M.V.M.

Creado el
21/10/2001.


Más cosas sobre Carvalho:

1) "Un cronista escéptico".
2) Biografía.
3) Su familia.
4) La cocina.
5) Los restaurantes.


La vuelta al mundo de Pepe Carvalho

QUIM ARANDA

Epílogo conmemorativo del 25º aniversario de Carvalho,
Edición de 1997 de Los pájaros e Bangkok, Planeta


Bangkok es el destino más exótico que por ahora los seguidores de Pepe Carvalho le conocen, a la espera de que próximas aventuras abran nuevos mundos todavía no muy explorados ni explotados por las agencias de viajes especializadas en turistas japoneses. El detective viajó en octubre de 1982 a Thailandia persiguiendo el fantasma de una mujer, la vieja amiga Teresa Marsé, que quería perderse en los mares del Sur para encontrarse a sí misma, paradoja también masculina como demostraron Antonio Jaumá (La soledad del manager), Carlos Stuart Pedrell (Los mares del Sur) e incluso el propio Carvalho en los años 60, tras su marcha de España a Estados Unidos.
    Después de cumplir con unos supuestos e inaplazables deberes ciudadanos —sorprendentemente Pepe Carvalho votó por correo en octubre de 1982, aunque no es probable que él creyese en la consigna del cambio como sí hicieron diez millones de españoles—, embarcó rumbo al sur de Asia en un avión que más parecía un autocar de excursión de domingo con destino a Montserrat o al Escorial que un Jumbo 747 con atributos transcontinentales.
    No fue aquélla la primera vez que Carvalho iba al sur de Asia. Ni probablemente será la última, si cumple sus propósitos confesados durante una cena con su amigo y vecino Enric Fuster. En una fecha poco precisa —Montalbán y el detective se refieren a ella de forma vaga, aunque muy probablemente fuese a finales del año 1969 o comienzos de 1970, pocos meses antes de volver definitivamente a Barcelona—, Pepe Carvalho estaba moviéndose por el sur de Asia todavía por cuenta de la CIA. «[...] Estaba en Bangkok para ayudar a preparar la retaguardia de la presumiblemente perdida batalla del sudeste asiático [...]. En su ánimo, una intuición de despedida, de último servicio, que no quería clarificarse a sí mismo.» La consulta del historial de José Carvalho Tourón en la CIA no dejaría lugar a tantas especulaciones: el agente gallego operaba en el sudeste asiático como uno más de los miles de asesores civiles y militares que Estados Unidos había desembarcado en Thailandia en aquella época, en especial desde la intensificación de las acciones de las guerrillas comunistas con base en Camboya, acciones especialmente duras entre los años 1968 y 1970.
    Hacía pocos meses que Richard Nixon había anunciado la escalonada reducción de efectivos militares norteamericanos en el área pero, de hecho, la CIA mantenía una activa presencia en la zona a fin de detectar cualquier signo de infiltración o radicalización de la actividad guerrillera en Thailandia. Estados Unidos daba prácticamente por perdido Vietnam pero no Thailandia, a pesar del revés diplomático que sufrió Nixon quince meses más tarde, en noviembre de 1971, cuando el gobierno militar del país asiático le exigió la total retirada de las tropas acantonadas en el país. Carvalho cumplía en Thailandia funciones de espionaje, aunque no hubiera mucho que espiar o la información que obtuviese fuera apenas relevante para el curso de la guerra.
    Bangkok era la base de operaciones de muchos espías occidentales, y hasta allí volvió quince años después en un viaje absurdo en busca de Teresa Marsé.
    La vuelta a Thailandia —esos pájaros de Bangkok, los mismos en todos los cielos— fue para el detective un nuevo reencuentro con su pasado, tal y como le había sucedido en Amsterdam en 1974 (Tatuaje), en Madrid en 1980 (Asesinato en el Comité Central) o incluso como le sucede cada vez que sale de su casa y desciende las rampas del Tibidabo para ir a buscar refugio a su despacho de las Ramblas, el punto más cercano a la geografía de su infancia.

