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Encarna ataca de nuevoMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNTriunfo, 18 / 6 / 1977He mantenido a Encarna al margen de mi vida durante casi toda la campaña electoral porque es muy bestia, y me temía que aprovechara mis debilidades y utilizara la Capilla Sixtina como correa de transmisión de sus extremosas tesis políticas. Me comprenderán si les digo que durante toda la campaña electoral Encarna mantuvo colgado en la puerta de su piso un cartel en el que se decía:     "No quiero arrepentirme después     de lo que pudo haber sido y no fue...".     Lo cierto es que nada más acabar la jornada electoral del 15, Encarna llama a mi puerta.     —Bueno. No se quejará. Le he dejado tranquilo todos estos días. No era necesario ser una lumbrera para darse uno cuenta de que usted me apartaba de su vida como si yo fuera una apestada.     —Encarna, me limitaba a evitar pugnas dialécticas inútiles.     —No. Si a mí me ha ido fetén. Mire mis manos. No tiemblan. Tranquilas. Serenidad. Tranquiliad. Buenos alimentos. Eso es lo que me he autorrecetado ante el cariz que tomaban las cosas. Porque no me dirá usted que la campaña electoral esa no ha sido un cachondeo marinero. Todos prometían lo mismo. Todos eran demócratas y progresivos. Todos con el truquito fácil de gritar de vez en cuando contra "Alianza Impopular", y ya tenían el aplauso asegurado. Han quedado retratados, retratados, sí señor.     — Encarna. La reeducación política del pueblo español ha exigido un cierto esquematismo, pero...     — ¿Un cierto esquematismo? ¿Un cierto es-que-ma-tis-mo dice usted? Pero si al final los demócratas se han cabreado entre sí porque nadie respetaba las mínimas verdades abstractas que configuran una opción política. Los comunistas querían aparecer como socialistas moderados. Los socialistas como moderados socialistas. Los socialistas moderados como socialistas sin demasiadas moderaciones. Con democracia y reforma fiscal todo se arreglará. Pues para eso voto yo una candidatura democrática de inspectores de Hacienda. Ya está. Voy a fundar un partido: el IHD (Inspectores de Hacienda Democráticos). Ya tengo partido político. Las próximas elecciones nos las llevamos de calle.     — Veo que la evidencia de los hechos no significa nada para ti.     — Insisto en que las evidencias no tienen por qué ser coincidentes para usted y para mí.     — Encarna, no seas monotemática. Estoy del tema político hasta la coronilla. Desintoxiquémonos. Hablemos de otra cosa. Te invito a cenar.     — ¿Dónde?     — Aquí. Encenderé las velas. Nos tomaremos la última botella de Montecillo que conservo y, si quieres, un champán francés discreto y muy frío.     — ¿Y luego bailaremos muy juntitos, don Sixto? ¿Machín quizá?     ¡Dios de los soviets! ¡Ésta puede ser mi noche! Pongo valor en mi voz cuando le pregunto:     — ¿Qué quieres bailar, Encarna?     Y la muy bestia se pone a dar saltos y a cantar:     — ¡Queremos pan, queremos vino,         queremos a Fraga colgado de un pino! 1) Las ruinas de Palmira 2) La boda de Encarna 3) Freud y yo |