M.V.M.

Creado el
12/10/2001.


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Reseña de Rafael Conte


Encarna soy yo

JULIA LUZÁN

LA CALLE, 23 / 10 / 1979


A Manuel Vázquez Montalbán le entraba el gusanillo de escribir y asistía como espectador a lo que él llama la aterida realidad de los años de la posguerra. En la Facultad de Barcelona se sacudió el frío y se volvió rojo. Dio con sus huesos en la cárcel y cuando salió bregó su máquina de escribir en trabajos de lencería fina, modas y decoración. Había que sobrevivir. Cuando en "Triunfo" le publicaron su "Crónica sentimental de España" los progres del país se quedaron asombrados. Habían acabado los años difíciles y Sixto Cámara, Manolo el Empecinado, la Baronesa D'Orcy y una larga lista de seudónimos daban en los más diversos medios de comunicación la noticia puntual, agresiva, humorística y literaria de un Vázquez Montalbán que encandilaba a las promociones de periodistas que las Escuelas de idem iban soltando por sus puertas.
    Tímido hasta los huesos. Ni pesimista ni optimista, sino todo lo contrario, pero fundamentalmente lúcido, Manolo Vázquez Montalbán es en el fondo un tierno entrañable que se moriría de vergüenza si alguien lo descubriera.

—Tus biógrafos tendrán que contar un día los empleos que has tenido. Ya de pequeñito ibas por las casas cobrando el seguro de entierro.
—Mi padre, que fue funcionario de la República, estuvo en la cárcel y tuvo que trabajar de mozo de almacén. Para sobrevivir y para que el niño, que era yo, pudiera tener un medio de promoción a través de la cultura, trabajó de cobrador de seguros de entierro y repartidor de sombreros. Cuando cumplí quince años los domingos le acompañaba yo a cobrar el entierro.
Lo de trabajar en la revista de modas fue posterior a cuando salí de la cárcel. Como no había oportunidades de carácter profesional, pues tuve que meterme en eso. Escribía artículos desde lencería fina hasta una revista de decoración que la hacía enteramente yo menos la sección de jardinería.

—¿No te gustaba la jardinería?
—Es que se necesitaban unos conocimientos técnicos que no poseía; pero en decoración me inventé una teoría y todo un lenguaje que me servía sólo para mí y que nada aportaba a la ciencia de la decoración, caso de que existiera.

—Lo de la vocación de escritor, ¿existía en ti desde siempre?
—Sí, sí. Mi objetivo era escribir y compaginé mis estudios de Filosofía y Letras y Periodismo porque partía un poco de la idea decimonónica de que el periodismo era una plataforma para poder escribir.

—¿De qué forma te ha servido el periodismo para la narración, para escribir?
—En general, hay dos teorías. Una, que el periodismo pule y te inocula una economía de lenguaje útil, y otra, que el periodismo forma y amanera el lenguaje y, por tanto, te perjudica. Yo esto lo he superado con una cierta esquizofrenia, en el sentido de que he procurado tener un sistema de escritura para el periodismo y un sistema de escritura diferente para la literatura. De todas maneras, aunque sólo fuera temáticamente, la influencia de mi colaboración en los medios de comunicación de masas se nota en casi todo lo que he escrito.

—Por qué no escribes más poesía, cuando se te reconoce como uno de los mejores contemporáneos?
—Pero si todo el mundo me acusa de escribir tanto. He escrito cuatro libros de poemas y creo que es una media que está bien en un periodo de veinte años de dedicarme a escribir. Tengo otro libro de poemas entre manos que lo publicaré dentro de un par de años.

—¿No te obsesiona el Imperialismo, como hace unos años?
—Me obsesiona, sobre todo, la poca importancia que se le da al imperialismo en los análisis actuales de la política y sobre todo aplicados a la política española, en que tiene una importancia decisiva y parece como si no existiera.

