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Habitar la izquierdaMARI PAZ BALIBREAEl viejo topo, diciembre 2003La pérdida inesperada de Manuel Vázquez Montalbán nos deja sin el intelectual más significativo de los últimos cuarenta años de la historia de España. Por la calidad de sus escritos literarios y ensayísticos y la condición pionera de muchos de ellos, por su capacidad para articular lo que han sido las más acuciantes cuestiones en la evolución histórica española y global en los últimos cuarenta años, por el alcance de sus temas y la repercusión de su obra, no hay ningún intelectual español en su generación de su estatura. Intelectual, sí, ese era el sustantivo que mejor lo definía. Hablar de MVM como escritor, novelista, poeta, periodista, ensayista es abordar parcialmente su labor. Intelectual —un término que empieza a circular en Europa y España alrededor del final del siglo XIX, y que en los años de la segunda postguerra mundial se calificaría con el sartriano adjetivo de "comprometido"— define una actitud crítica ante la sociedad de la que se forma parte, una voluntad de intervenir en los asuntos públicos de una colectividad, un compromiso cívico y en definitiva político de ser útil a la propia comunidad. Esta es, precisamente, la actitud que preside toda la prolífica y diversa obra del autor, la que le da coherencia. El reconocimiento temprano y la importancia de la magna obra montalbaniana hay que entenderlos en su capacidad de explorar y articular, en la ficción, en la poesía, y en el discurso político directo los signos constitutivos de su tiempo, que consiguieron hacer de su obra una verdadera intervención social y cultural. Como hombre indiscutiblemente de izquierdas, Vázquez Montalbán hizo de la reflexión sobre la crisis de éstas, que marcó su generación y que continúa viva en la reflexión sobre la necesidad del cambio histórico, el eje de toda su vida pública. Su trayectoria se puede entender como una continua rearticulación crítica de la situación española y global de las izquierdas: primero, como militante antifranquista; más tarde como voz crítica de la transición y la socialdemocracia en el poder en España, y últimamente con la atención dedicada a la exploración de las propuestas del neozapatismo y los denominados movimientos anti-globalización. Quienes hasta el último momento buscaron descalificarle reprochándole su comunismo, sencillamente no lo habían leído. Porque el ciego y sospechoso inmovilismo ideológico que en círculos dominantes se pretende endosar a quien se le cuelga el sambenito de comunista, está en los antípodas del espíritu infatigablemente crítico de Manolo Vázquez. Lo que sí hizo el autor fue ser coherente con un pensamiento de izquierdas que él —como Edward Said o Noam Chomsky, o Carlos Monsiváis o Antonio Negri— supo tan bien mantener vivo y en marcha. En este artículo pretendo recorrer ese dinamismo inestimable en la obra montalbaniana, demorándome algo más en la última década de su vida, que se caracterizó por la abundancia de ensayos políticos. Los primeros ensayos de MVM, escritos en el tardofranquismo, revelaban ya esa doble sintonía que tanto tiene que ver con su lucidez y estatura intelectual y que hoy se expresaría con el lema de think globally, act locally. Tal vez se recuerden más de este joven escritor las recopilaciones de sus colaboraciones en Triunfo en la imprescindible Crónica sentimental de España (1970), o La Capilla Sixtina (1974), además de su activa militancia antifranquista. Pero cualquier seguidor de la producción de MVM desde sus comienzos sabrá que los primeros ensayos político-divulgativos del autor son sobre el imperialismo [¿Qué es el imperialismo? (1976); La penetración americana en España (1974), la denuncia del golpe de Estado de Pinochet en La vía chilena al golpe de Estado (1973)] o la propiedad global de los medios de comunicación de masas [Informe sobre la información (1963); Historia y comunicación social (1980)]. Es decir, ya entonces había en su producción una conciencia y un saber del alcance global de las problemáticas políticas abordadas que no tenían parangón con nadie de su generación. Por otra parte, el carácter metadiscursivo de buena parte de la literatura de este periodo, mucho después reunida en los Escritos subnormales (1989), reflexionaba sobre los mecanismos que atrapan al intelectual dentro del sistema, que lo subnormalizan, en la que era evidente una conciencia cínica post-68. La dialéctica negativa exhibida en esta literatura —y la influencia de Adorno la explicita más de una vez Vázquez Montalbán en sus escritos de la época— encuentra la única posibilidad de refugio crítico en una continua peripecia dialéctica, a sabiendas