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Sobre los falsos testimonios contra Don Ramón Franco BahamondeMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEl País, 29 / 8 / 2003Carta a Su Excelencia el Jefe del Estado en el primer año triunfal de la Ley Orgánica (según documento aportado por Manuel Vázquez Montalbán, autor de Autobiografía del general Franco). Sobre la desgraciada desaparición de su hermano pilotando un avión que al parecer se proponía bombardear Barcelona, sólo puedo decirle, más de veinticinco años después, que el mismo desorden que organiza la vida de don Ramón parece llevarle hasta la muerte. En vano escuadrillas españolas e italianas ubicadas en la base de las Baleares sobrevolaron los mares en busca del menor resto de una previsible catástrofe. El mismo hombre que fue capaz de realizar la primera travesía del Atlántico a bordo de aquella escasez de avión llamado Plus Ultra o de ser rescatado por un barco inglés de las aguas del mismo océano a donde había ido a parar en otra travesía atlántica, Los Alcázares-Washington, no había podido sobrevivir a una simple operación de bombardeo de la Barcelona roja, si es que éste era su real objetivo. No desconoce Vd., Excelencia, las escasas simpatías que su hermano suscitaba entre compañeros de la Fuerza Aérea del glorioso ejército nacional, por sus veleidades del muy cercano pasado, cuando fue un pionero de la subversión capaz de sobrevolar el Palacio Real para insinuar un bombardeo o se fugó de prisiones militares en tiempos de la monarquía para conspirar desde París a favor de la II República Española o consiguió acta de diputado por Esquerra Republicana de Cataluña, formación separatista, antiespañola y esencialmente antimonárquica, enfrentada a un trono en decadencia... Su hermano llegó a decir que estaba contra la vieja política, consecuencia de la Restauración, que sólo trata de salvar a una monarquía insalvable... No le extrañe a Su Excelencia que los enemigos de España resalten frases epistolares de esta guisa: ... el soldado y el oficial se pondrán al lado del pueblo para ayudarle a sacudir sus yugos legendarios y hacer justicia, la verdadera justicia, la justicia popular ... Una república moderada es la única solución a todos estos males... Dices en tu casa que la izquierda es mercancía averiada: Mercancía y bien averiada son las derechas: ¡Ya hemos visto cómo se vendían o alquilaban!... Los alumnos de la Academia Militar que diriges necesitan clases de ciudadanía ¡Mal podéis ser vosotros los que la inculquéis! En la misma línea se citaron también párrafos de otra carta famosa de don Ramón, la dirigida al último dictador previo a la República, el general Berenguer, al que comunica su proyecto de trasladarse al extranjero para luchar desde allí por la proclamación republicana... Deseo que siga Vd. cosechando desaciertos en su tortuoso camino de gobernar. Recuerdo a Su Excelencia especialmente preocupado por las noticias que le llegaban sobre la conducta de su hermano, en el que se había producido una diabólica ruptura entre el alma y el cuerpo y en cierto sentido entre el bien y el mal. Su vida sexual demasiado liberal y los raptos de nobleza de alma y puños que le llevaban a ser excesivamente pendenciero complicaban el retrato de aquel joven militar antaño tan prometedor, ahora dedicado frecuentemente al nudismo o a ir por esos mundos sin otro vestuario que una chilaba y predicando militarista y revolucionario, a contracorriente del sano militarismo aplicado a intervenir en defensa del orden cuando fracasa en este empeño el frágil poder civil. Era público y notorio que en cuanto tomaba dos copas, y sobre todo cuando tomaba más de cuatro, el gran héroe del Plus Ultra se ponía a cantar La Marsellesa y el Himno de Riego, especialmente en su versión más anticlerical: Si supieran los monjes y frailes la paliza que les vamos a dar / subirían al coro cantando ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Cumplió Vd. como un buen hermano cuando le defendió incluso en los momentos de conducta más aciaga y protestó ante los generales Berenguer y Mola porque había permitido la difusión de graves insultos contra D. Ramón. Y más tarde, ya producido el glorioso Alzamiento nacional, desterrado en Washington su hermano en un simbólico cargo de agregado de la Embajada de la España republicana, Vd. aceptó sus deseos de desandar tan mal camino y regresar a la ciudad del Bien escapando de la ciudad del Mal, según las metáforas de san Agustín que habían hecho posible la plasmación simbólica de las dos Españas enfrentadas en la Guerra Civil. Los que actuamos como directores espirituales de aquella peripecia, joven capellán yo entonces en servicios especiales en Estados Unidos, supimos de los duros enfrentamientos que Vd. tuvo con los jefes de la aviación nacional, muy especialmente con Kindelán, que jamás había perdonado a don Ramón el aire de superioridad y desprecio con que había contemplado a los militares leales a la monarquía y a España. Especialmente duros aquellos momentos en que le designó jefe de la zona aérea de las Baleares, fundamentalmente para las operaciones de castigo sobre Cataluña. Era don Ramón en Palma de Mallorca un jefe sitiado por la incomprensión de buena parte de la oficialidad española y mal conectado con la italiana, siempre tendente a obedecer más a Mussolini que a la dirección de la Cruzada: que Su Excelencia ejercía desde Salamanca y Burgos. Aunque los años habían moderado algo el talante de su hermano, a veces no contenía la lengua a tiempo cuando se aplicaba a resucitar la memoria de los tiempos de transgresión que siguieron a los de fructífero y patriótico aventurerismo, y a esos excesos se debe la leyenda de que había muerto en un accidente provocado por sus propios compañeros de armas. Refugiado en su vida familiar, a veces viajero a Madrid para despachar con Su Excelencia, algo de robinsonianos tuvieron los últimos meses de su vida, acuciado, según sus allegados, por una cierta mala conciencia por las mortandades que causaban las razzias aéreas contra Cataluña y Valencia. Resucitaba así el buen corazón de aquel hombre que en sus años revolucionarios había sobrevolado el Palacio Real sin atreverse a bombardearlo por estar los jardines llenos de niños ajenos a la pelagra monárquica. Puede Vd. rechazar con toda contundencia las acusaciones activadas por los enemigos de siempre sobre la responsabilidad de su hermano en los famosos bombardeos de Barcelona que en 1938 causaron la muerte de doña Julia Gay de Goytisolo, madre de escritores españoles hoy empeñados en hacer al franquismo responsable de aquel desgraciado accidente atribuible sólo a la lógica de la guerra. Cuando se produjo este hecho, don Ramón ya había desaparecido y no es Vd. responsable, Excelencia, de que a la desdichada doña Julia le salieran los hijos escritores más o menos buenos. Al fin y al cabo, bombardeábamos Barcelona en parte gracias a la generosa ayuda económica de buenos catalanes en el exilio como los señores Ventosa o Cambó, conscientes de que quien bien te quiere te hará llorar, y ellos amaban Cataluña como su Hermano, Excelentísimo Señor, amaba el Destino. Como los mejores, aunque a veces más equivocados condottieros. Máximo, obispo de Cofras y capellán castrense. |