Creado el Más cosas: |
Introducción a |
Pero en todo lo demás, la reacción de Bohigas me parece natural. El descubrimiento de las huellas subculturales fue mixtificado por el campismo y en lugar de servir para la historificación del gusto popular, sirvió para generar una seudo-estética snob, ya plenamente gastada. Creo que afortunadamente gastada. Ahora ya podremos volver a esas huellas subculturales con talante de arqueólogos o antropólogos, no con talante de pisaverdes de pequeño salón, enfants gatés dispuestos a épater le bourgeois o épater le marxiste. Las bruscas luminarias del campismo arrojadas sobre las canciones de Machín o los cómics o el peor cine de consumo, nos han servido para descubrir algo más que obsolescencias gratuitamente recuperadas, como los bargueños en el seno de una decoración funcional o espacial. Nos han servido para descubrir la existencia de un gusto popular, su propia dinámica, su propia lógica interna.
    Todo hecho cultural se produce en un punto de la tensión necesidad-satisfacción. Ninguno es gratuito. Las lecturas, los dogmas, las costumbres, la educación visual han sido satisfacciones a necesidades creadas por la lucha histórica del hombre para aprehender y modificar la realidad. La degustación de una pieza literaria o de una pieza plástica es un ejercicio de coparticipación en su creación. Hay dos sujetos creadores de la obra de arte: el autor y su degustador. Esa coparticipación está condicionada por la relación necesidad-satisfacción a la que aludía.     Es más. |
    La subcultura no tiene por qué pedir perdón por su impotencia frente al poder, su lenguaje degradado o su manipulación tan brutalmente mercantil. Es, a pesar de todo esto, testimonio de una época, es belleza convencional y es una satisfacción consumida por las masas en respuesta a una necesidad. A partir de estos tres vínculos es posible un acercamiento no camp a cualquiera de los géneros subculturales. Sería absurdo intentar decir que las canciones de Rafael de León son como las novelas de Flaubert. Pero me parece muy sensato admitir que fueron más útiles al pueblo español de los años cuarenta que las novelas de Flaubert, fundamentalmente porque la organización vital y cultural de las masas en el siglo XX queda más al nivel de Rafael de León o los Beatles (son meros ejemplos) que de Flaubert o William Borroughs.
    No es preciso recurrir a la utopía escatológica de la muerte de la cultura escrita y su sustitución por una cultura audiovisual. Pero es indudable que la subcultura de nuestra era, con un tremendo poder uniformador condicionado por los mass media, no va a pasar y desaparecer como una peripecia vesánica de la etapa agónica del capitalismo en su fase imperialista. Ya tiene cincuenta años de tradición histórica (desde la aparición de la radio en los años veinte, los primeros ensayos de televisión, el desarrollo del periodismo "divertimento" ilustrado, el inicio del consumo masivo de la subliteratura), ya ha creado una tradición, un gusto, ya ha empezado a influir sobre la Cultura con mayúscula. El estilo de cualquier narrador literario actual debe tanto a la tradición cultural literaria como a las películas y tebeos que leyó en su infancia. Ya empiezan a circular y operar por el mundo cuatro o cinco generaciones afectadas en su educación por los mass media y la subcultura. Es posible que Oriol Bohigas fuese educado en su infancia a los acordes de la Sinfonía Pastoral, pero empieza a andar mucha gente por el terreno de la cultura que se formó al arrullo de la Noche triste de Machín o el María Cristina me quiere gobernar, y será inevitable que dentro de diez años las universidades, los colegios de arquitectos, los cenáculos y catacumbas se llenen de protagonistas amamantados al compás de Qué noche la de aquel día y educados en la perspectiva por los recorridos de la silla de ruedas del jefe Ironside. Canción, Pueblo e Historia    De todas las formas subculturales es la canción la que mejor abastece hoy la necesidad subcultural de las masas: es un comunicado rítmico interpretado por un personaje susceptible de convertirse en imagen-símbolo. La canción es un medio de comunicación prácticamente audiovisual, puesto que rara vez una canción se desliga de su intérprete. La canción ha cumplido históricamente un papel estrechamente relacionado con el erotismo, debido a su condicionante fundamental: la danza. Ha jugado un papel fundamental en el nacimiento de todas las lenguas literarias y de todos los géneros. Aunque sea una simplificación excesiva, podríamos decir que de la canción lírica nace la poesía, del romance y la canción de gesta la novela, y de determinado tipo de canciones argumentales y dramáticas, el teatro. |