de que en cuanto se formule será neutralizada inmediatamente por el sistema. En los años noventa, ese mismo mecanismo de dialéctica negativa se pondrá al servicio de representar una sociedad de máscaras y esperpentos (la española en el caso de Sabotaje olímpico (1992) y Roldán, ni vivo ni muerto (1994), corrompida en todas sus formas políticas, que no deja espacio a la diferencia, la utopía, la memoria, y que, para conseguir estar "siempre a salvo de la SUBVERSIÓN" (p. 267, mayúsculas en el original) —frase con que termina El estrangulador (1994)— encierra en manicomios a quienes las practican. La fase subnormal de los años setenta termina con el advenimiento de la transición y el fin de la dictadura. Entonces se inaugura en su literatura un periodo de intervención positiva (por oposición a la negatividad que ya he definido de la subnormalidad) formalmente realista y espacialmente centrada en España, donde Vázquez Montalbán intervendrá críticamente como una constante voz opositora al rumbo que adopta la democratización del país. En los primeros quince años de la democracia, durante el proceso español de transición político-social y económica —de la dictadura a la democracia liberal, de una modernidad periférica y dependiente a la postmodernidad ex-periférica e igualmente dependiente— y de integración europea que termina con la década de los noventa, la producción y el pensamiento de Vázquez Montalbán están marcados por la reivindicación y recuperación de la memoria de la Guerra Civil y la dictadura [El pianista (1985), Galíndez (1990)]. De ahí la obvia lectura de la producción montalbaniana desde 1975 como crónica crítica y voz opositora al rumbo que adoptan las transformaciones político-sociales y culturales desde la transición y durante todo el periodo de gobierno socialdemócrata. Son tiempos de acentuado pesimismo en la izquierda con respecto a la concepción misma de la historia, un pesimismo derivado de presenciar la destrucción de las coordenadas del marco de transformación social construido por la izquierda tradicional a lo largo del franquismo. Toda esta problemática se puede relacionar con un momento supranacional de crisis de la izquierda, y se ubica dentro de otros grandes discursos de crisis, como el del fin de la modernidad y el discutible advenimiento de la postmodernidad. En los noventa, no será la apertura política del país la que dé esperanzas y motivos de intervención positiva —antes al contrario, Sabotaje y Roldán son dos de las más sombrías crónicas sobre el fin del gobierno socialista y la ausencia de alternativas políticas de progreso en España— sino la búsqueda de nuevos sujetos históricos. La caída del muro de Berlín, el fin de la guerra fría y la desaparición de los bloques, la expansión urbi et orbe del capitalismo y el decreto triunfalista e inapelable del fin de la historia como lucha por un futuro mejor son, en la última década del siglo XX, los marcadores más visibles y obvios del cambio planetario de coordenadas que se ha dado en llamar globalización, cambio al que MVM es inmediatamente sensible. Esta nueva coyuntura no coge al intelectual desprevenido porque no aparece de la noche a la mañana. Primero, la crisis de la izquierda y de las ideologías de transformación social en los países del Primer Mundo se remonta por lo menos a 1968, y ha caracterizado toda la transición española a la democracia, tema del que MVM se ha ocupado largamente; segundo, la mundialización y ubicuidad del capitalismo es una tendencia que se puede argumentar existe desde sus comienzos y que tiene en el imperialismo el precedente más inmediato a la situación actual. Tercero, ideológicamente, el discurso dominante que nos instala en un presente perpetuo, argumentando que todo pasado fue peor, es precisamente el caballo de batalla que Vázquez Montalbán ha estado combatiendo en el territorio español durante toda la transición y el periodo socialista, donde florece una versión de esa misma narrativa aplicada a un país que por fin realiza con éxito su anhelo secular de incorporarse a la modernidad y a Europa, y quiere distanciarse lo más posible de un pasado de subdesarrollo, dictadura y aislamiento europeo. De ahí, precisamente, el sentido crítico de la estructura de indagación en el pasado para clarificar el presente, de la que es paradigma la serie Carvalho. Se trata de desenterrar, a través de la investigación, la significación del pasado de forma que revele, no sólo lo muy imperfecto o perfectible que es aún el presente, sino también lo mucho que depende su sentido del pasado, razón por la cual quiere reprimirse. No se trata de que en los noventa ya no se lamente y critique la deshistorificación del presente, que condena