M.V.M.

Creado el
3/12/97.

R.E.
Ramón de España.
(Foto C.Bautista)

SOSPECHOSOS HABITUALES

Eternamente Manolo

Ramón de España*

EL PAÍS Cataluña, 23/2/1997


Veinticinco años con Carvalho y toda una vida con Manolo. A esta conclusión ha llegado quien esto firma en plena celebración de los cinco lustros que lleva el detective creado por Vázquez Montalbán haciendo las delicias de los aficionados a las novelas policiacas y los recetarios de cocina. ¿Toda una vida con Manolo? Pues sí, la verdad. Manolo ha estado ahí desde que uno tiene uso de razón, se ha convertido en una presencia familiar y en un referente sociocultural con el que a veces estás de acuerdo y a veces no. Manolo el intransigente, le llama Forges. Manolo el eterno, diría yo. Y Dios nos lo conserve muchos años, añado si pienso en otros eternos cuyos nombres me callo aunque llevan toda la vida amargándome la existencia desde sus columnas periodísticas, sus púlpitos radiofónicos y sus programas de televisión.

Manolo siempre ha estado ahí, pero yo estuve mucho tiempo ignorando su presencia. Cuando estudiaba periodismo en Bellaterra, el papá de Carvalho era un ídolo para todos mis amigos rojos. Recuerdo que una tarde nos colamos unos cuantos en su coche, de regreso a la civilización, y se produjo un silencio admirativo que yo, desde mi ignorancia, me encargué de romper con una serie de comentarios chuscos sobre la calidad de la enseñanza. "¡Nos ha traído Vázquez Montalbán!", dijo alguien al final del viaje. "¿Y qué?", repuse yo con esa insolencia propia de la juventud marginal de la época, la que no leía a Vázquez Monalbán porque devoraba a Tom Wolfe y a Hunter S. Thompson, la que escuchaba a Lou Reed en vez de a Raimon, la que pasaba de la libertad, la amnistía y el estatuto de autonomía en beneficio del sexo, las drogas y el rock and roll.

Sí, amigos, supongo que me creía muy listo en esa época con mis discos de Sisa y mis cómics de Robert Crumb. Supongo que aún no me había integrado en ese mundo real en el que ahora, más o menos, me hallo inmerso. Un mundo más confuso pero menos maniqueo en el que la gente puede ir un día a ver Asaltar los cielos y al siguiente Marte ataca sin que se formen bandos irreconciliables cuyos miembros se acusen, respectivamente, de maldito rojo y de lacayo del imperialismo.

En ese mundo confuso coincidimos a finales de los ochenta Manolo y un servidor por medio de una entrevista periodística. El escritor acababa de publicar una novela que a mí me había gustado mucho, Los alegres muchachos de Atzavara, y la revista para la que trabajaba me envió a darle conversación a su autor. Me avisaron, eso sí, de que Manolo no era más antipático porque no se entrenaba, así que llegué al bar en el que habíamos quedado cargado de prevenciones. Allí descubrí que Manolo no era el monstruo que me habían vendido, sino un hombre de una timidez tremenda que parecía desconfiar de los entrevistadores. Empezamos mal y lento, pero la cosa fue mejorando y acabamos manteniendo una conversación que, por lo menos para mí, resultó estimulante.

Volvimos a coincidir un tiempo después en un programa de televisión en Madrid, y ahí fue cuando desperdicié la única oportunidad que he tenido hasta ahora de conocer al hermético Manolo. Íbamos en un taxi hacia el centro de la ciudad intercambiando comentarios obscenos sobre una periodista cultural madrileña prácticamente analfabeta cuando Manolo propuso ir a tomar una copa. Yo había quedado con una amiga a la que empezaba a considerar la mujer de mi vida (luego descubrí que no lo era) y decliné amablemente la invitación. Creo que metí la pata. Tenía una oportunidad para conocer mejor a alguien que siempre había estado ahí y del que podía aprender cosas, alguien al que había ninguneado desde mi preposmodernidad y con el que me hubiera apetecido hablar de no haber mediado la debilidad de la carne.

No he vuelto a tener otra. Así que sigo cruzándome con Manolo, sigo intercambiando monosílabos con él, sigo leyendo sus artículos y sigo sin saber quién es. Sé quién dice ser: el grafómano multimedia, izquierdista irredento, culé de pro, presentador infatigable de libros ajenos y agitador sociocultural incómodo pero respetable. Pero me gustaría conocer algún día al polaco en la corte del rey Juan Carlos al que intuí una noche en un taxi madrileño.


*Ramón de España es periodista y escritor. Sus pasiones son el cine, el rock y los comics. Es uno de los personajes más de moda en Barcelona.
El reciente libro de Anagrama Sospechosos habituales, prologado por Eduardo Mendoza, recoge las columnas que, bajo el mismo título, Ramón de España publicó en la sección Cataluña de El País entre 1996 y 1997.
Su última novela es La llamada de la selva, en la que parodia a Vázquez Montalbán.