M.V.M.

Creado el
30/1/98.


Más cosas sobre Vázquez Montalbán y Cuba.


La Habana de los espíritus

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

EL PAÍS, 22 / 1 / 1998.


¿Puede afirmarse que el pueblo cubano es católico o no? La pregunta se la hacía en 1995 monseñor Carlos Manuel de Céspedes García Menocal, hoy vicario de La Habana y la personalidad de la Iglesia cubana que suscita más consenso. Se la hacía por escrito en la revista Temas, flanqueado por dos expertos en religiosidades como René Cárdenas y Aurelio Alonso Tejada y se contestaba que la mayoría del pueblo cubano es religioso. No se salía por la tangente este fino intelectual, amigo de intelectuales hasta el punto de que muchos escritores le pasan sus originales para que les ponga el nihil obstat estético. En su artículo de 1995 reivindicaba la tolerancia para todas las formas de la religiosidad que abastecen de esperanza, incluida la santería, representada en la misma publicación por Natalia Bolívar, máxima autoridad en la materia.
Enero de 1998, el Papa aterriza y Temas vuelve a la palestra publicando las resoluciones de los Provinciales Latinoamericanos de la Compañía de Jesús y un análisis de Aurelio Alonso de las biografías que ha merecido el papa Wojtyla. Los Provinciales manifiestan una radical denuncia del economicismo y reivindican el neohumanismo al servicio de los perdedores sociales. Aurelio Alonso pone a Juan Pablo II en su sitio, que es el de implacable corrector de los excesos reformistas del concilio y el de pastor polaco desilusionado ante la evidencia de que la caída del comunismo en Polonia ha reducido el número de polacos en las procesiones.
Jardines de la UNEAC, escenario para presentar la revista cultural más estimable de Cuba y para reencontrar escritores que asumen la visita del Papa con la misma cortesía, pero también con el mismo escepticismo con el que esperarían cualquier otro prodigio aéreo o gaseoso. No se trata de escepticismo religioso, sino de escepticismo civil o histórico, mientras intercambian información sobre si han sido seleccionados o no para el encuentro del Papa con el mundo de la cultura en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. La Iglesia ha sido determinante en esa selección y la ha justificado no por razones ideológicas, sino por razones de espacio. Acabo de hablar largamente con Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional, y hemos dedicado buena parte de la conversación a descifrar si Cuba era católica o no. El diagnóstico de Alarcón se parece mucho al de monseñor Céspedes, tras plantearse muy a fondo la historicidad de un desencuentro entre Iglesia católica y sociedad que no se debe exclusivamente a la revolución. Todos los líderes políticos con los que he hablado han recurrido a la historificación de desencuentro para justificar el encuentro y asimilarlo por el metabolismo revolucionario. Retomo una vieja monografía de Sixto Gastón Aguero que compré en la plaza de Armas: El materialismo explica el espiritismo y la santería, que empieza con una cita de Marx y termina diciendo que la prueba de la relación entre vida espiritual y material está en que el espíritu muere al reducirse su velocidad de vibración, con lo que ya hemos estudiado que se condensan sus manifestaciones y pasa a ser materia concreta. Si el materialismo explica la santería bien puede explicar las religiones convencionales, sobre todo cuando son utilizables ya no para renunciar al mundo, sino para cambiarlo. Día completo de vibraciones espirituales. En el hotel, de la mano de J.J. Armas Marcelo, autor de una novela «cubana» de próxima aparición en Alfaguara, conozco a la etnógrafa Natalia Bolívar, la autora de Los Orishas en Cuba, importante quién es quién de la religión afrocubana eminentemente utilitaria: se recurre a los espíritus para que te consigan bienes materiales, incluidos unos cuantos dólares. Luego me veré rodeado de obispos y cardenales españoles en el cóctel ofrecido por el encargado de negocios de España, Javier Sandomingo, y acabaré cenando con Gabriel García Márquez, fundador del realismo mágico, que, me dice, está, pero no está, en La Habana, una transparencia que sólo puede conseguirse desde la trascendencia.


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