al olvido a los perdedores de la Historia y garantiza el poder a sus vencedores, o que el tema se considere irrelevante. Pero el pasado, la memoria histórica, han dejado de ser los mecanismos privilegiados de intervención política en el presente. La lucha política por la historia que se considera más urgente en el nuevo momento sigue siendo la que concierne a la imposición dominante de una lectura ultraliberal del fin de la historia que hace coincidir el presente momento histórico con la meta de todas las aspiraciones humanas y sociales, y que, por tanto, sanciona como periclitada y fuera de lugar toda aspiración a un mundo mejor. Pero esa batalla va a concentrarse en ubicar un nuevo sujeto histórico de transformación para que sea la mejor réplica a la sanción finalista dominante en la historia. Ya desde la constitución de Izquierda Unida en 1986 estaba MVM hablando de la sociedad civil y de los nuevos movimientos sociales como el nuevo sujeto histórico, pero sin que éstos tomaran ninguna forma histórica concreta en su literatura. Las mismas dificultades de Izquierda Unida para reivindicar su papel aglutinador de movimientos sociales, sus sucesivos fracasos electorales y finalmente la escisión, primero de Nueva Izquierda y luego entre Iniciativa per Catalunya y Esquerra Unida i Alternativa, hablaban a las claras de la dificultad que en el marco español y catalán estaba encontrando la materialización de este nuevo proyecto de transformación social que MVM suscribía. Si a esto le unimos el complemento de los escándalos socialistas de sus últimos años de gobierno, y la subida al poder de la derecha en 1996, el panorama español no aparecía precisamente como el más inspirador de revoluciones. Si a este panorama decepcionante le unimos la inmediata sintonización del autor con el proceso de globalización que se hace evidente en los noventa, no es de extrañar que desplazara la problemática del sujeto de cambio histórico a un nivel global, ni que la separara de su relación histórica con los partidos políticos. En este sentido, Panfleto desde el planeta de los simios (1995) es un texto clave para aclarar el diagnóstico y las propuestas políticas de MVM en la mitad de los noventa, donde se planteaba la figura del intelectual como el mejor dotado para el análisis y el diagnóstico histórico, traductor/intérprete de su situación histórica contemporánea y buscador de sujetos históricos capaces de responder a las necesidades de cambio de su tiempo. Pero es, a mi entender, en O César o nada (1998), donde mejor se textualizó la compleja relación e interacción entre la intervención histórica del intelectual (encarnado por Maquiavelo) y la más directa que ejerce el sujeto con poder (en la figura novelada de César Borja). Vázquez Montalbán se mantenía fiel en su novela a la conocida imagen del filósofo florentino como inteligencia privilegiada y que no hace concesiones a las ideas establecidas de su época. Así es como la novela subrayaba lo más revolucionario del pensamiento de Maquiavelo, en su capacidad de pensar por su cuenta frente a la historia, rebatiendo y rechazando la autoridad y el peso de toda una tradición para proponer una visión nueva. Manuel Vázquez Montalbán no era el primer pensador de izquierdas en reparar en la importancia de la figura histórica como intelectual de Nicolás Maquiavelo. Desde la filosofía y la teoría políticas, Louis Althusser y, sobre todo, Antonio Gramsci (a quien, no por casualidad, va dedicado uno de los epígrafes de O César o nada), habían analizado El Príncipe como la obra de un pensador político revolucionario, un hombre de acción (y no un politólogo) quien, basándose en la realidad efectiva, en las fuerzas existentes, es capaz de proponer un nuevo orden, un nuevo equilibrio, mostrando en términos concretos cómo deberían funcionar las fuerzas históricas para ser efectivas. En definitiva, un visionario cuya capacidad para definir al sujeto de cambio en su momento histórico, el Príncipe, es ejemplo aprovechable para quienes en el siglo XX siguen buscando a sujetos (colectivos) capaces de transformar su sociedad. Ese mismo tipo de intelectual político, y no académico, es el que se diría que aspiraba a ser MVM. O César o nada trasladaba al plano novelístico una dinámica de exploración de la historia que se repetirá en ensayos como Un polaco en la corte del rey Juan Carlos (1996), Y Dios entró en la Habana (1998) y Marcos, el señor de los espejos (1999). Aunque se trataba de géneros diferentes, sus estrategias de representación de la realidad eran sorprendentemente afines. O César o nada era una novela completamente dialogada, donde las partes narrativas y descriptivas, ofrecidas por un narrador omnisciente, no