La etapa en la CIA

Pepe Carvalho ha recorrido prácticamente medio mundo por cuenta del Tío Sam. Durante los años 60 viajó de Norte a Sur y de Este a Oeste, y en muchas ocasiones se le pudo ver —aunque quizá sólo fuera un doble, o un sustituto, o una maniobra más de la Compañía para acrecentar la leyenda que acompañaba los movimientos de este falso agente gallego— en casi todos los puntos calientes del planeta. «Ninguna descripción de Carvalho coincide con la anterior y ya no queda ninguna esperanza de que pueda coincidir con la ulterior. En La Paz, tras el atentado contra Paz Estenssoro, Carvalho era un hombre alto, aquilino, muy moreno, de ojos magnéticos. En Siria, después de la última intentona del Baas, Carvalho es un oscuro, pequeño hombre calvo con lentes bifocales. En Kenya sería un tragasables rubio panocha. ¿Quién es Pepe Carvalho?» (Yo maté a Kennedy). En Bolivia estuvo entre 1963 y 1964, poco antes de la definitiva caída de Víctor Paz Estenssoro; en Siria, en 1963, tras el golpe del Baas y la instauración del régimen autocrático del general Hafez; en Kenya formó parte de una leyenda fomentada hasta el infinito, la de la supuesta actividad del presunto doble o triple agente Pepe Carvalho.
    Pocas certezas pueden apuntarse durante este agitado período en la vida de Carvalho. Después de su mancha de España a Estados Unidos y su ingreso en la CIA estuvo muy cerca de muchos de los hombres más destacados de la Administración Kennedy. Incluso es posible que llegase a estar demasiado cerca del mismísimo presidente, aunque su participación en el complot que acabó con la vida de JFK en Dallas en noviembre de 1963 nunca ha podido probarse, y Manuel Vázquez Montalbán tampoco se ha mostrado muy explícito sobre este extremo. Bien al contrario. Se sabe, por ejemplo, que antes del asesinato de Kennedy, Pepe Carvalho viajó a Argentina (El premio) —probablemente en 1962— junto a uno de los «cabezas de huevo» del presidente demócrata. Muy a su pesar, Carvalho pasó en Buenos Aires tan sólo unas pocas horas. No pudo satisfacer el deseo de ir a Corrientes porque su misión era velar por la seguridad de Dean Rusk, uno de los hombres de confianza de Kennedy. El secretario de Estado estadounidense estaba de visita de inspección al Cono Sur, antes de que se llamase Cono Sur, y se entrevistó con el todavía entonces presidente de la República, Arturo Frondizi. No hay fechas exactas del desplazamiento y resulta difícil precisarlas, pero es muy probable que el encuentro entre Rusk y el presidente argentino tuviese lugar pocos días antes del golpe militar que acabó con el mandato de Frondizi, depuesto en 1962 y posteriormente confinado en la isla de Martín García. ¿Tuvo algo que ver Carvalho en la acción desestabilizadora y en la asunción de la presidencia por parte de José María Guido? Misterio. Uno más que añadir a la vida del detective.
    La República Dominicana fue otro de los destinos del agente de la CIA Pepe Carvalho. El detective lo rememora mientras vuela de Barcelona a Madrid a bordo del Père Lachaise para asistir a la cena literaria que ofrece el magnate Lázaro Conesal (El premio): «Recondaba un viaje entre Santo Domingo y Sosúa en los tiempos en que estaba tratando de derrocar a Bosch en beneficio de Balaguer, a pesar de que había tratado fugazmente a Bosch en un congreso de rojos en el que le había infiltrado la CIA [...] lo derrocaron los americanos con la ayuda de Carvalho aunque él se negara a presenciar el momento estricto del derrocamiento: ojos que no ven corazón que no siente y al fin y al cabo la inteligencia de todo progresista latinoamericano se demuestra asumiendo que está condenado a pender.»
    Extraños escrúpulos los del agente Carvalho, que en el último instante no quiso contemplar el resultado de una obra bien hecha, su obra, quizá porque tenía la seguridad de que nada fallaría llegado el momento. Y el momento llegó en setiembre de 1963. Aunque ningún dato de las crónicas de Montalbán lo confirma, es prácticamente seguro que Carvalho, entonces muy familiarizado con la isla, volviese a la República Dominicana dos años después, poco antes de mayo de 1965, dentro del contingente especial que la CIA puso en marcha para preparar la invasión de las tropas norteamericanas en connivencia con los soldados que la OEA enviaba para tratar de legitimizar la acción ante sus propios ojos. La invasión, con o sin Carvalho, dio al traste con la experiencia revolucionaria de la presidencia del coronel Caamaño y aupó de nuevo al poder al dictador Joaquín Balaguer.