    La situación fue radicalmente conmocionada por el impacto de los mass media. La canción espectáculo se propagó y memorizó por métodos prácticamente inalterados entre el Siglo de Oro y la década de los años veinte. Todavía en los años cuarenta, la insuficiente electrificación de España propiciaba la existencia del vocalista que cantaba por calles y plazas, no sólo de pueblos sino incluso de ciudades, las novedades de los cancioneros reproductores de las canciones de espectáculos de moda.     No existe una intrahistoria de la subcultura desligada de la historia total y ningún género subcultural tiene una lógica interna independiente de la lógica subcultural general y de la lógica histórica condicionante. La historia de España en la posguerra se divide en dos períodos fundamentales: el autárquico y el de normalización neocapitalista. La subcultura española responde exactamente a esa división y cualquier género subcultural no escapa a estas calificaciones. |
    1.º Es un medio de comunicación y por lo tanto el poder del momento tiende a cargarlo de positividad para con las verdades establecidas en cada época y situación. Clarificación sobre este cancionero    Las claves de mi clasificación del cancionero son muy simples. Ante todo clasifico una época como es la de los años cuarenta (época que engloba realmente unos quince años, 1939-1954), en que la subcultura canora está muy condicionada por la etapa autárquica de la organización político-económico-social de España. Esa etapa se caracteriza por el intento de creación de una canción nacional, melódica y temáticamente condicionada por una determinada idea de la peculiaridad española. Es una canción andalucista en la imaginería, la melodía y la pronunciación, vinculada a una España agrícola y provinciana. Tiene por lo tanto frecuentes conexiones con la lírica tradicional. Incorpora aires y estrofas de la misma, está formalmente muy influida por el andalucismo de los poetas del 27, especialmente por García Lorca y tiene en Antonio Quintero y sobre todo en Rafael de León a sus más inspirados letristas. |
    La tercera tendencia privativa en los heterodoxos "años cuarenta" a los que me refiero es la de la canción de testimonio, en la que yo englobo desde la canción voluntariamente-testimonio (Es tarde de fútbol, Busco piso, El gasógeno, El topolino) hasta la que dentro del reino del nonsense servía de testimonio por su enloquecida irracionalidad (Tengo una vaca lechera).     La valoración testimonial que concedo a estas canciones comprendo que pueda ser motivo de polémica; pero se mueve. Las huellas de los ángeles y de los criminales suelen ser sigilosas y sólo la arcilla blanda las denuncia. La arcilla blanda de la sentimentalidad popular es un desván precioso donde quedaron grabados los zarpazos y los besos, las buenas y las malas intenciones. Entiendo por canción testimonial la que puede ser utilizada como referencia de los contenidos de una época, bien porque sea intencionalmente una descripción de algo identificable con la época (objetos y temas = el gasógeno y la vivienda), bien porque inconscientemente nos informe sobre un tono o un temple comunitario, o bien porque sea la expresión misma del escapismo frente a la realidad (Tengo una vaca lechera = símbolo de abundancia en época de racionamiento y estraperlo). Este tercer tipo de referencia testimonial ha sido insuficiente o deformadamente aceptado, y estas precariedades cabe atribuirlas a un análisis crítico insuficiente o deformadamente dialéctico de la relación autor-hecho cultural-público.     Determinada crítica ideológica condena este tipo de referencia testimonial por la no intencionalidad de su autor o lo aprecia por la intencionalidad de su autor, partiendo del hecho de que el autor es el creador-oferente del hecho cultural y sin percibir que el valor final de la referencia se halla precisamente en el creador-demandante, el público. Es el público el que da el último sentido a una obra y engullir enloquecidamente productos como Tengo una vaca lechera es tanto o más revelador que un informe científico sobre la carestía en los años cuarenta. De la misma manera que sorber la amargura surrealista de No te mires en el río es tanto o más revelador que cualquier estudio sobre determinados sentimientos coyunturales de absurdo y pesimismo.     Con todo, la tendencia más digna de estudio, por lo que tenía de programática (y tan identificada, sin embargo, a distintos niveles, con el temple del pueblo), era la de la canción nacional, mejor llamada nacionalista. La canción nacional y nacionalista    En toda la historia subcultural española propiamente dicha, historia del siglo XX, no hay un hecho tan coherente y realizado, casi con una biología cumplida, como la canción nacional. Si bien es cierto que su irresistible ascensión comienza en el clima cultural y subcultural de los últimos años veinte y de los años treinta, sus connotaciones definitivas las alcanzaría como consecuencia del orden histórico de los años cuarenta. |
