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Sobre la insumisión del escritorMIGUEL GARCÍA-POSADA*EL PAÍS, Babelia, 24 / 5 / 1997.En el epílogo a El escriba sentado, recopilación de textos elaborados durante muchos años, escribe Vázquez Montalbán que "la caída del muro de Berlín [ha servido] para hacer más altos los muros de las mezquitas, las sinagogas y las catedrales". No se trata —claro es— de ningún aserto nostálgico, ni de ningún parti pris paleocomunista: la cita forma parte de un texto dirigido a Salmon Rushdie con motivo de su condena a muerte dictada por el régimen iraní a propósito de Versos satánicos; la misiva se titula, con harta precisión, Carta a un artista seriamente amenazado por los dioses. Más allá de la circunstancia concreta de Rushdie, puede afirmarse que esta amenaza de lo irracional campea por todas las páginas del libro y eso lo hace de entrada especialmente valioso. Pertrechado por una sólida formación marxiana, pero ajeno a cualquier clase de dogmatismo (véase al respecto la nota sobre la Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún), el método crítico utilizado por Vázquez Montalbán es dialéctico e histórico, no olvida nunca el decurso temporal, las estructuras sociales y el poder iluminador de las contradicciones. De ahí la pertinencia del ensayo que encabeza y titula el libro, El escriba sentado, una muy brillante reflexión sobre las relaciones del escritor con el poder, que arranca de la hierática y emblemática figura del sumiso escriba egipcio y llega hasta la del escritor comprometido —insumiso— de estilo sartriano, para desembocar en las descomposiciones e inhibiciones de este fin de siglo. En este sentido resultan imprescindibles las consideraciones que se efectúan sobre la gé- nesis del realismo socialista, que trasciende con mucho su reconversión partidista por los dirigentes culturales de la URSS en los años treinta. Se trataba —precisa Vázquez Montalbán— de alinear la capacidad de revelación de realidad de la literatura y el arte, bien conocida y utilizada por la burguesía del XIX, "en la lucha de las ideas por revelar la injusticia y proponer una alternativa de progreso", lo que facilitaba al artista un nuevo punto de vista moral y un "incentivo estético excitante", en la medida en el que el horizonte de un nuevo público inducía la necesidad de nuevos temas y de nuevos lenguajes. Que vivamos hoy en una época de increencia, que el optimismo revolucionario haya quebrado clamorosamente, que el creador aparezca cada vez más preocupado por Su estricto oficio y por otras cuestiones secundarias, en modo alguno significa dar por periclitado un fenómeno estético que desborda su más intensa coyuntura histórica: "El realismo socialista" escribe con valentía Manuel Vázquez Montalbán, "es una respuesta legítima a determinadas obsesiones del espíritu creador acuciado por la agresión de la historia", tiene tanto derecho a existir como cualquier otro movimiento, y de hecho rebrota aquí o allí, cuando las situaciones adquieren gran dramatismo histórico: pensemos, a título de ejemplo, en una novela tan espléndida como Alzado del suelo, de José Saramago (1980). Como declara el autor, este libro tiene mucho de biografia de un escritor a través de las lecturas de otros escritores. Por eso el grueso del volumen está integrado por las aproximaciones a una larga serie de autores, que van desde el anónimo creador del Lazarillo de Tormes, pasando por Dostoievski y Baroja, hasta llegar a Jorge Semprún, Eduardo Mendoza, Juan García Hortelano, Jesús Fernández Santos, Juan Marsé, Gabriel Celaya y los poetas del 50, sin olvidar nombres europeos y americanos como Graham Greene, Georges Orwell, Leonardo Sciascia, Chester Himes o Mario Benedetti. El volumen se completa con unas brillantísimas 'Notas sobre literatos obvios', que versan sobre figuras de rango universal en lengua española (Cervantes, García Lorca, Garcia Márquez, Valle-Inclán) o extranjera (desde Goethe y Shakespeare hasta Camus, Onetti, Faulkner, Kafka, Joyce o Nabokov) que suman hasta un total de 26, entre las que no falta —manes de Carvalho— la señora Agatha Christie. Son notas todas trazadas con la sagacidad del lúcido "intruso en el territorio de la crítica". Notas sistemáticas por el principio teórico que los unifica: la literatura es un discurso histórico y una práctica ideológica que aunque no se derogue en el hecho ideológico no por ello deja de reflejarlo, encauzarlo y nutrirlo. A partir de aquí, y con la frescura imaginativa que lo caracteriza, el autor traza acercamientos literarios agudos, a veces polémicos, pero casi siempre certeros. Llamo la atención sobre el ensayo dedicado a Baroja, que encierra una de los mejores análisis que conozco sobre el núcleo fundamental del universo barojiano, que cifra el comentarista en la contradicción existente entre la confianza del autor en el individuo y su capacidad de comprensión por los vencedores y perdedores. No supo Baroja articular propuestas comunitarias, mitificó a los héroes, hizo crecer a falsos gigantes, pero dejó "un lúcido catálogo de victimas" y el legado de su rebeldía. Desde esta perspectiva cabe leer hoy de otra manera al autor de La busca. Quizá, me permito agregar, sólo de esta manera sea posible salvarlo de las trampas del liberalismo y de sus fobias infantiles, y sustraerlo tanto a la incondicional exégesis de los apologetas como a la furiosa debelación de los detractores. *Miguel García-Posada es EL crítico literario del diario EL PAÍS. A pesar de ser castrista, ha sido EL crítico literario del diario ABC. |