    En sus períodos de libranzas del servicio, Carvalho recorrió buena parte de Estados Unidos, con especial preferencia pon la Baja California y el Valle de la Muerte, haciendo también alguna escapadita a la Costa Este. Siempre que podía, Carvalho cruzaba el Río Grande. Incluso llegó a Venezuela, donde trabajó con «un compañero canario que quería montar un restaurante cuando se jubilara» (El barco fantasma, en Historias de fantasmas).
    Fue también en uno de aquellos viajes, en este caso desde Las Vegas a San Francisco —ciudad en la que fijó su domicilio más habitual— en el que conoció a Antonio Jaumá, el manager de la Petnay cuyo asesinato investigaría casi diez años después, cuando la imagen de Jaumá era sólo un vago recuerdo asociado a un avión de la Western Air Lines sobrevolando los profundos surcos de Zabriskie Point, una cena en el restaurante Aliotto de San Francisco y unas prostitutas de cincuenta dólares la noche probablemente desdentadas.
    Los años 60 fueron de gran actividad para todos los servicios secretos habidos y pon haber. La CIA tuvo un destacado papel en la guerra sucia y abierta del enfrentamiento Este-Oeste no sólo en Latinoamérica —donde la impunidad de la Compañía fue total y absoluta, con la única excepción de la isla de Cuba— y Asia; la batalla también se libraba en una Europa en la que se incubaba el síndrome de «mayo del 68», en plena guerra fría. Carvalho pasó dos años en Holanda como agente especial de seguridad en la capital, Amsterdam. Allí estableció su base de operaciones y desde Amsterdam viajó con más o menos frecuencia a Londres, Lisboa y Grecia, entre otras ciudades.
    Tampoco en este caso hay datos precisos —de nuevo sería muy útil la consulta del historial de Carvalho en la CIA si no hubiese sido destruido— pero bien pudiera ser que su presencia en Grecia —Vázquez Montalbán la rememora en El laberinto griego— estuviese relacionada con el golpe de los Coroneles. Desde que el rey Constantino obligó a dimitir al primen ministro Andreas Papandreu en julio de 1965, Grecia se debatía en permanente estado de agitación, con dimisiones de gobierno día sí, día también. Pasó entonces a ser uno de los países más tutelados por la CIA en Europa debido a su importancia simbólica y geoestratégica. El 21 de abril de 1967, cuando Constantino Kollias y los generales Spadidakis y Patakos formaron un gobierno militar, en Langley, base central de la CIA en Estados Unidos, nadie alteró su hora habitual del almuerzo tras notar y anotar la consumación de lo que ya se daba por hecho y necesario.
    Pero no siempre puede relacionanse a Carvalho con intentonas golpistas o acciones desestabilizadonas de la democracia. En algunos casos su misión simplemente era la de observador. De este tipo serían probablemente los encargos que justificarían sus habituales desplazamientos a Portugal. Durante su estancia en Europa no resulta desdeñable la hipótesis de que Carvalho viajase a menudo a Lisboa para mantener contactos con destacados miembros civiles y militares del régimen Salazarista y observar sobre el terreno el impacto en la metrópolis de las revueltas coloniales de Angola, Mozambique y Guinea.
    Tareas mucho más provechosas para el espíritu y el cuerpo llevaron a Carvalho desde su base de operaciones en Amsterdam hasta Dijon. Fue una de sus escapadas gastronómicas, en aquella ocasión para asistir a la fiesta del vino (Tatuaje). Años después, de vuelta en Barcelona, también prodigaría escapadas similares. A veces invitaba a Charo. Otras iba solo. Sus puntos de peregrinación iban desde Martinet de Cerdanya, para pasar el fin de semana en Can Boix, hasta El Rincón de Pepe, en Murcia, adonde llegó en un viaje relámpago en febrero de 1979 (La soledad del manager), o al Bierzo en busca de nuevas experiencias y vinos poco conocidos pero solventes.
    El sudeste asiático fue, como se ha visto, el último punto de esta primera y particular vuelta al mundo que Carvalho dio aprovechándose de las ventajas y los descuentos que en los años 60 ofrecía un carnet de la CIA en toda regla. El hotel Raffles de Singapur, en el 1-3 de Beach Road, fue un buen sitio para acabar de madurar la decisión de abandonar la Compañía, Singapur Sling va, Singapur Sling viene. Aquel «cóctel asiático seguramente inventado pon un inglés» y un sinfín de recuerdos literarios pendiendo de las paredes de las habitaciones de Kipling (107), Conrad (119), Hesse (112), Malraux (116) y Maugham (120), entre otros, pusieron en el ánimo de Carvalho la voluntad que le hacía falta para decir adiós a la CIA. Como Conrad —como Nathalie de Saint-Phalle—, quizá Carvalho se preguntó en el Raffles «sobre la verdad última de los viajes», despreocupado ya de «vanas especulaciones sobre el futuro de las naciones». Un Carvalho preocupado sólo por su subsistencia emprendía regreso a San Francisco, una nueva escala antes de volver a Barcelona.

