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La versión de Haro TecglenEDUARDO HARO TECGLEN*Introducción a Crónica sentimental de España, Grijalbo, 1998Recuerdo lo que puedo; escribo libros de memorias porque no la tengo, para ir haciéndola: "Haz memoria", se le dice al olvidadizo. Recuerdo, entonces, que un día llegué a Triunfo, desde Tánger donde vivía —donde se vivía—, me dieron un original y me hicieron una solicitud: alguien lo había escrito, y disertaba en él sobre tiempos, personas, canciones y sucesos cuya edad probablemente le había impedido conocer bien. Se trataba de que yo mirase lo que podía ser erróneo y viese si el total merecía la pena. Ese original llevaba tres años en un cajón, quién sabe cuál o de quién; o paseando de uno a otro. Era la Crónica sentimental de España, de un tal Manuel Vázquez Montalbán, personaje del que algunos tenían memoria personal. Era pequeño, más bien catalán, conspiraba, pasaba tiempos en la cárcel. Es cierto que muchos tienen a gala ya su conocimiento, su amistad y la paternidad del gran escritor —«Siete ciudades se disputaban la cuna de Homero...»— en ese momento culminante. Yo soy uno de ellos, uno de tantos: y creo que fui el que exclamó —dentro de mi poca habilidad para exclamar— que se trataba de una obra maestra. Lo creen todos ahora cuando hablan de él, «...que no tuvo techo que cobijase su cabeza», sigue el verso de Heywood, un escritor inglés del XVIII, en Jerarquía de los ángeles benditos; tampoco se ha sabido nunca en qué parte británica nació, ni cuándo, pero me gusta citar una obra de él de 1634: Una comedia agradable llamada Una Virginidad Bien Perdida. Desbarro. Lo que recuerdo firmemente es que la leí con entusiasmo: es muy difícil encontrar originales de desconocidos que tengan tan gran calidad. Sin embargo en Triunfo la calidad anónima llegaba con más frecuencia que en otros sitios: el semanario de Ezcurra atraía a gentes que tenían seriamente algo que decir y que habían encontrado una manera de decirlo. La manera de decirlo era trascendental, y yo mismo trabajaba en una forma de escritura que hiciera visible lo invisible, y al mismo tiempo invisible lo visible. La Crónica de aquel a quien pronto llamaríamos Manolo tenía esa virtud: y, además, no contenía nada erróneo que el ya anciano que la probaba —unos cuarenta y cinco años— pudiera encontrar. En la versión de Ezcurra, el primer entusiasta fue él, y me entregó el original del antiguo cajón con todo su fervor, que me comunicó. No me extrañaría que fuese así, y me encuentro muchas veces algo molesto conmigo mismo por atribuirme más valores o más virtudes de las que pude tener en aquella publicación mítica en la que, sobre todo, escribí. Mucho. Entonces me gustaba escribir, y me parecía que tenía un sentido. Ahora me canso más, porque soy realmente viejo y porque es aburrido mantener el mismo sentido y la misma dirección que entonces: el tiempo trabajaba despacio para los que esperamos algo global de él. Nos deja molidos. Quizá el original de Manolo estuviese incompleto o fuese insuficiente en cantidad. Él recuerda que Alonso de los Ríos, que entonces era rojo, le llamó para pedirle una versión total. Quizá fuera en el cajón de este Alonso de los Ríos donde fermentasen los folios de Manolo, tal vez en el de Eduardo G. Rico, que fue también "hombre fuerte" —tomo el vocabulario del prólogo de Vázquez Montalbán para esta edición—; o en los de Ezcurra. Me dice este Ezcurra que es impensable que él lo guardara tanto tiempo sin leerlo, y lo creo: no deja dormir el trabajo, ni a las personas, si él cree que tienen algo que hacer. Es su gran capacidad. Me dice también que, puesto que no lo pudo tener sin leer, lo leyó; y, si lo leyó, sigue creyendo, no pudo dejar de descubrirlo por sí mismo y, por lo tanto, no pudo dármelo sin la advertencia de su absoluta calidad. Todo es coherente, y lo coherente tiene que ser cierto. Pero las personas cuya memoria se ha hecho vaporosa nos agarramos a las cuatro ventanitas iluminadas en la noche de El Pardo de nuestro olvido, y una de ellas es la del descubrimiento de la extraordinaria calidad de lo que me pareció un nuevo escritor. Lo que está claro es que el deslumbramiento por este texto de Manuel Vázquez Montalbán no fue solo de Ezcurra y mío: fue de todos, excluyendo a los dos o tres en cuyos cajones estuvo amarilleando tanto tiempo. Desde el primer capítulo llovieron las felicitaciones, los comentarios, la felicidad del lector. Y las ventas. Es uno de los pocos escritores con los que he visto subir la venta de una publicación: y algunos han sido, luego, insignificantes o absurdos. Nos dio pena que se fuera a acabar. Y que perdiéramos las ventas; o sea, las adhesiones a una política determinada. O indeterminada: un frente amplio. Manolo estaba dentro de él, y comenzó a ser una de esas personas a las que Triunfo atrajo para sí, al mismo tiempo que se iba despojando de otras anteriores que no estaban bien situadas en el frente amplio que digo. Entró una persona, y entraron, con él, muchas. Creo que él y yo tuvimos más seudónimos que nadie en España, aunque no en Portugal. Heterónimos, se dice ahora. «Heteronimia. Fenómeno por el cual vocablos de acusada proximidad semántica proceden de étimos diferentes; por ej. toro-vaca». Toros, vacas, terneros, cabestros, becerros o cansinos bueyes, fuimos llenando nuestras páginas. Tirando de nuestra carreta de vacas-coraje. No sé lo que queda de todo aquello. Muchas veces nos reunimos a recordarlo: en Nueva York o en Burdeos o en Tenerife, o donde nos llamen. Lo recordamos ante eruditos, ante estudiosos, ante supervivientes de todas clases, que nos miran como si los supervivientes fuésemos solo nosotros. De todo aquello no sobrevive, sino que vive, entera y permanente, esta Crónica de Manuel Vázquez Montalbán; y no solo en la memoria nuestra y de quienes la leyeron, sino en los que se van sumando en las siguientes generaciones. A los lectores personales y directos de Manuel Vázquez Montalbán, que son muchos y en muchos sitios. Dentro y fuera de España. Quizá todo esto que mal recuerdo, quizá la versión de Haro Tecglen sea escasamente significativa. El libro habla solo: no ha cesado de hablar, y de cantar sus canciones sentimentales. Pero la coloco aquí porque importa un poco la crónica de la crónica, la pequeña historia; y además lo hago con el orgullo un poco necio de quien fue, por lo menos, una de las hadas invitadas al bautizo. En el que sin duda hubo alguna mala, alguna no invitada; pero no le ha convertido en durmiente. Su bosque está permanentemente animado. Más sobre Crónica sentimental de España: * Eduardo Haro Tecglen es periodista y opinion maker. Es el candidato de Vázquez Montalbán a presidir la IIIª República Española. |