M.V.M.

Creado el
6/2/98.


Más sobre Moscú de la Revolución:

1) Artículo de Vázquez Montalbán sobre Moscú

2)Prólogo del libro (por M.V.M.)


Carvalho, en el país de los sóviets

MIGUEL BAYÓN

EL PAÍS, 18 / 6 / 1990.


Fiel a su educación sentimental, Manuel Vázquez Montalbán, el famoso creador del detective Carvalho, ha escrito al fin el libro que se le salía hace mucho tiempo de la boca: Moscú de la Revolución (Planeta). Es un ajuste de cuentas con una realidad que le ha impedido, hasta ahora, decir las razones por las que ama esa ciudad y que son de ésas que sólo el corazón conoce. Cada adoquín, cada esquina de Moscú son para Vázquez Montalbán la encarnación misma de la ciudad soñada por la Revolución, abortada por el estalinismo y quizá rescatable ahora en volandas por la prestroika: una ciudad que es una memoria y también una esperanza.

"He hecho una lectura ideológica de Moscú", dice Manuel Vázquez Montalbán, "porque no hay ciudad con urbanismo más ideologizado. Allí es todo visible simultáneamente: los restos del zarismo, el impulso de la Revolución, el mal gusto del estalinismo, el empantanamiento de Bréznev".
    Desde el punto de vista de la creación artística, la Revolución significó el pistoletazo de salida. "Fue como una tela en blanco", define Vázquez. "Los artistas se lanzaron a la búsqueda de un nuevo destinatario y de un nuevo lenguaje". La luna de miel propiamente dicha no duró mucho, pero la permisividad al menos una década, gracias en buena medida al comisario de Cultura, Lunatcharski. Aunque el suicidio de Maiakovski en 1930 puede ser la fecha-gozne, 1934 significa ya la victoria del hielo estalinista: los decretos de unificación estética borran la posibilidad de pluralismo para los artistas. Han vencido quienes lucharon contra los vanguardistas y llegaron a rechazar la música de Shostakovich porque, al parecer, no podía silbarla un obrero.
    Habían sido tiempos inauditos. Era cuando un diputado podía pronunciar un discurso en verso. Era cuando todos los artistas se entregaron a la Revolución, desde los consagrados como Blok, Ajmátova o Mandelstam a los Pasternak, Zamiatin, Bulgákov... Era cuando la casa de Osip y Lilí Brik era el hervidero en que debatían Jlébnikov, Jakobson, Tatlin, Filónov, Rodchenko, El Lissitski, Meyerhold, Eisenstein, Malevich, Pasternak, Aseev... "Lilí, Osip y Vladímir eran como Jules et Jim", dice Vázquez. "Allí se generaron revistas como LEF y Nueva LEF, que con un radical concepto de vanguardia utilitaria querían oponerse al gusto burgués revitalizado por la NEP, política de cierta privatización que las circunstancias impusieron a comienzos de los 20. Detrás llegarían las fuerzas del estalinismo, que se apoyaron en los viejos académicos y se ensañaron con los creadores, porque creían que los intelectuales podían influir claramente en la sociedad".
    El estalinismo lo lamina todo. Esenin y Maiakovski se suicidan premonitoriamente. Ajmátova se ve tildada de "monja y puta" por un hombre de la hora, Zdanov. Zamiatin tiene que exilarse. Bulgákov pasa por todas las etapas: entusiasmo, reproches, acoso, marginación. Mandelstam, el simbolista defendido en tiempos por Lunatcharski, acabará, como tantos, muriendo en un gulag. "Alexandra Kolontai, feminista y revolucionaria, fue la única que se libró", dice Vázquez, "quizá porque se alejó del país como diplomática, y aplicó siempre lo de 'no criticar a los míos'. De origen burgués, se convirtió en algo así como una Nuria Espert exportable. Otros, como Bujarin, víctima de la ola de procesos, declararon públicamente su conformidad con ser ejecutado por el bien del Partido, pero no sin dejar a su viuda el encargo de aprender de memoria y no olvidar una carta absolutamente crítica a la posteridad".
    Lenin. Trotski. Stalin. "El más interesante", dice Vázquez, "es Trotski, un intelectual que conocía el paño. En cambio a Stalin sus papás no le habían pagado una cultura y se hizo una a la medida del Partido. Siempre me fascinó de Trotski esa mezcla de cualidades de vencedor con ese destino de perdedor. Su visión de la literatura, no era tan instrumentalizadora como la de Lenin. Aparte de su habilidad para escribir elegías de los poetas revolucionarios muertos, llegó incluso a redactar un manifiesto con el surrealista Breton. Pero hoy no tiene buena prensa en la URSS: se piensa que, si las cosas no le hubieran rodado tan mal, habría aplicado duramente el leninismo".
    La URSS ha emprendido con Gorbachov la vía de la perestroika y la gladnost, términos acuñados por el precursor revolucionario Herzen, capaz de lucideces como "La vida nos enseñó a pensar, pero el pensamiento no nos enseñó a vivir". Vázquez contempla apasionado el proceso: "Ahora hay allí el sarpullido de considerar que sólo lo que ha estado prohibido bajo el régimen soviético es lo bueno. Pero un gran logro histórico soviético es el nivel de lectura. La consecuencia es que se ha acabado el secuestro de la verdad".
    Vázquez Montalbán opina que la situación obliga a replanteamientos, y no sólo en la URSS: "Por ejemplo, lo de la OTAN, ahora, se parece a los chistes de Gila: ¿Dónde está el enemigo?". Y añade, entre bromas y veras: "Todo esto es como si lo hubiera preparado la KGB. Al fin y al cabo, ahora mandan en el mundo dos ex jefes de la CIA y de la KGB".
    La herencia del vanguardismo soviético puede hoy rastrearse, como en un espejo deformado, en la publicidad. "A mí siempre me ha parecido versos de aúpa", señala Vázquez, lo de 'Ya es primavera en el Corte Inglés' o lo de 'Omo lava más blanco'". Lo que queda de Octubre, para el autor de Moscú, está expresado por un poeta que veía venir los tiros, Tijónov: "Nuestro siglo pasará. Se abrirán los archivos/ y todo lo oculto hasta entonces,/ todas las secretas sinuosidades de la Historia/ mostrarán al mundo la gloria y el deshonor./ Otros dioses su faz oscurecerán/ y se descubrirá toda desgracia,/ pero todo cuanto fue verdaderamente grande/ será grande para siempre".
    Ahora que las losas de silencio ya se resquebrajan, la huella peleona y despierta de aquellas voces sigue ahí. Como la consigna de Maiakovski en 1918: "Abajo vuestro amar, abajo vuestro arte, abajo vuestro régimen, abajo vuestra religión".


