M.V.M.

Creado el
27/1/1999.


Más sobre Y Dios entró en La Habana:

1) Entrevista con el escritor

2) Reseña de Manuel Leguineche

3) Reseña de Jordi García

4) Reseña de J.J. Navarro Arisa

5) Reseña de Ana Salado

6) Artículos de MVM sobre Cuba


La encrucijada cubana

MARGARITA RIVIÈRE

La Vanguardia, Libros, 27 / 11 / 1998


    ¿Qué pasa cuando Dios, de la mano del Papa, entra en La Habana, feudo de aquel demonio marxista llamado Fidel Castro? ¿Qué sucede cuando Dios y el demonio descubren no sólo determinadas afinidades, sino que se caen mutuamente simpáticos? ¿Qué ocurre en ese momento en que socialismo y cristianismo, dos grandes dogmas del siglo, se miran con benevolencia y comparten tantos intereses que hasta parecen capaces de olvidar la antigua competición por el control de los espíritus? ¿Por qué sucede esto y qué consecuencias tiene para el mundo y para las ideas que lo mueven? Todas estas preguntas encuentran la respuesta de la complejidad, que es la única posible, en este magnífico y desbordante reportaje que Manuel Vázquez Montalbán ha convertido en la parábola del final del milenio, en la crónica de un cambio anunciado y en el relato certero de la encrucijada cultural del presente global: es decir, que todo lo que sucede entre Cuba y el Vaticano, que no es poco, entre el socialismo y el cristianismo, nos afecta a todos directamente.
    La visita del Papa a Cuba y la encrucijada cubana del final del castrismo son el escenario sugerente, cambiante y misterioso en el que se desarrolla la acción y el pretexto para la indagación, persistente, incansable, de Montalbán, quien, como un Sherlock Holmes del pensamiento, arriesga a pasearse por el borde del abismo donde se juntan política y religión, el sentimiento y la razón, la fe y la convicción, el dogma y la herejía. Con esos ingredientes, Montalbán pone la lupa, una ambiciosa lupa de precisión, sobre todos los tópicos que recorren ese gran tabú del siglo: el encuentro, posible, entre el cristianismo y el socialismo, entre la solidaridad cristiana y la solidaridad comunista, es decir, entre lo que hasta hace poco y pese a notorias excepciones ha sido tenido como el vano empeño de juntar el agua con el aceite. Y los tópicos más solidificados sobre lo que era bueno y lo que era malo a uno y otro bando caen desmenuzados cuando Montalbán, en la mejor tradición del periodismo a la antigua y sin límites de espacio, nos sitúa en la perspectiva del calidoscopio.
    Estamos, pues, ante un texto que habla de Cuba, pero habla, igualmente, del Vaticano. Habla de Fidel Castro y su sucesión, pero habla del Papa polaco y su herencia. Habla del experimento cubano, su transformación y su desarrollo en el futuro y del papel que la Iglesia católica desempeña en esa evolución. Y no sólo habla de ellos: habla de la historia del siglo, del peso de Estados Unidos, sus dólares y su política, habla de los soviéticos transformados en rusos y habla de los españoles y su relación casi enfermiza con Cuba. Y habla de la derecha y de la izquierda y de esa coyuntura del presente: "La crisis del paradigma socialista, pero también el descrédito del paradigma capitalista coincidente con su más alto punto de hegemonía".