—Hombre de frases afortunadas, ahora con el Premio Planeta has acuñado una de las tuyas que harán escuela: «Compraré tiempo para escribir». ¿Eso quiere decir que ya no vas a prodigarte tanto? ¿Que dejas de ser el periodista prolífico?
—Yo había practicado una cierta retirada, en parte forzada, porque cuando se cerró "Por favor" yo me quedé con bastante tiempo libre y un poco fruto de éste es la novela premiada, y últimamente me habia reducido a la colaboración en Interviú y LA CALLE, pero ahora dispondré de más tiempo, porque el tiempo para escribir novelas es diferente. Has de tener la posibilidad de tomar la pluma, dejarla, de llevar un proceso mental obsesivo que cuando estás entretenido por multitud de quehaceres no puedes tener.

—Y el tiempo, el dinero, ¿no te alejará de la vida real que te da el periodismo?
—No; porque no pienso dejarlo, porque es mi oficio y aún me siento más profesional del periodismo que de la literatura, y que además me presta una posibilidad de influir sobre la vida real mayor que la literaria, una influencia cotidiana sobre la sociedad, y me interesa mucho.

—Sin embargo, seguirás escribiendo novelas sobre Pepe Carvalho.
—Sí; pero no me voy a exclusivizar ni sobre ese tema ni sobre el personaje. Ahora estoy escribiendo una novela sobre un pianista viejo y estoy estudiando como un loco historia de la musíca y movimientos musicales de vanguardia de los años treinta, y en esta novela no tiene que ver la trama policial de Carvalho ni la madre que lo parió.

—Se han acabado, pues, los policías y ladrones.
—Lo policial me soluciona el tema de la intriga, porque me cuesta mucho creer en la novela como experimento tecnológico. Durante una etapa desarrollé una novelística no convencional, sin lo que un teórico llamaría la atmósfera, porque meterme dentro de las otras tendencias de la novela me resultaba imposible por falta de credibilidad en ellas. Por eso hice esta novelística subnormal: "Yo maté a Kennedy", "Cuestiones marxistas" y un poco "Happy end". Luego me tentó la experiencia de lo que llamamos novela policíaca, porque te resuelve el problema de la intriga y por la creación de un personaje que me permitía convertirlo en espectador de la realidad: Carvalho. Es un hijo del doctor Frankenstein. Está compuesto de tal manera que es un "outsider". Un distanciado y que está en condiciones óptimas para descubrir la realidad tal como a mí me interesa.

—¿Cómo nació Pepe Carvalho?
—Lo descubrí en "Yo maté a Kennedy", pero más intelectualizado y parabólico, y después, cuando afronté la "novela policiaca", el personaje me era muy válido, pero lo convertí en más bruto, más vivencial. Lo utilicé en "Tatuaje", que nació casi como una broma. Fue una apuesta que hice con gente vinculada a "Libros de la frontera", y me encerré quince días fuera de Barcelona y escribí la novela. Fue una "boutade", un experimento. No me pareció satisfactorio, pero sí interesante, y luego ya hice "La soledad del manager", con más convencimiento, y ésta, "Al Sur", totalmente convencido de que tiene sentido.

—¿En tu definición de Pepe Carvalho hay muchos elementos tuyos personales?
—Muchos, no. Hay datos míos exagerados, que es lo que ocurre con casi todos los personajes de autor. Si me preguntan quién es Encarna, contesto a lo Flaubert que soy yo. La tensión entre Sixto y Encarna es la misma que uno lleva dentro entre el izquierdista domesticado y el izquierdista que se niega a domesticarse y que, como una tensión dialéctica, sirve para practicar una cierta mayéutica. En los personajes siempre está el autor camuflado, en plan travestí, pero siempre es el mismo autor modificando a un personaje que conoce.

—Tu afición por los viajes, que también tiene Pepe Carvalho (Carvalho es un perfecto guía), y tu afición por la gastronomía me recuerdan a veces a un hombre decimonónico.
—¿Cómo puedes combinar todos estos "placeres": viajar, comer, escribir, en una vida tan deshumanizada como la actual? Con una vida practicante imaginaria. He viajado mucho aprovechando ofertas o financiándomelo a plazos, porque es algo que me fascina, pero también por una fustración. Yo no tuve pasaporte hasta los treinta y un años y tengo una espina clavada por no haber sido un escritor español en París. No haber podido estar un año en París pasando hambre. Quiero hacerlo un día, pero no pasando hambre, porque en París se encuentran unos restaurantes de puta madre.

