M.V.M.

Creado el
27/7/99.


«Hay una relación directa entre comer, beber y amar»

Nativel Preciado

Tiempo, 4 / 11 / 1996.


La gula. Se trata de un exceso desordenado en el comer y en el beber. Manuel Vázquez Montalbán ha escrito un espléndido relato, La Gula, donde mezcla gastronomía, teología y marxismo a través del monólogo de un exquisito gourmet que naufraga en una isla desierta. Este robinson, que había sido obispo en El Vaticano, se ve obligado a inventar sus propias teorías gastronómicas, en las que adquiere un simbólico protagonismo el bacalao que Dios le envía. El bacalao, una momia conservada en salazón, puede convertirse, gracias al ingenio culinario, en un alimento prodigioso, como el maná caído del cielo. Vázquez Montalbán, que como se sabe es un gran aficionado a la gastronomía, propone una inteligente asociación de ideas entre guisar, comer, beber y amar. Y de eso trata otro de sus libros, Recetas inmorales, que acaba de publicar la editorial Afanias y cuyo objetivo es lograr fondos en beneficio de personas con deficiencia mental. En contra de lo que algunos puedan pensar, no hay contradicción entre la moral hedonista del autor de Un polaco en la corte del rey Juan Carlos y la generosidad solidaria que supone trabajar para una causa altruista.

—¿Qué le llevó a mezclar en el mismo guiso la cocina, la teología y el marxismo?
—Me pidieron un libro sobre la gula y se me ocurrió escribir el relato de un náufrago que era un obispo encargado de las finanzas de El Vaticano y, además, un exquisito gourmet. Lo he subtitulado Reflexión de un robinson ante un bacalao seco porque, para mí, el bacalao es un prodigio marxista. Cuando era joven, un grupo de marxistas organizamos un viaje de Madrid a Palencia en busca de un tipo al que habían visto con el libro de Sartre Tránsito de la cantidad a la cualidad. Queríamos ficharle para la organización. El caso es que, desde mi punto de vista, el bacalao ejemplariza ese tránsito de la cantidad a la cualidad. Un bacalao seco es como una momia, pero se mete en agua y se transforma en otra historia. Sólo a un genio se le ocurre remojar la momia, utilizar el agua del hervor, moverlo con un poco de aceite y ajos para convertirlo en bacalao al pil pil. De ahí sale todo un discurso teológico.

—¿Por qué ha titulado otro de sus libros "Recetas inmorales"?
—En cierta ocasión me dijo Dalí que con Greta Garbo sólo se podía comer lenguado a la plancha. Entonces me puse a pensar qué comería yo con determinadas mujeres. De ahí surgió la idea de asociar la erótica con la gastronomía. Así como existen las asociaciones de ideas, también se dan las asociaciones totalmente arbitrarias entre guisar, comer y amar.

—¿Y por qué esa combinación ha de ser inmoral?
—Todo lo que hace referencia al placer es gozosamente calificado de inmoral. Para los moralistas, sólo el sufrimiento es moral. En las religiones hay ayunos, cuaresmas y ramadanes. Estoy en contra de todas ellas -la católica, la islámica y la neoliberal- porque, al defender valores absolutos, acaban siendo totalitarias.

—¿Cree que las pasiones responden a la teoría de los vasos comunicantes?
—No se puede generalizar, pero hay un relación directa entre comer, beber y amar. Especialmente la bebida conduce a la cama porque desinhibe y los esfínteres se abren en función del ambiente. La cantidad de veces que he tenido éxito en esos territorios ha sido por lo favorable del clima; me he atrevido a hacer propuestas que sin esa situación gastronómico-etílica hubieran sido impensables.

—¿Existe la cocina afrodisiaca?
—Está demostrado que no existe la cocina afrodisiaca. Lo importante es que la ceremonia de compartir una comida se convierta en un acto afrodisiaco en sí mismo.