    La selección de las especies ha construido una pirámide de poetas que puede tener en la cúspide a García Lorca y Alberti, pero que tiene una amplia base de poetas menores de los que salieron los letristas que luego hicieron posible el pleno desarrollo de la canción nacional: Antonio Quintero, Valerio y sobre todo Rafael de León. En la historia de estos letristas se aprecia su vinculación adolescente y juvenil al garcíalorquismo y la maduración en los años cuarenta, casi todos solidarios con el orden político establecido.     Lo que en Lorca y en los poetas del 27 era casi "campismo" hacia la tonadilla escénica y real retorno a las fuentes en la adoración por la lírica tradicional y el cante hondo, en sus herederos subculturales va a convertirse en una tecnología al servicio de una tipología de canción de consumo, perfectamente sublimada sobre las condiciones objetivas que el país ofrecía en el amanecer de 1939. La autarquía imperante se basaba en una búsqueda de la peculiaridad española, de todo lo que nos impedía ser como las naciones democráticas o como las naciones totalitario-marxistas. Esta peculiaridad se manifestaba en los órdenes político, económico, social y cultural. Los autores de canciones, impelidos por este respaldo ideológico, buscaron una síntesis expresiva igualmente "peculiar".     Esta síntesis ya había sido ensayada en los años treinta. A un nivel, García Lorca juega en el piano con la tonadilla y el folklore. A otro nivel, Imperio Argentina o Estrellita Castro o Miguel de Molina cantarían el espectro subcultural de este juego: canciones con trama de tonadilla, con estructura métrica de tonadilla, pero con pronunciación andaluza y la introducción de imágenes, estrofas o temas a veces derivados de la mismísima lírica tradicional. Ya había pues una estructura formal elaborada en la que sólo cabía acentuar las notas comprometidas con la situación histórica.     La canción nacional se aplica a glosar todo lo oficialmente peculiar español: individualismo (en oposición al colectivismo y comunitarismo marxista), peculiaridades raciales (inútil insistir sobre la madre de este cordero), exaltación del destino histórico, excelencias de todo lo nuestro (mujeres, vino y música fueron los productos españoles más apreciados hasta la providencial conformación del Real Madrid de Di Stéfano).     Ahora bien:     Con todos sus condicionantes, con todas sus servidumbres, esta canción nacional ha sido, hasta la fecha, el cauce subcultural legal más apto para representar la historia sentimental de España. Pese a la apología oficial de la virtud sexual y política, en las mejores canciones está presente una rebeldía a veces feroz contra las normas, aunque sea una rebeldía sometida y mal resuelta. Del millar de canciones que he manipulado en estos treinta años de canción popular y de las quinientas, aproximadamente, que he seleccionado, las más históricamente veraces y estéticamente mejores, son cinco o seis canciones nacionales que traducen, como no lo consiguen todas las demás, las realidades de unas gentes.     Porque, insisto, una canción no es sólo una voluntad creadora y una voluntad programadora. Una canción es una voluntad receptora que cada vez que la canta, cada vez que la utiliza, lo hace como instrumento expresivo de la propia sentimentalidad. Sólo bajo este prisma adquieren su real significación hitos como No te mires en el río, Tatuaje, Romance de la otra, La guapa, A la lima y al limón. Jamás un sentimiento popular ha sabido expresarse mejor que a través de la utilización de estas canciones, al margen de la voluntad creadora de sus letristas y músicos. Hagamos un balance sumario de los valores positivos y negativos de una canción como La otra.     Valores positivos:     La libertad de aceptar un amor social y legalmente culpable: "...no tengo ley que me ampare ni puerta donde llamar"; el sacrificio personal del elemento pasivo (la mujer): "...con tal que vivas tranquilo qué importa que yo me muera".     Valores negativos:     La ley establecida que impide esa libertad; el cerco social que la margina y casi la obliga a diferenciarse visualmente de los demás: "Por qué se viste de negro si no se le ha muerto nadie". |
