M.V.M.

Creado el
17/2/2002.



Juan Marsé o las arbitrariedades de un mirón,
prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a

Señoras y señores

de Juan Marsé, editado por Planeta, Barcelona, 1977


    El mirón se asoma a las ventanas, a los escaparates, a los escotes del mundo y deja una mirada, a veces incluso un mordisco. Porque este mirón tiene la mirada dentada y sus ojos mastican al farsante correoso o de entre sus dientes sale una lengua cansada y caliente para recorrer las geografías de las preciosas ridículas o no. Juan Marsé ha aportado a la novela española el personaje de Pijoaparte, marginado social caprichosamente asomado al mundo de los ricos y de los cultos, de los prestigios y los prestidigitadores, con el desdén de los pulgares que asoman de los bolsillos del pantalón y los zapatos domingueros de puntera siempre dispuestos a cambiar de espectáculo, drogadicto de gestos ajenos, cuanto más lejanos mejor. Personaje y autor se falsifican mutuamente, continuamente, alternativamente y recorren juntos una vida de escrituras, críticas insuficientes, letras bancarias, años estúpidamente bisiestos, mirando autor y criatura siempre de reojo el mundo, como los chulos de barrio y los cobradores de autobús desde que los han convertido en animales sentados.
    Hacía falta un mirón dentado y despegado para crear una de las secciones más brillantes de las publicaciones periódicas españolas de todos los tiempos; una sección que se ha convertido en género: retrato literario, lectura en las rayas de los rostros y los gestos. Marsé ha leído a sus personajes a partir de un alfabeto moral sumamente duro contra la falsificación de los valores masculinos y sumamente blando con la exageración de los valores físicos femeninos. Pijoaparte estaba obligado a ser implacable con los hombres y Marsé estaba obligado a expresar esa sed de hembra con la que los españoles se levantan y se acuestan, nacen y se mueren, una sed de hembra cultural y vergonzante, como el culto a la madre que nos parió y el respeto por los callos a la madrileña. Creo que esa fascinación por la hembra se forja desde el mismo momento en que por primera vez nos dicen: "Las nenas no se tocan", flagrantemente sorprendidos en el instante de ponerle una inyección de nada a la vecinita de enfrente.
    En estos retratos Marsé ha tomado un claro partido por las mujeres. Han salido mucho mejor paradas que los hombres. Marsé siempre encuentra un hombro hermoso a tiempo o un seno, sea el derecho o el izquierdo, o simplemente una caída del cabello para introducir alabanza o piedad en sus retratos integrales de mujeres. En cambio, a los hombres los lidia y los parte en canal con una fiereza de guerrillero del espíritu, consciente de que se enfrenta a animales peligrosos que han hecho de este mundo un extraño territorio sólo apto para mataderos, mercados y catedrales de la estupidez.
    En cuanto a su técnica hay que decir que está educada por veinte años de dedicación novelística, a lo largo de los cuales el autor ha conseguido escribir dos de las mejores novelas de la postguerra: Últimas tardes con Teresa y Si te dicen que caí. Todo lo que ha aprendido Marsé en el arte de describir cosas y personas, y, a través de esa descripción, reflejar la pose de una sociedad, sus tics unas veces llamados valores y otras costumbres, lo ha aplicado en esas pequeñas síntesis geniales que han sido sus "Señoras y Señores". Cualquier lector puede opinar que ha hecho retratos excesivos y a veces retratos injustos, pero nadie podrá decir que no sean retratos hermosos, con esa belleza que consigue el lenguaje cuando se convierte en la segunda piel ceñida a los hombres y las cosas.
    El autor, anarquista por lo libre, ha guardado para el final de su obra dos retratos clave para comprender en gran manera su actitud moral ante los protagonistas del mundo. Los odios, esos feroces odios de Pijoaparte, se concentran especialmente sobre los que se han atribuido el papel de dueños de la vida y de la historia: vida que para Marsé sería una tarde de verano, un vaso de vino, una muchacha y, en el horizonte del Panadés, Marylin Monroe hablando del tiempo con José Antonio Girón; la Historia, que para Marsé sería convertir a Kissinger en palanganero de cena política. Y también un retrato da la clave de los amores secretos de Juan Marsé: esa mujer víctima del hambre que le ha impedido carnes hermosas. Esa exmujer. Esa víctima. Las víctimas.