—¿La gula puede ser un placer solitario?
—Si es solitario, se convierte en un placer de lo más mediocre. El tío que se guisa un plato y se lo come solo es un onanista. La gula o es comunicación o no tiene ningún valor. La comunicación implica una apropiación porque siempre implica convencer a alguien y nunca el receptor es tan fuerte como el emisor. En el juego de propuestas de la sensualidad siempre hay uno que persuade y otro que es persuadido Ahí está la gracia del asunto. En toda propuesta sensorial hay una intención sexual.

—¿Se fía usted de la gente a la que no le gusta comer?
—No puedo generalizar. Antes yo era muy dogmático en este sentido, hasta que descubrí anoréxicos maravillosos.

—¿Hay alguna comida de la que no pueda prescindir?
—En el fondo, uno puede prescindir de todo. Sin embargo, en la vida de todo escritor hay un Rosebud como el de Ciudadano Kane. Recuerdo un día que estaba sentado en el portal de mi casa, frente a la panadería, y vi salir a mi madre con un pan caliente y un cucurucho de aceitunas negras. Me dio un trozo de aquel pan con aceitunas. Eran los años cuarenta. Asocio el placer con el pan caliente y las aceitunas negras; es mi Rosebud.


—¿Ha visitado todos los templos gastronómicos?
—No, me falta Robuchon. La primera vez que fui a Girardet estuve muy condicionado por mi carencia de francos suizos. Y es que cuando pedí el menú me dijeron que no admitían tarjetas de crédito. Tuve que pagar con los francos franceses que llevaba y me tuve que zampar un menú condicionado a esa moneda. La segunda visita la hice más liberado.

—¿Qué va a quedar de nuestra maravillosa cocina mediterránea después de Maastricht?
—Empecemos por aclarar una falsificación: dicen que la dieta mediterránea se basa en el aceite de oliva y eso es mentira. En buena parte de la cocina catalana y valenciana se emplea la manteca de cerdo. Reivindicar una cultura alternativa en torno al aceite de oliva es puro voluntarismo. Respecto a Maastricht, si es una imposición de los eurócratas, no debemos preocuparnos porque gracias a las tarjeta de crédito están aprendiendo a comer. Bélgica, en contra de lo que se piensa, tiene una gastronomía excelente. Cuando fui al Parlamento Europeo a presentar Autobiografía del General Franco descubrí que Gutiérrez Díaz, eurodiputado de IU, es un gran gourmet. Es posible, entonces, que la izquierda se salve. Mis dudas son sobre Anguita, porque temo que conserve las restricciones de la autorepresión; aunque sé que le gustan las habas con jamón y eso está bien. Quisiera que la izquierda hiciera una reflexión: como en España la gente ha pasado tanta hambre, todas las fiestas populares están ligadas a la idea del banquete, que signifíca sacar el vientre de penas un día al año. No hay pueblo que no tenga un plato especial asociado a la fiesta. Si la izquierda lo asume, ganará.
    Creo que los liberales llevan ventaja en ese terreno; los grandes negocios se hacen en torno a una buena comida. También los neoliberales tienen complejo de culpa, aunque distinto del izquierdista, que siempre piensa en los hambrientos de Calcuta. El yuppy se llena de culpabilidad porque come contra la eficacia y a favor del colesterol, la glucemia y la grasa... y eso se convierte en un tormento.

—¿Qué piensa de los vegetarianos?
—Que son unos criminales porque se ha descubierto que los vegetales son sensibles y gritan cuando los cortan. Bobbio, en Izquierda y derecha propone revisar nuestra relación con los animales. Según me voy haciendo mayor, me alcanza una piedad tremenda por los cerdos, los cabritos y los corderos. Me temo que estoy en crisis. Desearía que cualquier industria inventara comidas químicas para evitar la matanza de animales, salvando, eso sí, el bacalao al pil pil. Me parece injusto que el hombre haya ganado, sobre todo cuando veo las intervenciones de los dos Serra; prefiero el dóberman a Eduardo o Narcís.