M.V.M.

Creado el
12/10/2001.


Más cosas sobre Carvalho:

1) "Un cronista escéptico".
2) Su familia.
3) Los viajes.
4) La cocina.
5) Los restaurantes.


Raíces culturales en la serie Carvalho

QUIM ARANDA

Epílogo conmemorativo del 25º aniversario de Carvalho,
Edición de enero de 1997 de Tatuaje, Planeta


La novela Tatuaje —cuya primera edición apareció en noviembre de 1974— supuso la recuperación de un personaje que permanecía adormecido entre los cajones llenos de folios por publicar de Manuel Vázquez Montalbán; hacía ya un par de años que Pepe Carvalho estaba a la espera de que alguien le besara con mimo para que volviera a la vida. El asunto es que José Batlló, poeta, editor y amigo del autor, despertó a la bestia —con beso o sin él, extremo que no se ha dignado aclarar ni para esta edición conmemorativa del 25º aniversario— y para no decepcionar las expectativas que el obcecado editor había depositado en Vázquez Montalbán, éste se sacó de la manga en quince días o tres semanas —el dato tampoco está muy claro; en cualquier caso no deja de ser un tiempo récord para dar a luz una novela de doscientas páginas— a Pepe Carvalho.
    Algunos de los caracteres biográficos básicos del personaje ya quedaron perfectamente apuntados en la inopinada resurrección de Carvalho. Poco a poco, el autor dotó de más sentido y contenido a su personaje pero éste, reacio a la popularidad, poco comunicativo, un hombre que prefiere escuchar antes que hablar, no alcanzó las mieles ni la hieles de la fama hasta cinco años después.
    Como si estuviese en un imaginario laboratorio de mano del doctor Frankenstein, Manuel Vázquez Montalbán insufló vida y energía a Carvalho y tanto puso en el empeño que llegó a darle a su criatura aspectos monstruosos, contradictorios, en algunos casos difíciles de aceptar por los lectores, probablemente absortos ante un prodigio de la genética literaria que se avanzó a todas las ciencias; incluso mucho antes de que en los laboratorios de genética de la CIA reprodujesen mejillones de las rías gallegas en los mismos prados donde se han alimentado las vacas locas.
    De hecho, Manuel Vázquez Montalbán ha admitido en alguna ocasión el carácter monstruoso del personaje, incluso ha llegado a decir en un juicio imperdonable para con su criatura que «Carvalho es un personaje arbitrario, inverosímil, que carece de cualquier viso de realidad: un hombre culto que quema sus libros; un antiguo rojo pero también ex agente de la CIA». A pesar de lo que diga su creador, precisamente por muchas de estas razones Carvalho es un personaje real, tangible, que los lectores no han tenido demasiados problemas en hacer suyo y en compartir sus vivencias.
    La compleja verosimilitud de Carvalho, puesta en entredicho por su creador en Tatuaje, sufrió una nueva prueba de fuego ante el público lector —mucho más dura si cabe que la anterior— tres años después, en 1977. Ese fue el momento de la aparición de La soledad del manager, la tercera aventura de la serie Carvalho si se dan por buenas unas cuentas que comenzarían con Yo maté a Kennedy (Planeta, 1972).
    Si en Tatuaje Carvalho ya desvelaba un pasado como agente de la CIA, pasado que lo situaba, a mediados de los años 60, en una improbable oficina de la agencia en Amsterdam —improbable por inútil o poco relevante desde el punto de vista geoestratégico—, en La soledad del manager el pasado del detective se abría como un abanico y aparecía lleno de matices y colores. Sus datos biográficos se ampliaban remontándose así hasta la época de su militancia comunista: ex comunista y ex agente de la CIA todo en uno, una criatura difícil de crear y creer —aunque cada cosa encierre en ella misma su contrario— procedente del laboratorio montalbaniano.
    En Tatuaje, el tortuoso pasado de Pepe Carvalho apenas sale a la luz. En la novela de la resurrección del detective, la única referencia del autor a las anteriores fidelidades políticas de Carvalho hay que leerla entre líneas: «En su cerebro empezó a tejerse la vieja lógica de otros tiempos, la lógica que servía para unir causas y efectos del bien y del mal. Pero cuando esta lógica empezaba a hacerse exigente, una señal de alarma funcionaba en el cerebro de Carvalho y apartaba de sí las cavilaciones.» Ninguna referencia más. Ni partido político, ni militancia, ni compañero de viaje de comunistas perseguidos; nada de nada. Montalbán da noticia, sí, del período de reclusión de Carvalho en la cárcel de Aridel —léase Lérida— pero no especifica por qué fue a parar allí.