—Porque te gusta mucho comer.
—Me gusta comer y sobre todo beber. Utilizo esto en Carvalho de otra manera. Carvalho es un tragón, un ansioso; cuando está en crisis, en una situación de angustia, come como un desesperado. Yo distinguiría. Me gusta comer, pero no soy un obseso. Me interesa la cocina como la alquimia. Desvelar un misterio, con un ritual, una estética y la imprevisión del resultado. Por muchas cantidades medidas, precisas que pongas, un plato guisado es como una obra de cerámica, que el resultado siempre es una variable.

—¿Cocinas como "hobby" o como descanso?
—No separo los "hobbies" de la dedicación. Hay momentos en que estoy sepultado bajo montañas de compromisos laborales y me voy a la cocina y me pongo a guisar, aunque luego me tenga que quedar hasta las cinco de la madrugada para escribir esos artículos que al día siguiente reparto como las modistas reparten la confección.

—Tienes fama de serlo, de huraño.
—El otro día me lo preguntaron también en televisión y dije que es que había nacido en un mal año. Nací en el treinta y nueve.

—Y esa imagen de hombre tímido, esquivo e incluso con mala leche, ¿crees que corresponde de verdad a tu personalidad interior?
—Tímido, sí; lo que ocurre es que los tímidos cuando superan la timidez se vuelven un poco pesados. Para superarla necesito un poco de alcohol. Con dos vasos de vino logro romper el bloqueo que me he impuesto. Lo cual me hace cada vez tener más miedo al vino, porque en mi caso, y en el de todos, se reproduce lo del doctor Jekill y Mister Hyde. Stevenson construyó una parábola científica de que había encontrado la fórmula para dejar de ser el apacible señor Jekill y convertirse en el siniestro míster Hyde, pero yo creo que basta una botella de vino bueno.

—¿Tu compromiso con las ideas te ha llevado en algún momento de tu vida a una lucha interna muy fuerte?
—Sí. El compromiso con las ideas es el compromiso con la realidad y en saber que es la realidad político, social, histórica desde siempre. Eso se asume cuando nace ya en un mundo de víctimas, de una guerra civil. Es un compromiso que no le abandona a uno en la vida y que le lleva a buscar instrumentos para cambiar las cosas. El compromiso político es como un matrimonio que se hace con infinidad de personas que comulgan con tus mismas ideas. En muchos momentos, el funcionamiento o las actitudes del partido pueden chocar con tus posiciones o credo personal. Algunas veces te equivocas tú y otras se equivoca la institución, pero siempre ha funcionado en mí el que no se produjera la ruptura porque confiaba fundamentalmente en el instrumento.

—En este compromiso siempre has sido fiel.
—Fundamentalmente fiel.

—Y a tu compromiso con la vida.
—Dije una vez que no creía en salvaciones individuales y sí en la salvación colectiva. Mi ideología se podría resumir en dos versos de una canción de Machín: «Se vive solamente una vez. Hay que aprender a querer y a vivir». Y en este empeño creo que consumimos todo el tiempo que Dios nos da sobre la Tierra.

—Te sirven las tonadillas como filosofía, los versos de Rafael de León y las canciones de Concha Piquer para desglosar casi siempre tus teorías, ¿pero por qué te gustan tanto las canciones "populacheras" de antes?
—Porque son mi pasión infantil. Los seriales radiofónicos, las canciones que oía. Me di cuenta también de la necesidad de arte y de literatura que unos, en aquel tiempo, la saciaban leyendo a Elliot y otros escuchando a Concha Piquer.
    Las canciones de entonces me revocan un paisaje y como eran canciones de una época aterida, muy frágil, muy sensible, en esas canciones hay una gran ternura que refleja un substrato triste. Letristas como Rafael de León eran una maravilla si haces un análisis sentimental literario de sus canciones.


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