Creado el 18/2/2002.
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Cuando fumar es un placer demonizado, prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a
El bello habano
de Reynaldo González, editado por Ikusager, Vitoria, 1998
Reynaldo González es un escritor importante en el seno de una Literatura llena de escritores importantes, diríase que redescubierta en este año de gracia de 1998, como si el Papa hubiera viajado a La Habana acompañado de un equipo de lectores inspirados por el Espíritu Santo. Novelista en Siempre la muerte, su paso breve o La fiesta de los tiburones, premio de la Crítica cubana por el ensayo Contradanzas y latigazos, es autor de un libro destinado a figurar en la mejor Historia Universal de la Sentimentaliad que algún día, sin duda, se escribirá. Me refiero a Llorar es un placer, estudio evocador, crítico, melancólico, cómplice de las radionovelas, un clásico en la literatura sobre o a partir de los medios de comunicación.
Director de la Cinemateca de Cuba, Reynaldo forma parte de la conciencia más lúcida de los intelectuales que prosiguen en la isla la tarea de hacer la revolución a la medida del hombre y no a la inversa, lo que consigue con un sentido del humor que algún día se incorporará a los instrumentos emancipatorios de los pueblos. Lúdico y partidario de los placeres inocentes, ahora nos propone un libro sobre el tabaco, El Bello Habano, a contracorriente de la demonización
del tabaco, sin duda movida por motivos de salud, pero sobre todo por el perverso objetivo de ahorrar dinero a la salud pública de los Estados Unidos cuando tiene que atender a víctimas del tabaco de poco poder adquisitivo como para financiarse medicina privada.
Si el imaginario económico de Cuba aparece ligado al azúcar, hasta el punto de que buena parte de la historia de la isla se contempla a la sombra de las idas y venidas de la sacarocracia estudiada por Moreno Freginals, a continuación va el emblema de cubanía del tabaco como cultivo y cultura del buen cigarro y el buen fumar. No hay cigarros como los de Cuba, por más empeño que hayan puesto otras industrias tabaqueras en emularlos.
Como erudicción y espíritu burlón, Reynaldo ha construido un libro tan bello como el Habano que glosa, prueba evidente de que ha sido el tabaco cubano el que ha dado nombre a la criatura más perfecta de la tabaquería, el Habano, ese cuerpo vivo que bien cuidado mejora con el tiempo y proporciona a los labios textura de reencuentro con la mismidad y a la nariz el aroma de la mejor naturaleza mejor domada. González ha conseguido convertir la memoria histórica y la información en literatura, como ha sabido metabolizar literariamente la bibliografía utilizada que va desde estudios fundamentales sobre el papel del tabaco en la conformación de la entidad económica y humana de Cuba (Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar) hasta el literario trabajo de Leonardo Sciascia Ignoto a me stesso (ritratti di scrittori da Edgar Allan Poe e Jorge Luis Borges) pasando por principales referencias que el tabaco ha obtenido de escritores como Pedro Martir de Angleira, Chejov, Byron, Flaubert, Balzac, Mallarmé, Martí, García Lorca a lo largo de tres siglos de hegemonía en la conformación del mejor gusto. Memoria, folklore, conocimiento de la magia creadora del Habano, dan a este libro de Reynaldo González una conseguida voluntad de obra total sobre el tabaco como producción y rito: «El tabaco —escribió Fernando Ortiz— tuvo siempre arrogancia: fue gala de conquistadores de indias, luego camarada de navegantes en sus travesías del mar, de soldados veteranos en remotas guerras, de indianos enriquecidos, de magnates infatuados, de negociantes opulentos y llegó a ser estímulo y signo de todo hombre capaz de comprarse un goce individual y de ostentarlo retadoramente contra los convencionalismos sofrenadores del placer». Texto premonitorio en tiempos de persecución fundamentalista del placer del fumar, persecución de exterminio que ni siquiera ha medido los riesgos del fumar poco y bien como un servicio a la supervivencia de una cultura.
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