Los viajes de la infancia

A mediados de los años 80, durante la investigación sobre la muerte del aspirante a campeón y boxeador fracasado Young Serra (Desde los tejados, en Historias de padres e hijos), Carvalho explicaba a Pedro Porta, un tendero del barrio Chino conocido de su infancia que le encargó el caso, que «por esos mundos nunca he visto tantas cosas como cuando subía a los terrados de estas casas y tenía a mi disposición la vida privada de todos nosotros. El horizonte más lejano era Montjuïc o el mar o el Tibidabo».
    El Carvalho adolescente intuía que el mundo se reducía a poco más que los límites del barrio de su infancia, y de ahí tanta querencia por él, una querencia irremediable y mortificadora.
    El barrio Chino fue el primer espacio conocido por Carvalho, y vencer sus murallas interiores y exteriores supuso el primen gran viaje del muchacho, viaje que hizo en dos etapas: primera, a mediados de los años 40, siguiendo el estricto y duro guión que fijaba la posguerra; segunda, a mediados de los años 50, cuando le llegó a Carvalho la hora del ingreso en la universidad franquista.
    De niño, unas veces en compañía de su padre, otras de su madre, Carvalho rompía las murallas del barrio que formaban las Rondas y las Ramblas. Nunca o casi nunca fueron paseos de placer. Eran recorridos pon una ciudad prácticamente extraña, muy diferente a la que conocía, en busca de pan de centeno: «El recuerdo era una ruta seguida con su madre en los años 40. Salían —cuenta Vázquez Montalbán— de la ciudad, unas veces hacia el sur, otras hacia el norte, en busca de casas de campo donde el mercado negro contemplaba los rutinarios y escasos alimentos en la cartilla de racionamiento. Hacia el norte, entre huertos y barracas de agricultores de oficio o de domingo...» (El delantero centro fue asesinado al atardecer).
    También fueron trayectos en tren hasta Vallvidrena en compañía de su padre, don Evaristo, con el único objetivo de ver un árbol público durante una hora mucho antes de que el joven Carvalho imaginase que algún día viviría entre aquellas arboledas. A sus pies, una ciudad en expansión convertida en cuadrícula imperfecta y desordenada, y en su mente el deseo de mirarla con calma, de observarla desde arriba, de respirar más allá de su barrio.
    De vez en cuando, también eran paseos hasta Montjuïc, entonces con otra perspectiva, con otros impulsos: «Cada paisaje urbano a su tiempo y Pueblo Seco estaba ligado en su recuerdo a recorridos de domingo o de sábado en busca de la zona verde de Montjuïc donde comerse la tortilla de patatas familiar. Y antes de emprender el ascenso, la obligada parada ante las cuadras de la calle Radas y por entre los listones de madera excitar a las vacas calmas para que mugieran» (De lo que pudo haber sido y no fue, en Tres historias de amor).
    Otros animales de infancia asoman también a la retina del detective. De vez en cuando se perfilan en el fondo de sus ojos instantáneas de algún verano pasado en Montcada, en la casa del cabrero amigo de su padre, o de los veranos en Galicia, en Souto, cerca de San Juan de Muro y Sarria. Veranos de viajes interminables en trenes dantescos tirados por aquellas máquinas Santa Fe que respiraban con dificultad de asmático o tuberculoso. Barcelona-Monforte de Lemos. De allí, hasta la aldea. Y de nuevo el olor y el «morro de las vacas asomadas desde la cuadra al comedor familiar» (Tatuaje).
    A mediados de los años 50, los de Carvalho eran ya viajes de salto social con voluntad de permanencia, viajes de descubridor, vencidas definitivamente las murallas que le confinaban en su barrio. Esa era la sensación todavía culpable que experimentaba años después al hacer memoria de aquella época: «Recuperar el metro fue recuperar la sensación de joven fugitivo que contempla con menosprecio la ganadería vencida, mientras él utiliza el metro como un instrumento para llegar al esplendor en la hierba y la promoción [...]. Recordaba la conciencia de su propia singularidad y excelencia rechazando la náusea que parecía envolver la mediocre vida de los viajeros. Los veía como molestos compañeros de un viaje que para él era de ida y para ellos de vuelta» (Los mares del sur).
    Entre las escapadas de aquellos años, una constituyó un hito para Pepe Carvalho y para otros compañeros de quinta política y universitaria. Quizá comenzara así el principio del fin de su actividad como militante comunista. Un curso de formación política se convirtió con el tiempo en la primera piedra para una apostasía, anunciada ya a principios de 1956 cuando Carvalho se avanzó a Jruschov y al partido en la formulación de las críticas al estalinismo materializadas durante el XX Congreso del PCUS en febrero de aquel mismo año (Asesinato en el Comité Central).
    Agosto de 1956. Pepe Carvalho, adolescente todavía pero obligado a entrar a empellones en la edad adulta, visitó con un grupo de compañeros una escuela de formación de cuadros del Partido Comunista de España a orillas del Marne. Fue la primera salida de Carvalho de España, y después de la agitación y el ajetreo del viaje debió de quedarle en el alma una cierta extrañeza y confusión al comprobar que había cambiado por unos pocos días la rigidez asfixiante del franquismo pon la rigidez igualmente asfixiante del antifranquismo. Demasiada responsabilidad para tanta juventud, obligada a cambiar el curso de su propia historia.
    Madrid, el Mar Menor, Formentor, Port Lligat o Andalucía —siguiendo la estela de ilustres viajeros en busca del duende del Sur— fueron otros de los horizontes que buscó el joven Carvalho en los años 50 y en los primeros de los 60 antes de marchar a Estados Unidos. En 1959 incluso vivió una temporada en Madrid, una ciudad que a su regreso, más de veinte años después, en octubre de 1980 (Asesinato en el Comité Central), era un recuerdo asociado únicamente a la cocina y al paladar:
    «—[...] Madrid no es lo que era.
    —¿En 1936?     —No. En 1959, cuando viví allí. Las gambas de la Casa del Abuelo, por ejemplo. Excelentes y a precios de risa. Búsquelas usted ahora.»

