M.V.M.

Creado el
21/3/98.


«Esta salsa naranja, ¿qué es?»

CRISTINA FALLARAS

EL MUNDO, 9 / 8 / 1996.


El 131 Supermirafiori diésel desciende la calle Balmes con sonido de cabina de camión sin tráiler, rebasa el centro de la ciudad y alcanza la Ronda Litoral a esa hora del mediodía en la que el estómago empieza a reclamar atenciones serias. Dada la precariedad del vehículo, no dejamos de felicitarnos porque el día ha salido nublado, lo que facilitará nuestros propósitos. En fin, los hará más llevaderos. En el interior, Manuel Vázquez Montalbán, el gastrónomo de la izquierda más dada a la literatura, se prepara para vivir nuevas experiencias.
    A la altura de los rascacielos marítimos, ya se divisa la gran M tiesa y amarilla que marca el punto de nuestro primer destino. Un extraño giro a la izquierda desde el lateral de la Ronda y entramos en la dimensión desconocida, una explanada donde uno puede repostar gasolina o alimentarse en un restaurante que, pese a llamarse McDonald's, no está especializado en comida escocesa, hay que tenerlo muy presente. El lugar cuenta con una terraza sobre los coches que van y vienen, bonita vista, e incluso con una sala que seguro goza de las ventajas del aire acondicionado. Sin embargo, nosotros optamos, como tantos otros playeros, por la versión McAuto, tan de película norteamericana que mi acompañante empieza de inmediato a echar de menos un cine también para vehículos donde poder disfrutar también de nuestro menú.
    Sin salir del 131, enfilamos un corto caminito hasta la rejilla de un micrófono, «Buenas tardes, pueden hacer su pedido», suena una voz femenina desde ninguna parte. Vázquez Montalbán, quien admite haber ingerido hamburguesas de estilo semejante en Estados Unidos, no tiene ninguna preferencia. «Nos pone, por favor, dos bocadillos «cuarto de libra con queso» y dos Coca-colas». El motivo de la elección es la envergadura del bocadillo, de una altura practicable sin grandes peligros de lamparón en la camisa. O dicho de otro modo, «Diseñado para mano española», aporta el escritor gastrónomo, tan consciente del tamaño de sus manos.
    La primera constatación es que si uno se acostumbra a cochazo con cambio automático acaba metiendo cuarta en vez de segunda, se hace un lío y se le cala el coche, pero Manolo no se desanima, de camino a la segunda ventanilla. Allí paga y, a cambio, una jovencita estresada le pasa los bocadillos y la bebida sobre una gran bandeja de carbón inspirada en las hueveras habituales antes de que se inventaran las de plástico.
    Siguiendo los pasos de los clientes de McAuto, se puede observar que no es que compren el bocadillo allí para llevárselo a su casita, a la sombra de un pino o a la playa. Pese a que podrían consumirlo en el acondicionado aire de McDonald's de la Ronda, ellos optan por la deglución en el interior del coche, no se sabe si acondicionado o sin acondicionar a estas alturas de los calores. Nosotros hacemos lo propio y Vázquez Montalbán, coherente con una de las ocupaciones que le ha hecho famoso, elabora una teoría al respecto: «El coche, junto con el váter, es uno de los pocos espacios de intimidad de los que podemos disfrutar hoy».     El escritor aceptó la invitación con un elocuente «ah, así que vamos a comer tumor cerebral», Sin embargo, quizás por cortesía, se arrellana en el asiento Supermirafiori sin demasiados reparos, mirando al mar a falta de mejor película, y en un periquete da cuenta del «cuarto de libra con queso», que desaparece a la velocidad del rayo dejando sólo un pequeño rastro de su existencia sobre la camisa del sufrido comensal. Sólo una pregunta previa: «Y esta salsa naranja tan extraña, ¿qué es?». No es salsa, es el queso.
    La hamburguesa servida en cajita de cartón no contaminante acompañada de vaso gigante de Coca-cola, para qué vamos a engañarnos, casa con la imagen de Vázquez Montalbán tanto como la presencia de Samaranch en el Doctor Music Festival. Aunque quizás sea debido sencillamente a que no pertenece a la generación de los nacidos tras el 68. Resulta, en cambio, comprensible que éstos, a los que podríamos denominar «generación del reciclaje», sean tan aficionados precisamente a la comida basura. Respecto a eso, y ya camino de nuestro siguiente destino, el pensante columnista es francamente optimista y defiende convencido la pervivencia del buen paladar, tan reñido con lo que empezamos a digerir.
    En fin, tras el ágape se impone un postre a la altura, en la misma línea, y que forme parte de la ruta a la que Vázquez ya se ha entregado si no con deleite, cada vez con más interés. Elegimos el Dumpin Donuts del flamante centro comercial Icària Yelmo para rematar la faena, mientras el escritor ya se relame pensando en el Donut relleno de mermelada de frambuesa ante el que el agente Cooper de Twin Peaks sufriría un desmayo. Y, animado quizás por eso, mi orondo acompañante acaba por desenmascararse y admitir que él en realidad es una gente de lucha contra el perverso F.I.L. (Frente Intelectual Liberal), cuyos malvados miembros no se toman ni un respiro «y, si por ellos fuera», declara, «todos andaríamos con una argolla en la nariz».
    La teoría que da alas al FIL, según este investigador que aprendió su técnica del famoso detective Carvalho, a quien se empeña en denostar para dar que hablar a la prensa, es que «el mercado manda y la gente no es tonta». El arma para derribarles: «la ironía, en una época de inseguridades, sin catecismo, es necesaria la ironía». Por ejemplo, ironizar sobre que McDonald's forme a sus trabajadores en una especie de facultad de la Hamburguesa, con manual de Filosofía propio. Y, dicho esto, sufrimos un duro golpe: el Dumpin Donuts de Icària Yelmo está cerrado, adiós a la fantasía de la frambuesa con agujero.
    En un intento de consolar al escritor, nos dirigimos al Burger King de los mismos almacenes en busca de un sandy con sirope de caramelo, que no es lo mismo, desde luego, pero por lo menos nos permite enterarnos de la cantidad de calorías que ingerimos, gracias a una tabla consultada con interés por dos críos sabihondos y futuros ecologistas antitabaco. La frustración nos lleva a recordar más productos basura, lo que indefectiblemente pasa por criticar la televisión: «debería ser una asignatura en los colegios, como las matemáticas», aventura el teórico, «porque es una de las cosas de la que los escolares deberán defenderse en el futuro». Y dicho esto, nos largamos a por un Glenmorangie sin hielo.