M.V.M.

Creado el
9/3/98.


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Una perturbadora ciudad

MANUEL RICO*

EL PAÍS, Babelia, 16 / 8 / 1997


El poeta Manuel Vázquez Montalbán crea en Ciudad un texto al margen de las tendencias dominantes

Ciudad es la primera expresión del nuevo ciclo abierto por Vázquez Montalbán en su obra poética tras Pero el viajero que huye (1990). Se trata de un libro-poema en el que se advierte una doble tensión: la depuración expresiva respecto a su obra precedente y el ahondamiento en las obsesiones iniciáticas. En otras palabras: su poesía crece hacia adentro. El autor busca nuevas fronteras a la formalización poética, pero lo hace sin desprenderse del "nucleo duro" de su universo mítico interior: la memoria, la conciencia crítica frente a la realidad, la imposibilidad del deseo (de la utopía) en un mundo hostil a sus exigencias. A lo largo de siete capítulos -que se corresponden con los siete días de la semana-, el poeta construye una ciudad fragmentaria, un imaginario movimiento en el que, en sucesivas capas, se hace recuento de los distintos estadios de la conciencia y de la experiencia que han cimentado una biografía que, siendo única y propia, es también una biografía colectiva, una etapa histórica, un precipitado de sueños, de deseos, de decepciones y de fracasos. La que va desde los años cuarenta hasta el presente escéptico frente a los viejos ideales que apunta en este fin de siglo.

Abordar desde el poema la complejidad de ese largo espacio temporal exigía una vocación de totalidad, una apuesta formal nada complaciente, tan compleja como la propia experiencia sobre la que se sustenta. El "montón de imágenes rotas" al que, parafraseando a Eliot, se refiriera Vázquez Montalbán en su segundo libro, Movimientos sin éxito (1969), encuentra en Ciudad su expresión más acabada y sutil.

Partiendo del origen, de la ciudad de la infancia y de la adolescencia, de una evocación basada en imágenes luminosas -no de otro modo es posible abordar el paraíso perdido- y con la música (y la letra) de fondo de una vieja melodía de Glenn Miller, el lector asiste a las distintas etapas de una dilatada y tormentosa búsqueda en esa ciudad policéntrica: los muertos propios, las víctimas de la historia, el amor, la herencia de los antepasados, los futuros imposibles, los naufragios. Un viaje simbólico que evoluciona desde ese esplendor inicial hacia el lugar en sombra donde los sueños no existen, que no sólo desafía la autocomplacencia del mundo real, sino que cuestiona otra forma de complacencia: la que, a finales de los años sesenta, se depositó en el urbanismo, en las capacidades de construir utopías a través del diseño de la ciudad. No existen ciudades ideales, nos dice el poeta ("¿la arquitectura transformará las agonías?", se pregunta en varias ocasiones a lo largo del poema), la urbe de Ciudad es la confirmación de esa imposibilidad. Ha dejado de ser Praga o Barcelona. Pero, al mismo tiempo, es Praga, y Barcelona, y mucho más: un precipitado de todas las ciudades que conformaron la sentimentalidad y el intelecto del poeta. Es, por ello, un imaginario, una obra literaria, una ciudad interior, un poema.

Llama la atención el despojamiento de apoyaturas culturales explícitas -con la salvedad de la melodía de Miller-, de referencias históricas, de este libro respecto a libros poéticos anteriores. Una ausencia que mucho tiene que ver con la doble apuesta depuración / ahondamiento a la que antes aludíamos y que revela una creciente pulsión existencial, una voluntad decidida de convertir el poema en un ámbito de significación en sí mismo, sin "ayudas externas", aunque inevitablemente remita al mundo exterior, a la realidad que niega los deseos y borra la memoria. En el fondo, ese mundo exterior se nos muestra al lado del espejo, como el telón de fondo del poema, como el auténtico responsable de las contradicciones esenciales que lo atraviesan: entre la Geometría, paradigma de las verdades establecidas, y la Compasión; entre la Memoria, primer y último refugio de la vida, y el Deseo.

La escritura, basada en el verso libre y en un ritmo interno vivo y seco -que ablandan, a modo de estribillo, los versos de Miller-, se materializa en una sucesión de imágenes emparentadas con el surrealismo que, con algún paréntesis de tono conversacional, vienen a dar cuerpo a un libro en el que la sombra de Eliot y la peculiar poética de la experiencia (totalizadora, alejada del realismo más convencional) de Vázquez Montalbán se ensamblan para ofrecernos un texto al margen de las tendencias dominantes, fiel a las obsesiones originarias, hondo e inquietante, complejo, polisémico. Una muy depurada muestra del irracionalismo lúcido que, desde siempre, ha caracterizado su poesía.


Más sobre poesía:

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2) Ll. Izquierdo habla de Praga

3) M. Rico habla de la poesía de M.V.M.


* Manuel Rico es poeta (Papeles inciertos (1991), El muro transparente (1992)), narrador (Mar de octubre (1989), Los filos de la noche (1990), El lento adios de los tranvías (1992) y Una mirada oblicua (1995)), crítico y ensayista literario.