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Porto Alegre: entre Davos y GuantánamoMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEl País, 3 / 2 / 2002Noam Chomsky llegó al festival inaugural en mangas de camisa, acompañado del señor alcalde del ala moderada del Partido del Trabajo y del señor gobernador, que tal vez por pertenecer al ala izquierdista del mismo partido iba vestido de gaucho. Desde Rio Grande do Sul hasta la Patagonia, el gaucho fue la medida de un paisaje ganadero de la América blanqueada y el Partido del Trabajo es la resultante de una suma de lo que fueron las izquierdas del siglo XX. Su máxima figura, Luiz, tal vez presidente de Brasil en 2006, tuvo tiempo y ganas de saludar a Ignacio Ramonet, Pepín Vidal-Beneyto y un servidor. Lula departía con Mario Soares o Danielle Miterrand o José Bové a la espera de Chomsky, la guest star de la fiesta. En Ramonet saludaba Lula al español que desde Le Monde Diplomatique ha dirigido una implacable operación crítica del economicismo, propiciadora del espíritu de Porto Alegre. Hubo que esperar como se debe esperar a los mejores cometas, pero por fin allí estaba Chomsky, rodeado de todos los rojos y los verdes del mundo, asumiendo su condición de referente intelectual de una reconstituida cultura de la protesta y del cambio. Un Chomsky que más tarde analizó el sentido actual de la violencia y de la industria de guerra, muy en la línea de su último libro balance de lo que ha representado el 11 de septiembre del 2001. Miles de contestatarios protagonizan en Porto Alegre la escenificación de una catarsis de fuerzas de progreso que asumen la dialéctica del conflicto del siglo XXI entre globalizadores y globalizados. Cuando se decretó la dictadura de la teología neoliberal en los años noventa del siglo XX, cualquier resto de cultura emancipadora o simplemente contestataria fue señalado como muestra residual de las utopías o nostalgias revolucionarias del siglo XX, pero el siglo XXI ha inutilizado este discurso ante la evidencia de que el supuesto nuevo orden internacional recuerda demasiado al antiguo desorden, aunque un nuevo lenguaje trate de balsamizar la cruda tensión entre globalizadores y globalizados. El primer Foro Social de Porto Alegre fue un ensayo general de convocatoria de representantes de diferentes movimientos críticos o incluso repudiadores de la globalización, y aquel ensayo general ya contrajo el compromiso de ir más allá de la queja para acceder a la propuesta de una alternativa al pensamiento único y al neodeterminismo del economicismo neoliberal. Con todo, me confiesan los promotores del primer Foro, eran conscientes de la carga de voluntarismo de aquella primera convocatoria y de las excesivas posibilidades de fracaso. Ahora el éxito del II Foro Social no sólo se demuestra en el aumento milenario de los participantes o en que los medios de comunicación de todo el mundo, entre ellos los españoles, hayan pasado del desdén al envío de más de dos mil informadores, sino en que durante el año que media entre el primer y el segundo Foro, las redes de movimientos emancipatorios han aumentado en todo el mundo, como expresión de ese nuevo sujeto histórico de cambio que se está conformando. La nueva actitud de los medios de información se debe a que en el pasado apostaron por el Foro Económico de Davos como políticamente correcto y ahora han tenido que asumir el de Porto Alegre como lo informativamente necesario. La trama del Foro Social se ha diversificado en diferentes foros de dimensión local y de distintos frentes emancipatorios, a manera de trama organizativa globalizada que, al margen de la lógica del mercado informativo, debe encontrar la fórmula de aunar y comunicar culturas críticas pos-socialistas, neoanarquistas, poscomunistas, las diferentes gamas del verde que componen la apuesta ecologista, antiguos movimientos sociales como el sindical que tratan de reciclarse y nuevos movimientos que van de los Sin Tierra de Brasil, los boveístas franceses o la Vía Campesina hasta los indigenistas, neozapatistas, los revisores del orden económico internacional militantes de Attac y todos los que apuestan contra el inventario de las dominaciones supervivientes o de nuevo tipo. La diversidad de orígenes, códigos, sustratos, no impide la claridad del objetivo de impugnar la globalización como resultante del orden impuesto por el capitalismo realmente existente y como un sinónimo que