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Circunloquio sobre la construcción y deconstrucción de BarcelonaMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNPrefacio del libro Le Barcellone perdute di Pepe Carvalho, publicado en Italia por UNICOPLI, julio de 2000Querido amigo. La lectura de su brillante escrito Le Barcellone perdute di Pepe Carvalho me demuestra que la literatura es como el mensaje contenido en la botella del náufrago y a veces se consigue incluso llegar hasta la mesa de los arquitectos. Presumo que Vd. es un mestizo, puesto que ha sido capaz de reconstruir una ciudad siguiendo las huellas subculturales de un detective privado y sólo un mestizo lector de Helen Rosenau (por ejemplo) y Patricia Highsmith, es capaz de la penetración alcanzada en su trabajo, capaz de leer las máscaras de Barcelona, su capacidad mitológica. Atenas, Babilonia, Nínive, Alejandría... Nombres de ciudades que evocan complejas mitologías y referencias simbólicas que la memoria revisa de vez en cuando. Si nos hemos de plantear "qué memoria", complicaríamos tanto el problema del sujeto que establece la memoria de las ciudades, que sería inasimilable. Es inasimilable. Para unos, Atenas es la ciudad de Pericles (la Atenas de Pericles), par otros la de la reunión de arquitectos y urbanistas que codificaron su vanguardismo contemporáneo y en cuanto a Babilonia es a la vez la ciudad jardín bajo la ley del deseo y, para otros, una ciudad que hizo posible la canción "Ay Ba, ay Ba... ay Babilonio qué mareo" de una revista musical española. Existió la Alejandría del archivo bibliótico de la humanidad y la de Durrell, aunque otros prefieran la de Kavafis. Las ciudades se convierten en referentes de una finalidad del esplendor material y cultural que coincide casi siempre con el de la hegemonía politica y económica. Si esta ley es válida para entender la fijación de las ciudades en la memoria del pasado, en cambio tendría algunos problemas para demostrar su validez en el último siglo. Hay ciudades que son literarias y otras que no, como hay regiones que se desarrollaron porque pasó a tiempo el ferrocarril y otras que se quedaron con su geografía de tartana y arriero. Depende en ocasiones del empeño de un escritor o de un grupo de escritores y otras de la materialidad misma de la ciudad, de la sintaxis de su memoria o de su físico, de sus arqueologías, de sus gentes. Queda claro que Barcelona se vuelve de pronto literaria en el siglo XIX, ciudad capaz de ser imaginada y generar un imaginario barcelonés trifronte: la capital viuda y romántica de un imperio perdido, generaría un ramillete de odas nacionalistas, la ciudad capitana de una revolución industrial, luchas sociales y prodigios para ricos sublimaría una novelística que mucho tiene que ver con las contradicciones sociales. La ciudad pecadora, portuaria, torva se quedaría esperando a que llegaran los novelistas franceses a codificarla: Carco, Pieyre de Mandiargues, Genet. Como apéndices importantes de su vida, la Barcelona capital de la retaguardia republicana posó para Orwell, Malraux, Claude Simon y esa Barcelona se quedó escondida en la memoria de los vencidos hasta que recuperaron este imaginario barcelonés desde sus exilios. Después de la guerra son muchos los novelistas que utilizan el material urbano barcelonés como referente fundamental, tal vez aquejados de una cierta incapacidad de patriotismo mayor que el que formaban las esquinas principales de la ciudad o de un barrio. El excitante literario de Barcelona procede de una especial relación espacio tiempo, relación diacrónica y sincrónica. Esta ciudad ha historificado lo mejor de su pasado y ha creado un espacio barcelonés convencional pero vivo, lleno de barricadas, putas de absenta, Gaudís, sufrimientos éticos, ricos ligeros, pobres sólidos, ocupantes, ocupados, humillados, ofendidos... y todo en un decorado lleno de maravillas pequeñitas y cercanas, a veinte minutos las putas de absenta de los señorones dels Jardinets en los buenos tiempos de los señorones y Els Jardinets. Esa relación espacio-tiempo se sitúa en el tiempo convencional de unos ciento cincuenta años de historia y unos escasos kilómetros cuadrados de territorio donde hubo de todo y pasó de todo durante los días