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TIPOS DE INTERÉSVázquez Montalbán, la fe del escépticoMÀRIUS CÀROLLa VANGUARDIA MagazineMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN se define a sí mismo como un escéptico. El escepticismo no solamente una teoría del conocimiento, sino una actitud moral ante la vida. En este sentido, el escritor puede definirse como tal, pues sabe que las certezas, como los flanes, hay que dejarlas al baño maría, porque no les van bien las cocciones aceleradas. De todos modos, el "nada es verdad" del escéptico encierra su propia contradicción, pues supone que lo que él dice es verdad y por lo tanto ya algo es verdad. A veces, algunas reflexiones del columnista se deslizan por esta pista de bobsleigh de la verdad de la lucha final, pero al menos hay que reconocerle la sinceridad del que nunca se ha cambiado la chaqueta, aunque haya adelgazado por los disgustos del colesterol y por los sinsabores de la política. De todas maneras, el primer escéptico de la historia, Pirrón de Elis, nunca escribió nada, mientras su último discípulo produce a una velocidad de vértigo. Y es que la Providencia repartió cerebros entre los mortales, pero a Vázquez Montalbán le dio un "software" que convierte a los inventos de Billy Gates en memorias esclerotizadas. El "hardware" del escritor tiene bigote, una calva que lleva con resignación y unos ojos tristes. Pero procesa documentos a la velocidad del rayo. Si el confort es estar tumbado en el sofá, este tipo tiene una pésima calidad de vida, a pesar de su torre en Vallvidrera y su masía en Cruïlles. Se diría que es un obrero de la literatura o un productor, que es el título cinematográfico que les puso Franco. A este tipo no se le puede dar un bolígrafo, pues es capaz de escribir un relato en el forro de la corbata; es más, el "Informe sobre la información", que se convirtiÓ en el catecismo de los estudiantes de periodismo en los setenta, tuvo como despacho una celda de la prisión de Lleida. Cocinero antes que fraile, arrastra la frugalidad de quien ha cometido excesos entre pucheros, donde algunos descubren a Dios y él se encontró con un infarto. Así que enseña a cocinar a otros disfrazado de ese Maigret de las alcantarillas de la Rambla que es Pepe Carvalho. Y es que todos tenemos nuestro Carvalho en el armario, como una sombra que nos asalta, como la travestización con alcanfor de Pepito Grillo. Un personaje construido con fantasías y fantasmas, esperanzas y desesperaciones; un perdedor al que a veces disfrazamos de héroe para que la cotidianidad no se nos atragante como un hueso de aceituna sevillana. Vázquez Montalbán fue nuestro placer solitario en la recta final de franquismo, cuando era leído como "gurú" de las libertades en las páginas de las revistas "Triunfo" o "Hermano Lobo"; un cuarto de siglo después seguimos enganchados a su pluma mientras acumula premios millonarios. Este escritor, que igual se descuelga con una novela, unos poemas o una columna periodística, no ha perdido con los años ni su timidez ni su ironía. Asegura que ha escrito más que ha vivido, por eso ha podido imaginarse que había matado a Kennedy y maquillar la ciudad satélite de Sant Ildefons como isla de los mares del sur. Ese culé irremediable sabe que el Barça es una de sus señas de identidad y que su patria son las patatas a la riojana. Que si están bien hechas no son cocina regional, sino un ensayo filosófico. |