M.V.M.

Creado el
18/2/2002.



Love Story,
prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a

Grito para la niebla

de Ramón Serrano, editado por Helios, Madrid, 1971


    Los expertos en motivaciones del mundo entero se plantean el porqué en plena era del desnudo y de la escalada de las carnes como objeto de consumo visual, el gran éxito de taquilla de los países anglosajones sea la novela rosa de Segal Love Story convertida en película. Puede atribuirse a que la influencia de la educación puritana sólo ha sido desplazada, no eliminada, de la epidermis del comportamiento. Pero que allí, debajo de la espesa capa de melaza de la buena o mala conciencia, un alma de María Goretti tiembla santamente en cada uno de nosotros.
    Creo que hay una explicación más lógica: las carnes se han convertido en una pesadilla estética en las naciones desarrolladas, y mientras aquí empezamos a inaugurarnos visualmente, la nueva moda de lencería fina en Londres o New York será el camisón con ventanilla. De todas maneras, las élites culturales y sociales de nuestro país han participado miméticamente del relajo universal, bien por la vía de la imaginación, bien por la precaria habitabilidad de islas europeas que el país tolera o bien mediante periódicos viajes a París o a Londres, capitales de nuestra provincia. Ese relajo ha afectado de escepticismo a la conciencia moral de nuestras élites, como una moda que talvez se prolonga demasiado. Empiezan a apreciarse síntomas del retorno a la gravedad, y este libro poético de Ramón Serrano, con su título de película de suspense, es, en cierta manera, el Love Story de la poesía hispana del momento.
    Con una sentimentalidad de naïf, Serrano ha fraguado un libro impúdico por su impresionante carga de sinceridad. La sinceridad no es una virtud literaria. Los peores poemas son los más sinceros, porque la sinceridad acaba por oxidar los herrajes de la estructura, a base de tanta lágrima. Si destaco en este caso la sinceridad como valor es porque en este libro confesional la única manera de meterse en él es recuperar un talante de lector adolescente, y aceptando esta convención, entonces puede llegarse a la evidencia de que Ramón Serrano es un excelente poeta, a pesar de que es sincero. Quisiera precisar un poco mi repulsa general a la sinceridad artística para evitar el escándalo entre los lectores graves. La sinceridad puede emplearse en poesía si se utiliza como ingrediente, fríamente, técnicamente. Brecht, un extraordinario poeta, es fríamente sincero, técnicamente sincero, nunca se ve ahogado en su propia honestidad. En cambio, no es el caso de Miguel Hernández, cuya mejor poesía es la más culta y cuya poesía más degustada, la escrita en el apasionamiento de la guerra, tiene un valor moral, político, emotivo indudable, pero está escrita con lo que él llamó "los cojones del alma", instrumentos no precisamente dotados para la escritura.
    Algo de "orgánico" en el sentido unamuniano y turbador del término hay en estos poemas de Ramón Serrano, un hombre que se decide a publicar con los treinta años a punto de ser cuarenta, con larga experiencia como "manager" cultural y escritor de periódicos y una difícil maduración política a lo largo de años históricos, especialmente difíciles para las maduraciones políticas. Igual dificultad ha habido para las maduraciones estéticas, y Serrano sorprende porque ha cortado por el atajo y ha llegado a una eficaz manera de expresar unos temas, maneras que no debe a ninguna escritura poética reconocida en el país. Confieso que algún poema de los que aquí reproduce Serrano me suenan a desafino de violín (me parece inaguantable la llorona que pilla en relación con el asunto Che y Bocaccio), pero, en cambio, reivindico su elección de temas neorrealistas, considerados desde la posición moral de un "voyeur" de los años setenta. El resultado de esa dialéctica, vestida con un ropaje lingüístico excelente, es un libro de poemas que yo he relacionado inmediatamente con el Love Story. Es el mismo libro de poemas que muchos escritores adolescentes seguidores de la poesía social y un tanto encabronados con el relajo literario de algunas minorías del país presentan a los premios literarios, cuyos jurados tienen una cierta tradición civil morbosa. La diferencia, en este caso, es que Serrano domina un lenguaje poético propio, sabe escribir, tiene cultura y oficio literario, y sus vencimientos neorrománticos encantan más que molestan. Este libro tiene un nivel de aceptabilidad insólito: en él se dan casi todas las excepciones que no debe permitirse un poeta á la page. Serrano enseña la ideología, la mala conciencia, la baba, el corazón, los mocos, la ropa interior, la rabia, etcétera. La sorpresa del lector es tan enorme que queda seducido por la brutalidad cultural que se le propone, porque, y eso es lo curioso, está bien escrita.