    Vázquez se introduce en este laberinto con un paseo por La Habana que recorre de la mano de la historia más insólita y menos convencional de la revolución, y de las contradicciones evidentes que el experimento castrista ha instalado entre sus habitantes, que viven en esa esquizofrenia que produce el odiar y amar, a la vez, la cultura del dólar y la de la utopía revolucionaria y que les ha dejado con una economía en quiebra que fuerza a los jóvenes al "jineterismo" pero sin perder el orgullo de una identidad singular.
    Mezclando la crónica de viaje, el reportaje, la entrevista y las impresiones personales, Vázquez descubre a ese Fidel Castro, un revolucionario de origen burgués, un mito que se ha sobrevivido a sí mismo que hoy es "un anciano con barbas" al cual le gusta el Papa porque "Juan Pablo es el dolor de cabeza del imperialismo". Y descubre a ese Papa que es capaz de decir que "el capitalismo necesita una profunda revisión ética" y se rodea de cardenales e intelectuales capaces de sopesar las consecuencias que, también para la Iglesia católica, tiene una aproximación al último bastión del socialismo real.
    Montalbán desvela en el texto anécdotas e historias significativas como ésta que cuenta Navarro Valls sobre la familia Castro: "En una habitación del palacio presidencial, después del encuentro del Papa con Castro, sin cámaras de televisión ni de fotografiar, estaban los dos hermanos Castro y las dos hermanas. Y se produjo el mínimo que pude referir a la prensa: Sí, el encuentro ha tenido lugar y puedo contar una anécdota. Raúl Castro le dijo al Papa: 'Santo padre, esta mujer —su hermana— siempre soñó con darle un abrazo al Papa'. Y el Papa dice 'ahora mismo', y la otra se le echó al cuello con lágrimas en los ojos. La actitud externa de Castro era emotiva, ¿en qué medida combinaba la razón política con la razón humana y con la razón íntima?".
    O este chiste que le contó al escritor el máximo jefe de seguridad cubana, el mítico Piñero "Barbarroja", según el cual el espía de la CIA enviado por Nixon, Reagan y Clinton para saber lo que pasa en Cuba informa: "Señor presidente, no hay desocupación pero nadie trabaja. Nadie trabaja pero según las estadísticas se cumplen todas las metas de producción. Se cumplen todas las metas de producción pero no hay nada en las tiendas. No hay nada en las tiendas pero todos comen. Todos comen pero también todos se quejan constantemente de que no hay comida y de que no tienen desodorantes. La gente se queja constantemente, pero todos van a la plaza de la Revolución a vitorear a Fidel. Señor presidente, tenemos todos los datos y ninguna conclusión". Algunos pensarán que es un chiste, otros que es puro reflejo de los milagros que suceden en el castrismo, Montalbán no apostilla nada, pero quienes conocemos aquella realidad vemos ahí descritas sus contradicciones cotidianas más obvias. Este tipo de detalles se cruzan, con maestría con el análisis, variopinto y plural que de la encrucijada cubana hacen personajes de la ortodoxia castrista, pero también de la disidencia y el exilio, líderes espirituales cubanos y vaticanos y también políticos españoles que raras veces han hablado de la cuestión como el ex ministro Carlos Solchaga, comisionado por Felipe González en misión a la isla y el propio Felipe González quien, por una vez, habla a tumba abierta en una larga y apasionante entrevista. González, que opina que Castro "es un anarcocristiano", revela, como de pasada pero con todos los datos, cuál fue el papel de los soviéticos en Afganistán: "Hacer el trabajo sucio para nosotros pero también para Occidente", en palabras del ministro de Exteriores Gromiko, o una interesante conversación sobre Cuba con Ronald Reagan.
    En "Y Dios entró en La Habana" se discute de ideas, de dogmas, de economía y del futuro de la izquierda, pero queda muy claro que estas son cuestiones de hombres: con la excepción algo tópica de Rigoberta Menchú, Vázquez Montalbán sólo ha hablado con hombres. ¿Por qué? ¿Es que no tienen opinión sobre todas estas cosas las mujeres? ¿Se concibe el futuro, cualquier futuro, sin ellas? Que en el Vaticano las mujeres no cuentan es cosa sabida, pero en el caso cubano, como se explica en el libro, la revolución la hicieron también mujeres notables y hubiera sido interesante conocer, por ejemplo, la visión que hoy pudiera aportar Vilma Espín, presidenta de la poderosa organización de mujeres cubana y ex mujer de Raúl Castro, que vivió todos los acontecimientos descritos desde la primera fila.
    Pero nos quedamos sin saber lo que opinan las mujeres y ésa es la principal laguna de ese espléndido calidoscopio en el que se dibujan todas las demás posiciones enmarcando el futuro. Que el libro acabe en Chiapas, con el comandante Marcos, resulta también algo cogido por los pelos y sólo explicable desde el punto de vista de la progresía más convencional, aunque quizás anuncia por dónde van a seguir los intereses de Vázquez Montalbán en próximos trabajos. ¿Continuará?


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