    Para cualquier valoración progresista, los valores positivos de la protagonista no lo son totalmente. El segundo, el sacrificio de la mujer elemento pasivo, es un valor reaccionario, pero no por ello menos testimonial, y cuando las mujeres del pueblo hacían suya esta canción, la interpretaban, expresaban un malestar condicionado precisamente por la evidencia de la solución y su impotencia para conseguirla.     De haber tenido la canción nacional mejores condiciones de desarrollo, hubiera sido la génesis de un género totalmente diferente pero equivalente al de la canción francesa. No está tan lejos de ella una canción extraordinaria como Tatuaje, más allá y más aquí del bien y el mal establecidos en los años cuarenta.     La estructura formal de la canción nacional era idónea para el desarrollo de un género realista, que contara historias reales. Sometido a una carga superestructural, prestó su tecnología a las reivindicaciones más ridículas y a una historia sagrada anaftalinada. Así terminó finalmente por retorizarse y crear unos clisés basados en dos monotemas fundamentales: la exaltación de un tipo femenino (en general profesional de la canción) con las sienes moraítas de martirio y siempre entre el aborto, la puñalá y el infierno; y, por otra parte, las más grotescas y contraproducentes exaltaciones del españolear.     Sin embargo, los comunicados posibles a través de este tipo de canción murieron con ella. No pasaron a otro género, no penetraron en las estructuras formales de la invasión extranjera a partir de los años cincuenta. A partir del inicio de la normalización neocapitalista, la canción se desvincula totalmente de la realidad española, colonizada o aséptica, y cuando aborda algún tema del país lo hace con el tiralíneas de la retórica.     Puede decirse entonces que salvo esta etapa inicial autárquica, la canción española ha sido sobre todo un instrumento de incomunicación popular. Canción, Pueblo e Industria    Ya he dicho que hay dos períodos claramente diferenciados por una situación histórico-cultural contextual y por la situación material del desarrollo industrial y comercial de los instrumentos de divulgación de la canción. Pero al margen de esta clasificación ya vista, quedan grupos de canciones que sirven para dar fe de cómo la cultura de masas se hacía portavoz de importantes necesidades de la expresión subcultural: el erotismo, la religión, los paraísos míticos, el irracionalismo, la juventud, la familia, la sabiduría convencional, el ritmo como condicionante absoluto, heroísmo y machismo, tipología femenina, la exaltación de Madrid, y finalmente, el intento de conseguir una nueva canción, adaptada a las necesidades expresivas de una pequeña burguesía ilustrada, más extensa que la de los años cuarenta o cincuenta, asqueada por los comunicados habituales de la canción de consumo. |
    La aceptación de unas canciones que nuestra juventud no entendía y que cuando se traducían perdían buena parte de su agresividad social, es un síntoma de la postración de nuestra subcultura, en la que no cabe ni la triquiñuela fenicia. Es decir, en la aparentemente ingenua parcela del hit parade puede encontrarse la huella arqueológica del nacional andar de puntillas sobre la arcilla subcultural. Por eso he prescindido de la canción consumida en lengua inglesa; por sus insuficiencias comunicativas.     La evolución de los contenidos y el lenguaje es una traducción evidente de la corrupción de canciones-moldes, valiosas en el principio y superimitadas por las exigencias de un mercado cada vez más depredador. Salvo excepciones, no es posible la comparación calificadora entre las canciones-molde del primer período (1939-1954) y las del segundo. La depredación del lenguaje convencional termina por encanijar el poder expresivo de las canciones, y a medida que crece el poder de la realidad aumenta el deseo de evasión, el rechazo de cualquier propuesta de subcultura representativa. La carga superestructural favoreció el adocenamiento de la canción nacional y controló sagazmente las otras tendencias. La industria hizo todo lo demás. Sin embargo, tan fuerte era el arraigo de la canción "española" entre el público, que consiguió los favores del hit parade hasta que la dictadura del gusto juvenil fue incontenible y los mass media adquirieron conciencia de que debían aceptar las exigencias del nuevo público, si no querían perderle para causas más fundamentales. Según datos de la Sociedad General de Autores de España, las canciones de mayor recaudación entre 1939 y 1960 fueron las siguientes: 1939 La morena de mi copla. Alfonso Jofre de Villegas y Carlos Castellanos.     En el mismo período alcanzaron también extraordinaria popularidad: La niña de fuego. Antonio Quintero, Rafael de León y Manuel Quiroga. |
