Creado el El libro La literatura en la construcción de la ciudad democrática |
La palabra libre en la ciudad libreMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNBarcelona metròpolis mediterrània, Otoño 1989A comienzos de los años setenta escribí un ensayo mestizo de crítica de la teoría de la Comunicación al modo semiológico y de una propuesta entre la sátira y la utopía sobre un modelo de ciudad libre donde la palabra fuera libre. La ironía es la horma del zapato de la creencia y toda utopía presupone creencias. Gracias a la ironía jamás pasaré a la Historia de la Ciencia (mis camaradas ni siquiera me incluyen en el árbol genealógico del marxismo español), pero también gracias a la ironía jamás figuraré en ninguna Historia de la Religión. Varios años después de escrito mi trabajo, parte del cual presenté en un congreso de la Unesco, publiqué el libro precisamente titulado La palabra libre en la ciudad libre, editado por Gedisa, cuya suerte en el mercado y entre el intelectualado es uno de mis misterios preferidos. |
    Quince años después esta ciudad es como cualquier otra ciudad dentro del sistema en el que vivimos: un mercado. También lo era bajo el franquismo y entonces era más fácilmente un simple mercado de ladrones impunes. Ahora es un mercado para mercaderes respetables fiscalizados por un poder político democrático, asesorado por un poder técnico que en teoría ha de tener en cuenta el interés común y no el interés exclusivo de los mercaderes. Es decir, estamos dentro de una normalidad reformista homologada, pero seriamente amenazada por el desmantelamiento del tejido social crítico construido bajo el franquismo. El lenguaje urbano (desde el trazado urbanístico hasta el mensaje de filosofía urbana del poder, pasando por la semiótica de los urinarios y las cloacas) está monopolizado por la alianza entre dos poderes especializados: el poder político municipal y el de los técnicos de arquitectura y urbanismo. En una ciudad mercado, escasamente asistida por el presupuesto general del Estado, esos dos poderes están condicionados por el poder económico inversor y se ha producido el milagro de que una lectura mercantilizada de la ciudad realizada en tiempos del franquismo haya resucitado, incluso con algunos de sus protagonistas pasados por un tratamiento de desfascistización. No pueden moverse con la antigua impunidad, pero tampoco tienen frente a ellos un estado de suspicacia general preventiva. Ni el poder político democrático ni los técnicos van a contribuir a ese estado de sospecha fiscalizadora. El primero porque quiere éxitos electorales de gestión que implican éxitos de inversión y los segundos porque han enmascarado su impotencia crítica con el descrédito de lo crítico y el orgullo del ilustrado propietario del saber y su lenguaje estúpidamente impugnado por los supuestos legos en la materia.     Es cierto que bajo la legalidad vigente, cualquier propuesta transformadora de la escritura de la ciudad puede ser impugnada. Pero para hacerlo, el receptor condenado a la pasividad carece normalmente de saberes alternativos y cuando los tiene no dispone de maquinarias de comunicación capaces de crear una consciencia ciudadana activa. Esta situación, parecida a la de cualquier otra ciudad española u occidental, se agrava en Barcelona por la tensión codificadora creada por las Olimpiadas y por el pleito por la hegemonía entre el poder municipal y el de la Generalitat que buscan éxitos políticos más allá de la ciudad resultante. Así se han producido incluso situaciones tan pintorescas como los socialistas hablando el lenguaje de la inversión privada y los convergentes recurriendo al habla del interés público, de un patrimonio urbano socializado. Incluso una batalla filos6fica de tanta envergadura como la que en Cataluña divide a los partidarios de Cataluña-ciudad o Cataluña-nación, enmascara simplemente las ambiciones para que el poder pase o por la Generalitat o por los ayuntamientos principales, según quién gobierne en la una o en los otros.     De esta situación se deriva una cotidiana ocultación, cuando no falsificación del lenguaje de uso y de cambio. Del lenguaje que emplea el poder para ensimismarse (haga una plaza o una ponencia en el salón del Concejo) y del que emplea para fingir que no está ensimismado y del que trata de contar con el criterio del ciudadano. Entre el Todo de La palabra libre en la Ciudad libre y lo Poco, previo a la Nada, de una ciudad donde se practica la división del lenguaje de manera que unos lo posean y otros lo contemplen como un paisaje inapelable, media toda una gama de posibilismos participativos, no necesariamente paralizadores. Si esa gama es difícil establecerla y muy especialmente en esta ciudad, en su tiempo proa del Titánic del saber urbanístico crítico, se debe en parte a que el poder no quiere ruidos que obstaculicen el canal por el que hace pasar sus mensajes y en parte porque aquella vanguardia crítica surgida bajo el franquismo era un delgado humus sobre una tierra arcillosa e indiferente y buena parte de aquella vanguardia de saber urbanístico (política y profesional) es hoy poder y padece la alienación inevitable al ejercicio del poder legitimado por un sistema democrático de superficie. En estas condiciones, me parece que la utopía de la palabra libre en la ciudad libre habrá que dejarla para más adelante. Por ejemplo, para 1993. Porque algo habrá que dejar por hacer para 1993. El libro La literatura en la construcción de la ciudad democrática |