apenas maquilla el viejo contenido de la palabra imperialismo. En el mismo avión que me llevaba de París a Porto Alegre viajaba una delegación de parlamentarios europeos, entre ellos el español Marset, y tuve sentado a mi lado a Alain Krivine entretenido en la lectura de Jospin&Cia, como si el mayismo, como los grandes boleros, acudiera a Porto Alegre a confesar lo que pudo haber sido y no fue. Estos parlamentarios de la izquierda europeísta o europeizada iban a dar testimonio de la curiosidad de la izquierda institucional por un movimiento que abre camino a la revisión de la globalización y al relanzamiento de una cultura no sólo de resistencia sino también de alternativa. Un análisis de la representación española es revelador. Aquí están el ex pretendiente Borrell o el ex secretario de CC OO Antonio Gutiérrez o el secretario general del PCE, Francisco Frutos, o el secretario de Iniciativa per Catalunya, Joan Saura, o el juez Garzón o un entusiasmado Beiras rodeado diríase que de un bloque gallego al completo, pero sobre todo, docenas de voluntarios pertenecientes a la sección española de Attac o al movimiento sindical o a las izquierdas convencionales o las plataformas de naciones sin Estado o al diverso voluntariado de las ONG más independientes. Uno de estos peatones del siglo XXI me informa de que el gobierno del PP acaba de indultar a los insumisos, medida que hubiera correspondido a los socialistas y que la nueva derecha presentará como demostración de que ya no hay derechas ni izquierdas. En Porto Alegre están las izquierdas necesarias, precisamente para proponer una economía, una cultura, una información que responda a las necesidades de un nuevo orden global. De la misma manera que las derechas más sutiles han enviado o han tratado de enviar observadores, la propia dirección del Foro recomendó a Fidel Castro que no se presentara, para evitar hipotecar el sentido de un movimiento antiglobalizatorio que aglutina sujetos diferenciados y lecturas críticas con más futuro que pasado. Porto Alegre ya no tiene el carácter de unas fuerzas de progreso que se quejan porque la historia no es como se la merecen, sino el de una apuesta por cuestionar hechos tan concretos como la deuda externa, el papel coactivo y sectario del Fondo Monetario Internacional o del Banco de Desarrollo, las hipotecas globalizadoras de la Organización Mundial del Comercio, la reconsideración de la renta básica como un bien social globalizable, la introducción de la tasa Tobin como un impuesto al capital especulativo que serviría para cubrir las necesidades planetarias, el acceso a la democracia participativa, un gobierno mundial que racionalice la globalización y libertad cultural e informativa compensatoria de la acción devastadora de la concentración y uniformación de los medios. El censo de los aquí reunidos revela la diversidad de los sujetos críticos del mundo, desde la racionalista condena del economicismo que propicia Attac dirigida por el profesor Cassen, hasta el trabajo de las asociaciones de campesinas brasileñas o los movimientos pro cancelación de la deuda externa o confederaciones de nacionalidades indígenas o teólogos de la liberación dejados de la mano del Dios del Vaticano como Houtard o Frei Betto. Los teólogos neoliberales reunidos esta vez no en Davos, sino en Nueva York, como homenaje a la ciudad mártir, han introducido cierta revisión crítica de prepotencias pasadas, acosados por la vieja y la nueva pobreza. Entre los teólogos neoliberales los hay, como Soros, que pretende un diálogo entre Davos y Porto Alegre y también los hay que atribuyen el fracaso del neoliberalismo a su insuficiente aplicación y algunos de ellos añoran aquellos tiempos en que el general Pinochet hizo posible el emblemático éxito del neoliberalismo en Chile. La CNN que emite en Latinoamérica dedica a Davos, ahora Nueva York, sus mejores informaciones y a Porto Alegre una referencia más folklórica que historificadora. Tanto en Nueva York como en Porto Alegre no se habló lo suficiente de Guantánamo, tal vez porque nadie quiso plantearse que el futuro puede ser un inmenso campo de concentración globalizado en el que la teología dominante no sea la de la Liberación ni la neoliberal, sino la Teología de la Seguridad Duradera. Saramago cerrará el festín espiritual de Porto Alegre mediante un mensaje televisado, que presiento basado en el especial evangelio solidario y laico del premio Nobel. |