    El barrio y su infancia esbozados en Tatuaje cobraron mucha más importancia en La soledad del manager. En Los mares del Sur —novela con la que Manuel Vázquez Montalbán ganó el Premio Planeta 1979—, el autor ahondó en la infancia de Carvalho y desanduvo muchos años en su historia. Desde la aparición de Los mares del Sur, el seguidor de Carvalho ya no puede albergar demasiadas dudas sobre la existencia del detective dado su elevado grado de verosimilitud, quiéralo o no su autor, y el hecho es que muchos días se le puede ver almorzando en solitario en Casa Leopoldo.
    El detective tiene un pasado contradictorio que le pesa como una losa y que arrastra con él allá adonde va. Pepe Carvalho está ahora a la espera de la caprichosa muerte que un día u otro decretará el autor, y hasta entonces sólo desea que Vázquez Montalbán se apiade de él y le deje morir en compañía de una bella señorita que le atienda con mimos y le recoja sus heces mientras él satisface en silencio su instinto de voyeur.
    En las siguientes novelas de la serie —Asesinato en el Comité Central, Los pájaros de Bangkok, La Rosa de Alejandría, El Balneario, El delantero centro fue asesinado al atardecer, El laberinto griego y El premio— los rasgos biográficos de Carvalho se han ido ampliando, siguiendo una lógica interna coherente con los planteamientos iniciales de Manuel Vázquez Montalbán.
    Al margen de las obras citadas quedan Sabotaje olímpico, Roldán ni vivo ni muerto y Yo maté a Kennedy, tres novelas de corte experimental, tentativa a la que tampoco es ajena El premio. Los relatos, por su parte, probablemente mal conocidos por la mayoría de lectores aficionados a las aventuras de Pepe Carvalho, son fundamentales para puntear la cronología interna del detective. Algunos de ellos, Historias de padres e hijos, El hermano pequeño o Las cenizas de Laura, por ejemplo, son fundamentales para escribir Pepe Carvalho, una noticia biográfica, de aparición inminente.
    El pasado, pues, es un elemento consustancial a Carvalho y sin él, sin la biografía emocional e intelectual del detective, no se entenderían muchos de los comportamientos que ha tenido a lo largo de estos veinticinco años que el lector viene teniendo noticia de sus movimientos en la ciudad de Barcelona.
    Montalbán ha sido pionero en la recuperación de las señas populares de identidad de una clase social que sólo podía agarrarse a éstas en ausencia de otras "proteínas culturales" de mayor calado y pretensiones. La relectura que él ha hecho en algunos de sus ensayos de tales señas de identidad constituye un elemento de primer orden para comprender el carácter esencial de la educación recibida por muchos españoles que crecieron a la sombra y entre las sombras del franquismo. Muchos de los elementos y los fenómenos culturales o sociológicos que Montalbán analizó en Crónica sentimental de España, Cancionero general 1939-1971 o El libro gris de Televisión Española se hallan presentes, de una forma u otra, en las novelas de la serie Carvalho.
    No debe olvidarse que Pepe Carvalho es un intelectual que ha hecho apostasía de tal condición. Durante muchos años de su vida fue un lector voraz y la mayoría de los libros que ha quemado son textos que leyó en su etapa como universitario y como agente de la CIA.
    La broma cultural que representa la quema de libros tiene otras connotaciones, vinculadas la mayoría con la concepción mestiza de la cultura que sostiene el autor: el mestizaje cultural, fundamental tanto en Vázquez Montalbán como en Pepe Carvalho.
    Los desencadenantes y las explicaciones de Tatuaje, por ejemplo, descansan en una estrofa de Rafael de León perteneciente a la canción del mismo título. «Era hermoso y rubio como la cerveza / el pecho tatuado con un corazón / en su voz amarga había la tristeza / doliente y cansada del acordeón», versos de una canción oída en la infancia del autor y del detective que, en sólo unas pocas páginas de diferencia es capaz de sacar de las estanterías de su biblioteca España como problema, de Pedro Laín Entralgo, o rememorar la tonadilla que cantaba Concha Piquer y que el viejo Bromuro le trae a la memoria: «Carvalho recordó de pronto la canción. La tarareó, primero vacilando, después ya más seguro, con la ayuda de Bromuro. El limpiabotas la cantaba aflamencada y la canción era una tonadilla. Pero Carvalho le dejó cantar...»
    La canción —y la novela— encierra el mito del hombre esperado por la mujer, preferiblemente en un puerto, y en Los mares del Sur Carvalho vuelve a sacar el tema a colación y se lo recuerda a Ana Briongos —la amante en San Magín del constructor Carlos Stuart Pedrell—, a quien le dice: «Las mujeres nunca escarmientan. Aún siguen creyendo en el marino extranjero, alto y rubio como la cerveza.» Unas líneas más adelante, el mestizo y muy culto Pepe Carvalho parafrasea unos versos de Thomas S. Eliot y le dice a Briongos: «Nunca le dijo que abril era el mes más cruel? ¿Nunca le dijo que quería leer hasta entrada la noche y en invierno viajar hacia el sur?», palabras que evocan versos de La tierra baldía: «Abril es el mes más cruel: engendra / [...] Leo, casi toda la noche, y en invierno me marcho al Sur.»
