novelas que
se escriben para llevar la contraria. Ésta debe romper marcas.
Así empieza la nota previa a Sintiendo
que el campo de batalla..., su
primera novela (escrita en 1988) que tiene
por protagonista a Olga Lavanderos, de 23 años. Entre lo motivos
para llevar la contraria: alguien me había
comentado que yo nunca podría escribir un libro con una mujer en
el papel estelar. Bien, pues no sólo una mujer, me dije. Una mujer
que resultara toda ella una provocación. Y además, como yo
estaba por cumplir los 40, sería una joven.
Tres años después, el sesentayochero
Taibo II, que tenía cuarenta y dos años empieza a escribir
Que
todo es imposible, la segunda novela que tiene por protagonista
a Olga Lavanderos. En esta novela, escrita en primera persona, como la
precedente, nos revela Olga que ella también está escribiendo
una con protagonista masculino y veterano. Un
sesentayochero viejo. Testigo de los males del imperio. El reto era maravilloso,
escribir con voz masculina y de un tipo 20 años más grande
que yo.
Un error?
En Sintiendo
que el campo de batalla... Olguita busca un disco del pianista
negro Bill Evans. Pero Bill Evans no es un negro. ¿De
quién es el error? ¿De Taibo o de su personaje?
Amistad y novelas
En La vida
misma, José Daniel Fierro es nombrado jefe de la
Policía de Santa Ana. Cuando va a una librería para interrogar
su propietaria, José Damiel - que como cada escridor que merece
respeto es un lector voraz - no resiste a la tentación y sale con
47 libros y sin un peso en el bolsillo. Entre estos libros figura
Los
compañeros de Rolo Diez, recién salido de la imprenda,
una novela de la que le habían hablado en el D.F. sobre los últimos
años de locura argentina del ERP.
En Vladimir
Ilic contra los uniformados,
publicado
dos años más tarde, Rolo Diez restituye el homenaje a su
amigo:
A las cinco y
diez de la tarde el ómnibus de la empresa Pluma se pone en movimiento.
Gabi y el Responsable ocupan los asientos 19 y 20. El coche va lleno. Apenas
arrancan, un hombre de la empresa se dedica a juntar los documentos de
identidad y los va organizando con los papeles destinados a los registros
de migración que deben entregarse en la frontera. Gabi abre una
novela mexicana, inédita en Buenos Aires, que alguno de los compañeros
que viajan ha dejato en el departamento. La novela se llama Cosa fácil,
su autor es Paco Ignacio Taibo II y por su páginas discurren un
México alucinante, un Zapata redivivo, y un detective dotado de
una locura conocida, tan en off side, como los que han sido su entorno
en los últimos años. El Responsable se despide de la ciudad.
(Vladimir
Ilic contra los uniformados está publicado en España
por Ikusager Ediciones). |