Bohemia y embudo

JOSÉ FERNÁNDEZ SÁNCHEZ

EL PAÍS, 18 / 6 / 1990.


Octubre aceleró el relevo de las generaciones literarias. Los viejos: Bunin, Andreev, se exiliarion. Simbolistas y acmeístas se fueron apagando. La nueva generación no era homogénea. Maiakovski, en el Diccionario de las expresiones condenadas a desaparecer en la era comunista, incluyó las palabras "borracho", "bohemio", "Bulgakov". Hoy Bulgakov es el más leído. Ello revela la sinuosa historia de la literatura soviética. Con el paso a la NEP surgieron múltiples organizaciones literarias, cuya afinidad estética se cimentaba en el origen social. La más poderosa era la RAAP, que desde su primogenitura proletaria establecía las pautas y agrupaba a oportunistas, demagogos y algunos novelistas de renombre. Apoyándose en Trotski, el grupo El Paso negaba la existencia de una literatura específicamente proletaria. Entre los "hermanos Serapion", animados por Gorki, destacaban Ivanov, Fedin, Shklovski, y Soshchenko, cuya visión satírica le convirtió en víctima del inquisidor Zdanov. Una especie de hermano mayor era Zamiatin, autor de Nosotros, una antiutopía sobre los estados totalitarios: emigró en 1932, a los comienzos del estalinismo. Las refriegas literarias a fines del período fueron interpretadas como batallas con vencedores y vencidos. Y con sangre: Visiolyi, Babel, Pilniak, Iasenski fueron fusilados. Otros cayeron en los campos de concentración. Contra toda lógica se salvaron los que con el tiempo serían considerados los más grandes: Bulgakov y Platonov. En 1934 la literatura soviética alcanzaba ya la homogeneidad para entrar en la Unión de Escritores y quedar atrapada en el embudo del realismo socialista.


Más sobre Moscú de la Revolución:

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2)Prólogo del libro (por M.V.M.)