    He detenido la referencia a los hits anuales en 1966 porque precisamente la canción de mayor éxito en ese año era muy indicativa de la presión ejercida por el mercado juvenil. Una chica ye-yé era una españolización banal y a contra ola de la arrolladora invasión del nuevo público. A partir de estos años siempre ha habido una canción nacional de gran éxito de venta, generalmente ligada a Manolo Escobar como intérprete, pero los datos a apreciar son generalmente la soledad de un reducto de canciones nacionales de éxito en competencia con decenas de canciones extranjerizantes de éxito. Por una valoración estética de la canción de consumo    He dicho que los productos subculturales, y la canción como género que me ocupa, reúnen ciertas exigencias de belleza al nivel del gusto popular. Comprendo que muchos lectores capaces de aceptarme motivaciones valorativas de carácter sociológico, dirán que por aquí no pasan y que la mediocridad más obsesionante es la única característica lingüística (oral y musicalmente) de la canción popular.    Creo que esta conclusión es injusta. En primer lugar es difícil reñir esta batalla sin el acompañamiento de la música, modificadora cualitativa de la expresividad literaria que aquí puedo suministrar. La unidad letra-música no es tal. En general, la música es la definitiva expresividad de la canción, la más determinante y en ocasiones autosuficiente. Pero sólo una coedición de discos hubiera podido salvar de cierto grado de cojera o ceguera a este libro, y en su imposibilidad debo moverme argumentalmente a partir de los datos que puedo proponer aquí: las letras.     En general, como en todos los productos estéticos industriales, hay una degradación retórica muy rápida de un modelo. Es en el terreno de los modelos donde solemos encontrar las piezas de más alto nivel estético. Esta jerarquía se establece por cualidades equivalentes a las de la Cultura con mayúscula: la armonía y la originalidad lingüística, los más determinantes. Y dentro de la convención-canción hay letras-molde (por lo general) que cumplen esos requisitos de armonía y originalidad en la utilización del lenguaje. Es cierto que la canción debe partir de unos condicionamientos de comunicabilidad no necesariamente presentes en la obra del novelista o del poeta. El novelista o el poeta puede y debe en ocasiones destruir la tranquilidad lectora del público. El letrista o el autor de canciones actúa más conservadoramente y conoce la profunda repugnancia de un público masificado por todo aquello que de inmediato no encaje en sus esquemas de lectura. En literatura un condicionamiento no tiene por qué ser una limitación, puede ser un fascinante desafío.     El nivel de comunicabilidad inmediata exigida a una canción puede ser un desafío en ocasiones magistralmente resuelto. La canción nacional tiene magníficas muestras de resoluciones, y la canción sentimental otro tanto. Sería grotesco intentar una devaluación de los hitos estéticos de la canción de consumo a partir de términos de comparación de la Poesía con mayúscula. Todo juego lingüístico es una propuesta convencional y como tal parte de condicionamientos a veces radicalmente opuestos. Cuando García Lorca escribió el Romance anónimo no tenía otros condicionantes que un ritmo, una imaginería surrealista y la presunción de códigos de lectura afines en un público minoritario. Cuando Quintero, León y Quiroga trataron un tema similar en No te mires en el río, debían de tener en cuenta además un tinglado comercial-industrial y unos códigos de lectura estrechísimos de un público mayoritario y unificado.     El caudal lingüístico de un letrista es obligatoriamente reducido y hay que valorar precisamente la maestría en el partido que se saca de esas limitaciones. Invito a apreciar la belleza de relaciones lingüísticas tan sencillas como las que siguen: |
Era hermoso y rubio como la cerveza Él vino en un barco de nombre extranjero, a los treinta se ha casado porque no tiene familia y la vio muerta en el río Eres tan hermosa Con un clavel grana Era tan poco en la vida ¿Me quieres dejar un beso Dejaste el caballo y lumbre te di las flores de tu cintura Pintor nacido en mi tierra a mi mente acuden No volverás Igual que torre y almena Somos un sueño imposible Se vive solamente una vez Recuérdame En cuanto que llegues |
    Al servicio de la descripción de tipos y situaciones, de ideas y sentimientos de angustia, soledad y tristeza, de valoraciones morales, estas relaciones lingüísticas nada exhaustivas, son autosuficientes para comprobar niveles de belleza indudables dentro del corsé convencional de la canción de consumo. Hay que tener en cuenta que estas canciones fueron escritas sin una intencionalidad expresamente artística, como la que puede guiar los logros de la nueva canción, y a veces desde la mala conciencia de la degradación literaria. Expulsados sus autores del paraíso de Horacio y arrojados al paraíso de la Sociedad General de Autores de España. Más cosas: |