laborables y los domingos todo el mundo se iba a la Rambla a posar para George Sand o para las televisiones de Europa ávidas de olimpiedades. Los Juegos Olímpicos han modificado sustancialmente el imaginario barcelonés, acentuado de pronto por la torre de comunicaciones de Foster construida sobre el monte Tibidabo. En el balance positivo la salida al mar, esos kilómetros de puertos y playas que Barcelona presenta como una oferta del mar libre para el hombre libre, una geografía urbana obligatoria para el viajero que viene con el catalogo apriorístico de la Barcelona de Gaudí y el gótico. Ha significado también un reestructuración de infrastructuras que antes y después de las olimpíadas, han hecho de Barcelona una ciudad mejor comunicada hacia más allá de las colinas, por los túneles de Vallvidrera y por las autopistas que la unen más y mejor con el aeropuerto. También Montjuïc ha cambiado, para dejar de ser tierra en claroscuro y convertirse en el parque de los deportes, mientras edificios singulares como el Teatro Nacional de Ricardo Bofill, el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo) de Meier o el Auditorio de Rafael Moneo, tratan de irradiar prestigio cultural en un contexto urbano de desconcierto visual o de depresión económica. Ahora Barcelona, democrática y postolímpica se ha convertido en un bello escenario para una representación por decidir y por eso se predispone a acoger cualquier acontecimiento universal, porque no hay angustia más insufrible que la que producen los teatros vacíos. Abierta al mar, socializado el mar, Barcelona ha dejado de ser el anfiteatro de una burguesía hegemónica, para serlo de una etnia urbanita condicionada por un poderoso patriotismo de ciudad contemplada con ojos protectores, enamorados, edípicos de hijos de viuda, porque a los barceloneses de hoy, como a los de ayer y los de mañana, les sigue afectando la sensación de vivir en una ciudad que nunca consiguió biencasarse del todo. En cuanto a la ambición de llenar el teatro de espectáculos a la altura de los juegos olímpicos, con tan hermosas ceremonias de apertura y clausura, no es fácil de satisfacer y de momento la nueva y vieja escenografia de todas las Barcelonas posibles se ha llenado de turistas y de restaurantes, consumidores los primeros de todas las morfologías de una ciudad que les sorprende y les atrae por sus dimensiones todavía humanas, cada vez más lubrificadas por el mar y también sabedores de la oferta gastronómica de una ciudad tan mestiza en todas sus cocinas, incluida la del canibalismo social. La ciudad literaria fue un resultado natural de la relación dialéctica entre lo bueno, lo malo y lo inevitable, pero a no ser que llegue alguna catástrofe, se fundan todos lo fusibles y crucen todos los cables, apagones que preparen el escenario de un Mad Max norteño, ¿Qué material literario va a incubar la Villa Olímpica como no sea combinaciones verbales para bolsas de precongelados? Sin duda todos, o al menos los que contamos en esta ciudad, su establishment, seremos más felices, pero con serias dificultades para perpetuar el imaginario barcelonés establecido entre 1714 y 1992. No creo que sea beneficioso instalarse ni en el cinismo, ni en el escepticismo, al contrario, sería conveniente que con la facilidad para prefabricar que tiene nuestro tiempo, una parte del esfuerzo cultural de esta ciudad se dedicara a crear condiciones de autoliteraturización, a manera de sofisticadas áreas literarias conseguidas mediante ingeniería financiera, bajo la protección técnica o no de Walt Disney Corporation, en la que se pudiera vivir un imaginario barcelonés multiuso, puesto a disposición de los escritores del futuro, día y noche y de los turistaas ávidos de malditismo por la noche y de los arquitectos como Vd., señor Cassani, capaces de leer ciudades entre las sombras de novelas más o menos policiacas. A no ser que renunciemos a los unos y a los otros y esta ciudad ya sea definitivamente, por los siglos de los siglos, un bello accidente geométrico. Una de las tres puntas del triángulo Montpellier, Toulouse, Icaria S.A. (Compañía que explota los terrenos de la Villa Olímpica, antiguamente sede de un tejido social de obreros que soñaron en convertir aquel territorio en una Nueva Icaria). |