M.V.M.

Creado el
11/05/2018.


Prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a

Blanco

de Ángel Montoto, Ultramar editores, Madrid, 1982


Cuando Ciro Alegría escribió "El mundo es ancho y ajeno" no existían los vuelos charter, ni los tours operators, ni la mundo-visión. Hoy ya podemos hablar de una conciencia de globalidad, de una conciencia de aldea global, en afortunada expresión de Marshall Mc Luhan. Este primer factor hace posible una conciencia receptora para la novela que prologo. El segundo factor es que el autor de la novela se llama Ángel Montoto, reportero en su día de una de las pocas publicaciones españolas capaz de enviar a alguien a Kenya, Tahilandia o Yemen del Sur para hacer "un reportaje"; riqueza de lujo, como dirían los redundantes, que ha sido una de las claves del éxito de Interviu.

Ángel Montoto tiene un conocimiento directo de los escenarios que describe y cuenta con la complicidad de un público cada día más consciente de que la corriente de aire que se inicia en Nueva Delhi provoca constipados en Ohio o Betanzos. Como periodista, Montoto conoce los centros de poder real que hay en este mundo y elige cuatro, sin duda los más activos en este momento histórico: los dos bloques imperiales (el soviético y el americano), el Vaticano y el centro islámico, más o menos, mejor o peor instrumentalizador del maná petrolero. Ángel Montoto sabe que por debajo de los grandes salones donde se negocia circulan las cloacas de los servicios secretos, de la violencia ahogada y que ese submundo tiene reglas propias, determinaciones que de pronto ascienden de las cloacas y se concretan en hechos de asfalto, salón e incluso cámara privada. La ficción que nos propone pasa de los salones del Vaticano a las cloacas del Vaticano y esa dialéctica salón-cloaca de la Historia permanece en cada pliegue de esta excelente novela de aventuras... posibles. Y ya es mérito conseguir el efecto de la posibilidad de la aventura en un mundo en el que se ha decretado el final de la aventura. Me permitiré el desliz de anticipar que uno de los alicientes de esta novela es saber si matan al Papa o no le matan ¿a qué Papa? Naturalmente al actual, sin duda alguna un Papa condottiero que se ha metido en la Historia con decidida voluntad de temporalidad, una temporalidad a la que los Papas aparentemente habían renunciado desde que perdieron el Estado Vaticano a manos de los nacionalistas italianos decimonónicos.

Pero además en esta obra la aventura se pone al alcance de los españoles, no al alcance de todos los españoles, pero sí al alcance de unos cuantos. Vindicación necesaria, aunque no rebase las fronteras del reino de la imaginación, porque ya estaba la conciencia del país harta de no producir otras especies internacionales que exilados políticos y económicos. Gracias a las novelas de aventuras, los españoles hemos alcanzado la posibilidad de influir en la Historia mucho más que nuestros ministros de Asuntos Exteriores, esforzada raza política que difícilmente ha podido ocultar en los últimos lustros que en realidad son ministros de Asuntos Interiores.

Novela de aventuras bien urdida en la que el periodista ha puesto el conocimiento del mundo y el escritor un lenguaje adecuado a la parcela de conocimiento que quería trasmitir. En literatura el lenguaje nunca puede preconcebirse: es una consecuencia del tema y de una filosofía de la vida. El lector debe pedir que ni el tema ni el lenguaje sobrenaden como el aceite sobre el agua o rehuyan la perfección de esas vinagretas geniales que consiguen los franceses hasta los límites de las espumas mágicas.