pasaban de acotaciones escénicas que delataban el origen de la novela como guión televisivo. Toda la reconstrucción se hacía a base del diálogo entre los personajes, lo cual hacía la novela más directamente accesible al lector, con un minimizado intermedio del narrador. Si la perspectiva de Maquiavelo sobre la realidad y la historia que ha vivido era lo que más importaba en O César o nada, también era la función entrevistadora de MVM en los ensayos de la época lo que nos proporcionaba el único acceso a las realidades propuestas. A través de la entrevista con todos aquellos que se consideraban participantes relevantes de la historia, se armaba un rompecabezas que acababa por formar el mapa de una coyuntura histórica, ya sea la de lo que quedaba de la Cuba revolucionaria ante la visita del Papa, la de los estragos causados por la rebelión zapatista en México, o la de los centros de poder de la capital de España en el final de la hegemonía socialdemócrata. Con la misma apasionada atención con que Maquiavelo escoge e interpreta a los Borja (sobre todo a César), en tanto que candidatos a príncipes encauzadores de los nuevos tiempos de la modernidad, MVM se ocupa de sacar a la luz la capacidad de responder al reto de su momento histórico de personalidades tan poderosas como Felipe González, el subcomandante Marcos o el rey de España. A diferencia del Maquiavelo histórico o personaje de novela, que no llega a encontrar en su historia contemporánea un Príncipe a la altura de su ideario, MVM llegó a apostar decididamente por la capacidad transformadora de uno de ellos muy concreto: el movimiento zapatista, arribando así a esos "tiempos de creencia" (24), por los que abogaba en la conclusión a su artículo de 1997 y que daba título al libro El escriba sentado. Que Marcos, el señor de los espejos era una respuesta a los llamados y propuestas especulativas que habían caracterizado la obra de MVM en los noventa, se hacía ya patente en el subtítulo que se le daba de Viaje desde el planeta de los simios a la selva Lacandona, que invocaba el título del ensayo del autor de 1995, Panfleto desde el planeta de los simios, y el género mismo de aquél, pues también el Marcos era catalogado de panfleto. El neozapatismo había sido, por lo menos hasta la aparición de los movimientos antiglobalización en Seattle a finales de 1999, el ejemplo de insurrección con más continuidad, con más eco y solidaridad internacional y, a través de su líder Marcos, con más discurso político capaz de conectar la explotación indígena en México al desarrollo del capitalismo mundial. MVM contribuyó sin duda a la tarea política de divulgar y expandir esta lectura del neozapatismo, hasta el punto de llegar a catalogar, para enfado de algunos, la rebelión zapatista como una alegoría de la lucha de los globalizados contra los globalizadores. Aunque ya no llegaría a publicar más ensayos políticos, su presencia cotidiana en actos públicos y en los medios de comunicación nos hizo saber que seguía dispuesto a comprometerse con nuevas formaciones sociales que tuvieran un lenguaje capaz de aprehender las necesidades del nuevo momento histórico, así como a facilitar su divulgación desde la posición privilegiada que consiguió adquirir con los años (la última manifestación de ello fue su participación en el Foro Social Mundial en Porto Alegre). El pensamiento y la praxis intelectual de Vázquez Montalbán se movieron con la historia y contribuyeron a su transformación para demostrar, a contracorriente, que la(s) izquierda(s) no encarnaba(n) un proyecto ni fosilizado ni obsoleto. Y aunque el hombre nos ha abandonado en tiempos tan negros, ya no es mentira que las resistencias al nuevo orden global se han hecho visibles, audibles y multitudinarias. Manuel Vázquez Montalbán invirtió el tiempo de una vida en creer y alentar, desde sus muchas atalayas, esas resistencias que manifiestan la necesidad del cambio histórico. El legado de sus obras y el ejemplo de su compromiso coherente con unas ideas son ya para siempre patrimonio de todos. La responsabilidad es nuestra de mantenerlo vivo en una memoria que nos sirva para entender el presente y cambiar el futuro. * Mari Paz Balibrea es Doctora en Literatura por la Universidad de California en San Diego, y profesora de literatura y cultura españolas en Birkbeck College, Universidad de Londres. Sobre la obra de Manuel Vazquez Montalban ha escrito el libro En la tierra baldia: Manuel Vazquez Montalban y la izquierda española en la postmodernidad (Barcelona: El Viejo Topo, 1999), así como varios artículos sobre el autor como intelectual de izquierdas. Esta web hospeda también la grabación de su cofnerencia Pepe Carvalho como estrategia política |