Viajes profesionales

La primera noticia que los lectores tuvieron de la vuelta de Carvalho a España data de 1974. Vázquez Montalbán retrató en Tatuaje —segunda aventura de la serie del detective— a un Pepe Carvalho entrado ya en la treintena e instalado en su hasta hoy centro habitual de operaciones: el despacho de las Ramblas de Barcelona. La etapa de la CIA ha quedado atrás pero Carvalho sabe que un agente nunca está de paso en la Compañía aunque se retire totalmente del servicio. En su caso, además, dando portazos.
    Un asunto en apariencia de poca monta —la investigación sobre la identidad de un cadáver tatuado que apareció en la playa de Vilassar de Mar— lleva al detective de regreso a Holanda. Un nuevo salto atrás en el tiempo como le sucede siempre a Carvalho, imposibilitado también para librarse de su pasado aunque pone la vida en el empeño. Carvalho se reencontnó con viejos colegas de la CIA en Amsterdam, donde durante dos años —presumiblemente entre 1966 y 1968— actuó como especialista en seguridad. Amsterdam y La Haya, como Madrid en su día, son un reclamo gastronómico para Carvalho. El nombre de un hotel, el Schiller. El sabor de un restaurante, The House of the Lords.
    La vuelta a Barcelona supuso un cambio radical en el modo de vida del detective. Se acabó el ir constantemente de aquí para allá. Carvalho se convirtió prácticamente en un sedentario. Mucho menos trasiego, muchos menos viajes. Pero antes de poner fin a esta etapa, el detective se dio una última recompensa.
    De vuelta en Europa, tras enterrar a su padre como acto final de un agotador viaje desde San Francisco, después de quemar un álbum familiar de fotos perteneciente a tres generaciones, después de decidirse por el trabajo de detective y de arrinconar en el olvido a Laura Buscató, Carvalho viajó a Córcega.
    Casi con toda seguridad fue en 1970, aunque Manuel Vázquez Montalbán no lo precisa. También Córcega es un recuerdo placentero de licor de castañas olvidado hacía mucho tiempo en el interior de una botella de cerámica: «Las carreteras de Córcega están llenas de cerdos oscuros. Parecen salvajes, pero al atardecer vuelven a casa hartos de castañas. Estuve allí hace demasiados años. Cuando quise despedirme de mi libertad de viajar. Un día volveré. He de empezar a seleccionar los lugares adonde quiero volver», le confesó Carvalho a Fuster veinte años después, durante una de sus cenas en Vallvidrera, en octubre de 1990 (El laberinto griego).
    Además del absurdo viaje a Bangkok ya referido, otro de los desplazamientos más exóticos del detective tuvo lugar durante los primeros días del año 1984. Carvalho buscaba indicios que le pudieran aportar datos sobre el asesinato de Encarnación Abellán (La rosa de Alejandría). El detective acabó en un escenario sorprendente, desconocido, inapropiado para un entorno tan poca cosa como era aquél, el nacimiento del río Mundo, en la provincia de Albacete. «Es como si el paisaje se hubiera inspirado en Calderón. Un río que se llama Mundo.» Paradoja definitiva de un viaje a priori poco prometedor que acaba por revelar al detective escenarios sorprendentes: «Era imposible no escuchar el canto propicio del centro de la tierra enviando a la superficie sus aguas preferidas para formar un río que nadie sabía ni cómo ni por qué, pero se llamaba Mundo, había adquirido la responsabilidad de llamarse Mundo en un rincón de la sierra de Albacete.» Viaje a Albacete que consolida la aseveración carvalhiana de que los paisajes más exóticos y más ricos son a menudo los más próximos.»
