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Cincuenta años no es nadaMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEl País, 30 / 9 / 2001La foto dio la vuelta por la Europa literaria de comienzos de los años sesenta. La había hecho Oriol Maspons en la sede de la que fue editorial Seix Barral y era una espléndida composición en la que Castellet actuaba de palo de pajar, Carlos Barral de joven marino de Melville, Jaime Gil de Biedma decontracté y José Agustín Goytisolo en su pose fotográfica preferida: el desplante al flash. Los jovencísimos escritores, todavía estudiantes, que habíamos conseguido azarosamente acercarnos al cuarteto aceptábamos todos los imaginarios convencionales y era el más fuerte que Castellet dirigía aquella banda de los cuatro y que esa jefatura se la debía a que era el más alto y a La hora del lector. La reedición crítica de este libro pilla a la sociedad literaria española en plena resaca de posmodernidad y a muchos de sus protagonistas en la más absoluta ignorancia de lo que significó su primera edición en 1957, en plena España de Pemán y pandereta. El único superviviente del cuarteto es Castellet, que ejerce de emérito en Edicions 62 y me ofrece una mirada condescendiente sobre el valor de su libro, una primera indagación sobre el gusto literario vigente en el mundo democrático en un momento en que en España se escribía y se leía en la clandestinidad de todos los exilios interiores. 'La propia carencia de bases indagatorias de la cultura literaria española condicionaba mis carencias. Es un libro que escribo en fase de aprendizaje, aprovechando una enfermedad tan literaria como la tuberculosis que me forzó a un internamiento y me concedió tiempo para leer lo que se leía en Europa'. El sociologismo de Goldman, el behaviorismo de Dashiel, el nouveau roman de Robbe Grillet o Natalie Sarraute, las preguntas sartrianas sobre el ser de la literatura reunidas en La hora del lector conmocionaron la escasa sociedad literaria española de fines de los años cincuenta e influirían sobre los escritores amigos y conocidos que viajaban del realismo social a una literatura de la experiencia crítica. Muy especialmente sobre Juan García Hortelano que siempre reconoció el impacto que le causara el balance contemporaneizador de Castellet, pero las opiniones, aventuradas, califica el Castellet de 2001, de aquella primera edición gravitaron sobre toda la cultura española antifranquista como un referente casi canónico. En cierto sentido el libro de Castelllet movió en España una voluntad de reforma del gusto parecida a la que pocos años después marcarían obras tan reconocidas como la Crítica del gusto, de Galvano della Volpe, o L'Opera aperta, de Umberto Eco. 'La traducción italiana de La hora del lector propició comentarios muy favorables del propio Eco. Pero con los años yo he considerado que mi libro había cumplido una función entonces y eso era todo'. Mientras tanto la crítica oficialista española te acusaba de dógmatico y sectario. 'Había en mi obra una apuesta por la literatura comprometida, como se llamaba entonces, que disgustaba a la crítica franquista. Pero es indetectable cualquier intención de fijar un mandato estético, al contrario, señalo que ha llegado la hora del lector y por lo tanto quedan implícitas la libertad de lectura y escritura'. Entre el crítico y el mercado, le pregunto a Castellet si ese lector convocado podría ser el público letraherido, capaz de descodificar y revelar la propuesta escrita, a manera de coautor de Goethe. Ésa era la intención, dice, en los años cincuenta, sin excluir la necesidad expresa de quitarle la literatura a los censores franquistas, pero hoy día la tarea de ese público como sujeto cocreador se mueve dentro de la confusión que crea el mercado. Le sugiero que ese público es más fuerte que el mercado y es quien marca las corrientes del gusto. Castellet se ha jubilado de entusiasmos, pero cuando le planteo si la reedición de La hora del lector es una cooperación arqueológica, en buena parte motivada por los excelentes trabajos divulgatorios y críticos del profesor Laureano Bonet, colaborador de esta reedición, admite finalmente que los debates esenciales en 1957 siguen vigentes en 2001. La crisis de la literatura comprometida, le digo, bandera de su contraria en los últimos treinta años, ha dado paso a una reideologización desde peculiaridades como es el feminismo, la marginación sexual, los enfermos del sida, las diferencias étnicas. El muestrario que queda patente en Los ángeles de América. Se ha masacrado toda la literatura que tratara de ofrecer una visión crítica del mundo y se proclama ahora una literatura que ideologiza a partir del filtro de la minoría oprimida. Jameson ha señalado la falta de una poética que refleje el mundo diseñado por el nuevo capitalismo. 'Esa poética tal vez sea el desconcierto, acentuado por la mixtificación mediática y se podría propiciar una literatura que expresara esa confusión con voluntad de transformación. Estamos abocados al abismo y tal vez esa literatura emerja del Tercer Mundo, donde con más crudeza se siente la opresión. En cuanto a los códigos estéticos, se acabaron los cánones hegemónicos'. Porque estuvieron enfermos y pudieron leer lo que nadie leía, porque Juan Goytisolo desde París les abría trastiendas de librerías insospechadas o el profesor Juan Petit les recordaba el arrasado esplendor cultural de la España republicana, porque viajaban a Heidelberg y descubrían la concienciación de la clase obrera alemana y parte de las sinrazones de Heidegger, o porque figuraban en las tertulias del izquierdista cónsul brasileño en Barcelona y fundamental poeta Cabral de Melo, así se forjaron Castellet, Barral, Jaime Gil, Sacristán, los Goytisolo, Tàpies, Brossa, el hoy fraile montserratino Hilari Raqué, joven vanguardia en los años cincuenta sumada a la reconstrucción de la razón democrática y que tuvo en La hora del lector uno de sus más insolentes carnés de identidad. |