    La cultura popular de Pepe Carvalho está vinculada a los años de su infancia y a los de su adolescencia y —aunque Manuel Vázquez Montalbán sólo apunta muy de vez en cuando qué influencias tuvo el detective en sus años de formación— el personaje recuerda canciones de Conchita Piquer, y también programas de la radio —Las aventuras del inspector Nicols, con Fernando Forga (La soledad del manager), Pepe Iglesias, el Zorro—, cómics de Doc Savage, Pete Rice y Bill Barnes, el justiciero del espacio, «constituido por un treinta por ciento del Pylon de Faulkner, otro treinta por ciento del Arcángel San Miguel y el cuarenta por ciento restante de John Wayne», según la disección molecular practicada por Montalbán en su laboratorio y que expuso en Crónica sentimental de España. Destacable resulta que el joven Carvalho no tuviese muy en cuenta cómics de tipo Roberto Alcázar y Pedrín, El guerrero del antifaz o Jabato, historietas sobre las cuales no hay referencias en la serie.
    El mestizaje cultural es constante en Carvalho, y la mezcla de unos y otros elementos es mucho más significativa que la presencia de éstos. En Los mares del Sur, por ejemplo, además de las referencias entre líneas a Eliot, de las referencias al Sur como paraíso perdido, como viaje utópico en busca de un lugar imposible donde huir de uno mismo, hay también referencias a Cernuda, a Baudelaire, a Lorca, pero también a Julio Verne y La isla misteriosa —lectura infantil de Carvalho—, o a John Le Carré. En muchas ocasiones, las referencias culturales que aparecen en la serie Carvalho son provocaciones del autor, que intenta restar verosimilitud al personaje al ponerlo ante el espejo de los grandes mitos y autores del género: Smiley, Spade, el propio Le Carré, Ambler, etcétera.
    El vínculo que da sentido a toda esa cultura popular carvalhiana —nunca opuesta sino complementaria a una cultura más elitista— es la memoria. Memoria que tanto le permite recordar esas viejas canciones —una de Los Panchos en Asesinato en el Comité Central— como identificar un paisaje asiático con unas páginas de Kipling probablemente leídas en su infancia (Los pájaros de Bangkok).
    Otro de los títulos de la serie que remite explícitamente a esa cultura popular carvalhiana es La Rosa de Alejandría, versión española del mito del doble comportamiento a través de una canción popular —obsesión que se repite a menudo a lo largo de la serie— y moderno tratado montalbaniano sobre la enfermedad de la esquizofrenia. Dicha novela contiene numerosas referencias y guiños culturales que dicen mucho del personaje y de su autor. Por ejemplo, Charo y Carvalho van al cine a ver la película Bajo el fuego. Desde su condición de persona iletrada, Charo quiere verla porque la protagoniza «el hermano pobre de la serie televisiva Hombre rico, hombre pobre». El diálogo que sigue entre el detective y su novia está cargado de ironía y de verdad, tanto desde la perspectiva del personaje real Pepe Carvalho como del autor Vázquez Montalbán:
    «La película era tan prosandinista que hasta Charo se dio cuenta.
    —Oye, los revolucionarios son los que quedan mejor. ¿A ti te gustaría que hubiera una revolución?
    Cuando Charo hacía estas preguntas se cogía del brazo de Carvalho y se le pegaba al cuerpo para evitar que siguiera andando. Le gustaba verle la cara cuando le pedía respuestas importantes.
    —La revolución, ¿dónde?
    —Aquí, en Barcelona.
    —Saldrían los tanques a la calle y pondrían la circulación imposible.
    —Vete a paseo. Te lo preguntaba en serio. Oye, qué bien está el Nolte y el Gene Hackman, pero el que más me ha gustado es Trintignan. A mí me gustaría que tú te parecieras a Trintignan. ¿Le recuerdas en Un hombre y una mujer?
    Y Charo se puso a tararear la melodía de la película con la suficiente fuerza como para que Carvalho mirara a derecha e izquierda por si le era obligado avergonzarse.»
    Montalbán confiesa —otra vez entre líneas— una de sus aspiraciones no cumplidas todavía: que Carvalho sea interpretado en el cine por el francés Jean-Louis Trintignan.
    La reivindicación de mestizaje cultural que Carvalho protagoniza a lo largo de la serie incorporará en su próxima aventura —cuyo título provisional es Carvalho en Buenos Aires— un nuevo elemento combinatorio, síntesis de numerosas tradiciones. A la herencia cultural carvalhiana se añadirá la lunfarda y el tango, imprescindible son que acompañará al detective en su recorrido austral. Y Borges. No podía faltar Jorge Luis Borges, autor del cual Carvalho quemó en su día La historia universal de la infamia.


Más cosas sobre Carvalho:

1) "Un cronista escéptico".
2) Su familia.
3) Los viajes.
4) La cocina.
5) Los restaurantes.