    El destino más habitual de Carvalho fuera de Barcelona durante su carrera como detective ha sido Madrid. Se desplazó pon primera vez en octubre de 1980. El PCE le confió la investigación paralela de la muerte de su secretario general, Fernando Garrido, encargo muy mal digerido aún hoy por muchos de los máximos dirigentes comunistas de la época, que quisieron ver en la investigación de Carvalho una burla del destino y una irónica advertencia del veterano apóstata.
    Años después, en los días previos al referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, en marzo de 1986, Carvalho investigó en Madrid el asesinato del realizador de Televisión Española Arturo Araquistain (Asesinato en Prado del Rey y otras historias sórdidas). En ese intervalo de seis años, el detective fue una más de las muchas víctimas del puente aéreo, y hasta Madrid siguió en viaje relámpago de ida y vuelta a un joven implicado en el caso del asesinato de Montse Gispert (Jordi Anfruns, sociólogo sexual, en Asesinato en Prado del Rey y otras historias sórdidas). Por ahora, los dos últimos desplazamientos de Carvalho a Madrid tuvieron lugar en 1994 (Roldán ni vivo ni muerto) y 1995 (El premio). El primero, un viaje a la capital de las cloacas del Estado con parada surrealista en Damasco; el segundo, desplazamiento con todas las comodidades posibles —nada que ver con aquel trayecto en tren a finales de los años 50— por cuenta del magnate Lázaro Conesal.
    El Valle del Sangre en el Sur de España en 1985 (El Balneario); Santa Cruz de Tenerife y Lanzarote (El barco fantasma) probablemente el mismo año; un pueblecito inexistente peno muy parecido a cualquier otro de Ciudad Real (La Guerra Civil no ha terminado); Marbella o Ceuta (Buscando a Sherezade) han sido otros de los destinos profesionales de Carvalho a lo largo de sus 25 años como detective.
    En la primavera de 1990 Carvalho se concedió un respiro a sí mismo y, dejándose llevar por la mala conciencia y el sentimentalismo, dio una alegría a Charo. La pareja se fue a París durante una semana como si la ciudad fuese el único lugar inocente en el que curan las heridas de veinte años de relación. Charo se lo volvió a agradecer en carta de despedida poco tiempo después (El laberinto griego). En su esquizofrenia, casi en el límite del mal gusto, Carvalho se instaló con Charo en el Lutétia, en el bulevar Raspail, en uno de los corazones de la rive gauche. Los fantasmas de Gide, Rilke, Joyce, Cohen, Beckett, libros y más libros por quemar a su vuelta a Barcelona, los acompañaron durante buena parte de aquel viaje. Carvalho dejaba hablar a Charo y de vez en cuando la ilustraba sobre este o aquel rincón de la ciudad: la place de la Contrescarpe, la rue Poulletier, la nue des Francs Bourgeois, comentarios sin pretensiones de guía turístico que la muchacha acogía con entusiasmo. París, visita inevitable a la Tour d'Argent, ausencia injustificable a la meca de la cocina de Joël Robochon.

