Creado el 6/10/1998.
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EL MALEFICIO DE LA PLAZA SANT JAUME
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
El País Cataluña
    Contemplemos con toda la capacidad de ternura que nos quede al señor Molins en el preciso momento en el que inicia la carrera hacia la alcaldía de Barcelona o hacia la nada. De aquellos en otros tiempos jóvenes presuntos delfines de Pujol, ya sólo queda él, apartados por la muerte Trias Fargas, por los acontecimientos Cullell, por el escepticismo Roca Junyent y por el Espíritu Santo Macià Alavedra. Varios de ellos pasaron por el trámite de aspirar a la alcaldía, como manzana envenenada que la madrastra les sirviera ante cualquier malentendido con el espejo: Dime tú, espejo mágico, ¿todavía soy el más carismático de los presidentes? Cada vez que el espejo mágico se ponía aunque sólo fuera ligeramente ambiguo, un nuevo candidato de CiU al Ayuntamiento iniciaba su viaje sin retorno. Alavedra se resistió a ser aspirante con las mismas fuerzas con que negaba una y mil veces que pudiera ser considerado heredero in péctore del legado del degaullismo catalán, y sin embargo no corrió mejor suerte que el resto de malogrados delfines. En general, los presuntos herederos de Pujol han terminado sus días políticos impresionados por su condición de héros de tragedia si no griega, sí al menos de colonia griega, por ejemplo Empúries, y en el peor de los casos, de Empuriabrava.
    La perspectiva de que el señor Molins pudiera conseguir la alcaldía de Barcelona provoca recelos aislados y sólo confianzas ciegas en los seguidores y simpatizantes de Convergència Democràtica de Catalunya que aún creen que los niños vienen de París y que Guifré el Pilós fue el primer Premio FAD de diseño de bandera y de país. De ganar Molins, el pujolismo tendría por primera vez dos cabezas, demasiadas para la misma moneda, para el mismo monumento. De ganar Molins, hay quien ya ha anunciado su inmediato pase al exilio interior, incapaz de soportar la consolidación del discurso único en la Plaza de Sant Jaume, sin los matices que, a pesar de todo y a veces de un mal interpretado sentido del pragmatismo, los socialistas introducen en el pensamiento único. Les parece cosa de pesadilla que el racional pujolismo ocupara algún día todos los puntos de referencia del país, habida cuenta de que el Barça lo detenta el nuñismo y todo lo demás sería pujolismo, pujolismo, pujolismo, como un mar poco profundo pero sin orillas, a manera de crema catalana con sacarina y maicena, continua crema catalana acalórica, entre montaña sagrada y montaña sagrada, el patufetisme pujolisme bullidet al bany Maria.
    Pero volvamos a contemplar con ternura al señor Molins que ya ha empezado buscando el cuerpo a cuerpo con Maragall, cuando debiera tenerlo con Clos, aunque tal vez a Molins, acostumbrado a la alta política de Estado, experto en conceder mayorías relativas al PP de España, le sepa a poco enfrentarse a un alcalde de provincias. Este hombre va a tener que pelear al mismo tiempo con Maragall y con Clos, ha de desmitificar a uno y disminuir al otro, en un doble frente que pudiera serle excesivo. Tal vez a Clos le bastara con dejar excederse a Molins para consolidarse como candidato y como alcalde, teniendo en cuenta que conoce la lógica municipalista como pocos y que los candidatos de Convergència amanecen a este combate con el gafe puesto.
    Si fracasa Molins, habrá terminado una de las carreras políticas más sintomáticas de la transición, porque representa uno de los pocos casos de cría del poder económico que asume compromisos políticos en vez de delegarlos en políticos de oficio. En general, en Cataluña las oligarquías económicas no han visto bien que sus chicos se metieran en política y hasta don Santiago Cruylles, cuando fue viceministro del siniestro Ministerio de Gobernación franquista, tuvo que oírse comentarios sangrantes en boca del pijismo local: "¡Fíjate tú! ¡El yerno de Ventosa, jefe de los guardias!".
    Si fracasa, Molins comprobará, cuando vuelva a casa, que ni siquiera le telefoneará Pujol en los días señalados.
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