M.V.M.

Creado el
28/4/1999.


Más sobre Y Dios entró en La Habana:

1) Entrevista con el escritor

2) Reseña de Manuel Leguineche

3) Reseña de Jordi García

4) Reseña de Margarita Rivière

5) Reseña de J.J. Navarro Arisa

6) Artículos de MVM sobre Cuba


La siguiente revolución

ANA SALADO

ABC cultural


Tan sólo hay dos grandes ausentes en este libro de tan numerosas presencias. Ni Dios, siquiera a través de su representante en la tierra, ni Fidel han podido, al parecer, ser entrevistados junto a la nomenctatura, los cercanos e incluso algún distante personaje con cosas interesantes que decir sobre la revolución cubana. Dios es quien da a Vázquez Montalbán la oportunidad y el título del libro; Fidel también forma parte de su portada, compuesta sobre esa foto tan impresionante que le hicieron para Paris Match, tomada desde abajo para que parezca un gigante. Y, efectivamente, uno puede imaginarlo así, dominando un mundo legendario y nebuloso sobre el que desde fuera caben muchos pareceres y ninguna certeza y desde dentro muchas certezas y ningún parecer. También después de este libro.

Dios entró en La Habana ahora hace un año. Antes había sido para la revolución, durante mucho tiempo, el opio del pueblo, como decían del fútbol, en España, los opositores al franquismo. Más tarde también a los cristianos de Cuba se les permitió ser miembros del Partido Comunista. Y hoy, hasta pueden coincidir los discursos. Derruido el imperio socialista y entronizado en el mundo el pensamiento único, ni siquiera la Teología de la Liberación entraña ya un auténtico reto para el Vaticano, y el Papa, mientras no le toquen los anticonceptivos y el aborto, puede darse el gusto de criticar al capitalismo feroz y clamar por la justicia social. El campo nunca estuvo tan libre para pastorear el rebaño.

Y ese campo, el de Cuba y el del mundo de la globalización, es el que en definitiva interesa a Vázquez Montalbán. El escritor pregunta y se pregunta una y otra vez sobre la situación creada tras la desmantelación del bloque socialista —algo que decididamente no le perdona a Mihail Gorbachov— y sobre cómo la isla puede integrarse de manera digna y conservadora de sus conquistas, en ese mundo global. Son muchas, muchísimas, las voces que responden a ese requerimiento. Desde dentro, personas con altas responsabilidades en la revolución o que han estado cerca en momentos definitivos de su historia: Eusebio Leal, Carlos Lage, Abel Prieto, Alarcón de Quesada, Alfredo Guevara, García Pleyán... Desde fuera, gente que ha tenido la oportunidad de trabajar con lo que el propio Vázquez llama la nomenclatura, españoles en su mayoría, como Felipe González y Solchaga. Y también disidentes como Gutiérrez Menoyo, Jesús Díaz... En torno al viaje papal propiamente dicho, las posiciones de la Iglesia católica y el encuentro, que no encontronazo, con el régimen cubano, discurren eclesiásticos de Cuba, el vicario de La Habana Carlos Manuel Céspedes, y los vaticanos Etchegaray y Navarro Valls.

Muchas voces que pintan un riquísimo panorama de la opinión y la política en Cuba, algunas verdaderamente brillantes, todas dignas de ser escuchadas y limpias —gracias, Vázquez Montalbán— de tópicos, pero que, en sintonía con esfe fin de siglo de general confusión, poco aclaran sobre el futuro, pues en estas setecientas páginas nadie se atreve a plantear ni una sola propuesta real, ni un solo vaticinio, al sí muy real problema cubano.

Seguramente por eso busca nuestro escritor el futuro de la revolución en otra parte, que no es sino la selva Lacandona, Chiapas, y allí tenía previsto encontrarse con el subcomandante Marcos antes de que la matanza de Acteal —cuenta— hiciera imposible la cita. En Chiapas la revolución la están haciendo los indígenas, cuyo movimiento representa en los foros internacionales la también entrevistada, y prudente, Rigoberta Menchú. Pero se nota que Vázquez Montalbán va en busca de otro testimonio, del testimonio del líder alzado en armas en esa otra Sierra Maestra donde está claro que ha habido y hay injusticia, hambre, racismo para teorizar cualquier «insurgencia esencial».

Lástima que, en vez de una de las interesantes entrevistas que nuestro autor obtiene en este libro, tengamos que conformarnos con una muestra más de la habilidad epistolar, tan mexicana, del subcomandante. La verdad es que, después de setecientas páginas de análisis de la política mundial, vienen poco a cuento los jueguecitos literarios de este particular guerrillero al que ni en los ensayos sesudos encontramos exento de tramoya.

Pero, expresamente o por correspondencia, lo cierto es que Vázquez Montalbán encuentra en Chiapas y en el movimiento indigenista el único futuro posible de la revolución anticapitalista, el único rincón aún no dominado por el pensamiento único, el porvenir de la insurgencia. Ya lo escribe él para rematar. «En Cuba los atlantes del futuro serán, sin duda alguna, negros o mulatos». Y nosotros que lo veamos.


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