Un futuro anunciado

El futuro del detective está prácticamente anunciado. Montalbán no teme la competencia de nuevas agencias Pinkerton con más posibilidades y habitualmente avanza los próximos pasos de su personaje obligándose y obligándole a darlos aunque no quiera. Un encargo de un pariente le reclama desde hace tiempo en Buenos Aires. La búsqueda de un «desaparecido residual, voluntario», que probablemente servirá a Carvalho para intentar rehacer un mundo parecido al que se le ha hundido en Barcelona.
    Y todavía en la frontera del nuevo milenio, un nuevo viaje a la búsqueda de si mismo. La verdadera vuelta al mundo de Carvalho, programada como una lucha desesperada contra el tiempo que le agota. Un viaje que promete ser un mirar atrás, el balance de una vida. Carvalho, como Phileas Fogg en su legendaria marcha de ochenta días alrededor de la tierra, iniciará con Biscuter —y quizá con Charo— un recorrido que podría ser la historia de un definitivo regreso a su infancia. «La figura cíclica de un tiempo y de un espacio cerrados sobre sí mismos» también para Carvalho, siempre «de paso entre la infancia y la vejez de un destino personal e intransferible, de una vida que nadie viviría por él, ni más, ni menos, ni mejor ni peor».
    Como Fogg, quizá el detective alcance la felicidad al final de su vuelta al mundo, aunque difícilmente se llame Aouda.


Más cosas sobre Carvalho:

1) "Un cronista escéptico".
2) Biografía.
3) Su familia.
4) La cocina.
5) Los restaurantes.