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«Hay una relación directa entre comer, beber y amar»Nativel PreciadoTiempo, 4 / 11 / 1996.La gula. Se trata de un exceso desordenado en el comer y en el beber. Manuel Vázquez Montalbán ha escrito un espléndido relato, La Gula, donde mezcla gastronomía, teología y marxismo a través del monólogo de un exquisito gourmet que naufraga en una isla desierta. Este robinson, que había sido obispo en El Vaticano, se ve obligado a inventar sus propias teorías gastronómicas, en las que adquiere un simbólico protagonismo el bacalao que Dios le envía. El bacalao, una momia conservada en salazón, puede convertirse, gracias al ingenio culinario, en un alimento prodigioso, como el maná caído del cielo. Vázquez Montalbán, que como se sabe es un gran aficionado a la gastronomía, propone una inteligente asociación de ideas entre guisar, comer, beber y amar. Y de eso trata otro de sus libros, Recetas inmorales, que acaba de publicar la editorial Afanias y cuyo objetivo es lograr fondos en beneficio de personas con deficiencia mental. En contra de lo que algunos puedan pensar, no hay contradicción entre la moral hedonista del autor de Un polaco en la corte del rey Juan
Carlos y la generosidad solidaria que supone trabajar para una causa altruista. |
—¿Ha visitado todos los templos gastronómicos? —No, me falta Robuchon. La primera vez que fui a Girardet estuve muy condicionado por mi carencia de francos suizos. Y es que cuando pedí el menú me dijeron que no admitían tarjetas de crédito. Tuve que pagar con los francos franceses que llevaba y me tuve que zampar un menú condicionado a esa moneda. La segunda visita la hice más liberado. —¿Qué va a quedar de nuestra maravillosa cocina mediterránea después de Maastricht? —Empecemos por aclarar una falsificación: dicen que la dieta mediterránea se basa en el aceite de oliva y eso es mentira. En buena parte de la cocina catalana y valenciana se emplea la manteca de cerdo. Reivindicar una cultura alternativa en torno al aceite de oliva es puro voluntarismo. Respecto a Maastricht, si es una imposición de los eurócratas, no debemos preocuparnos porque gracias a las tarjeta de crédito están aprendiendo a comer. Bélgica, en contra de lo que se piensa, tiene una gastronomía excelente. Cuando fui al Parlamento Europeo a presentar Autobiografía del General Franco descubrí que Gutiérrez Díaz, eurodiputado de IU, es un gran gourmet. Es posible, entonces, que la izquierda se salve. Mis dudas son sobre Anguita, porque temo que conserve las restricciones de la autorepresión; aunque sé que le gustan las habas con jamón y eso está bien. Quisiera que la izquierda hiciera una reflexión: como en España la gente ha pasado tanta hambre, todas las fiestas populares están ligadas a la idea del banquete, que signifíca sacar el vientre de penas un día al año. No hay pueblo que no tenga un plato especial asociado a la fiesta. Si la izquierda lo asume, ganará. Creo que los liberales llevan ventaja en ese terreno; los grandes negocios se hacen en torno a una buena comida. También los neoliberales tienen complejo de culpa, aunque distinto del izquierdista, que siempre piensa en los hambrientos de Calcuta. El yuppy se llena de culpabilidad porque come contra la eficacia y a favor del colesterol, la glucemia y la grasa... y eso se convierte en un tormento. —¿Qué piensa de los vegetarianos? —Que son unos criminales porque se ha descubierto que los vegetales son sensibles y gritan cuando los cortan. Bobbio, en Izquierda y derecha propone revisar nuestra relación con los animales. Según me voy haciendo mayor, me alcanza una piedad tremenda por los cerdos, los cabritos y los corderos. Me temo que estoy en crisis. Desearía que cualquier industria inventara comidas químicas para evitar la matanza de animales, salvando, eso sí, el bacalao al pil pil. Me parece injusto que el hombre haya ganado, sobre todo cuando veo las intervenciones de los dos Serra; prefiero el dóberman a Eduardo o Narcís. |