Creado el 3/10/1998.
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Liga de traficantes
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
El País, 1 / 9 / 1998
Entre los varios síntomas que evidencian el reflujo de la inteligencia en este final de siglo, véase el turbio asunto de la pasión futbolística. A pesar del magnetismo que sigue ejerciendo la cámara oval de la Casa Blanca, capaz de inundar el mundo de vestidos incorruptos y de bombardeos insepultos, el inicio de las ligas de fútbol consigue recuperar la atención general y los analistas buscan definir su sentido. Se produjo La Liga de las estrellas como
consecuencia de la definitiva liberación del mercado, estrellas estrelladas porque vimos un
fútbol horroroso, después La Liga de la extranjería empeoró todavía el nivel de juego pero
confirmó el principio nietzcheano de que hay pueblos que nacen para crear futbolistas y
otros para comprarlos, y ahora vamos a comenzar una nueva a titular La Liga de los traficantes porque el círculo de sujetos futbolísticos se ha cerrado con el eslabón de los traficantes, en estrecha colaboración con los directivos y habría que estudiar muy de cerca las comisiones que van y bien, el yo te doy una cosa a ti, tú me das una cosa a mí a lo Carrusel Napolitano.
    Después del traficante y del directivo, aparece el entrenador, que ya no es lo que era, porque asistimos a la conformación de un intelectual orgánico de piñón fijo que se lleva los esquemas de un club a otro y exige la reproducción clónica de los jugadores que en el
pasado dieron éxito a su sistema. Inmediatamente después del entrenador hay que situar a
los estrategas de las marcas deportivas que se las ingenian para renovar cada año sus diseños y sus insignias para que los forofos tengan que cambiar de vestuario fetiche cada temporada y además condicionan la exhibición de los jugadores, que ya no fichan sólo por un club y por lo tanto por una afición, sino también por una marca deportiva. El día en que a una de estas poderosas multinacionales se le ocurra poner su distintivo en la bragueta de los calzones, ya verán como los jugadores no se protegerán las partes con las manos en el momento de ponerse de barrera ante un tiro directo.
    Y finalmente llegamos a los dos sujetos más anecdóticos: los jugadores y el público. Los primeros, en su minoría estelar, comprueban que les favorece el tráfico porque sube su cotización. El público no tiene alternativa, porque los partidos políticos están obsoletos y las religiones no se han puesto al día en marketing teologal de masas, así que no hay mejor comunión de los santos que ser del Madrid o del Barcelona o del Mérida o del Recreativo de Huelva, aunque sea a costa de un serio retroceso en el largo viaje de la inteligencia humana hasta asumir que todo el mundo es Polonia (Juan Pablo II) o Sicilia (Sciascia) o Marbella (Jesús Gil y Gil).
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