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La comedia humana de CarvalhoFERNANDO VALLS*EL PAÍS Cataluña, 30 / 6 / 1997.Dicen que Pepe Carvalho ha cumplido 25 años, que cuando se publique Milenio (aunque antes aparecerá El quinteto de Buenos Aires) sus aventuras habrán concluido. Una vez desaparecido su paisaje, su hábitat natural, el mundo de marinos y putas culonas que fotografió magistralmente Català Roca, hoy ocupado por una universidad de diseño, el detective no tiene un espacio propio para desenvolverse a su aire y, o hay que trasladarlo a Madrid para que controle la concesión de un premio, o se le envía a la Argentina... Pero aunque su muerte se anunciaba para 1995, ahí sigue..., y si las últimas noticias no mienten quizá se convierta -recomendado por Charo, que parece que anda en amores con un alto cargo autonómico- en un espía posmoderno al servicio de la Generalitat. Sobre lo que no parece haber duda es que el detective que creó Vázquez Montalbán es el personaje literario no sólo más célebre, sino también uno de los más consistentes de los surgidos durante los infinitos años de transición política. Para mí, y creo que para muchos lectores, es uno de esos rosebuds (el neologismo es de M. V. M.) imprescindibles de estos últimos años. Entre otras razones, amén de las obvias que tienen que ver con el disfrute literario, y dada la complacencia con que se está historiando el periodo, porque será una fuente imprescindible para entender -esta vez sí, con una vision crítica- vida, usos y costumbres de estas dos últimas décadas. El ciclo también se desarrolla, lo ha explicado el autor, al compás y como una reacción contra el descrédito de la memoria, contra la atrofia de la memoria histórica, a la que tanto ha contribuido la izquierda, sobre todo una vez instalada en el poder. Así, casi todas las novelas de M. V. M., y no sólo las protagonizadas por el detective, pueden leerse como un alegato contra ese pacto que se hizo durante la transición para olvidar el pasado. Pero Carvalho no sólo proviene de la memoria, mirada y deseos de un autor que nació en el barrio chino, de un niño que veía el mundo desde el balcón de su casa, y no desde la calle, sino también de una compleja tradición literaria. En su caso, por sus orígenes sociales, mezclaba la cultura popular y la universitaria, con el resultado de unos textos híbridos en los que el bolero se codeaba con Conrad, Eliot y Pavese, y el existencialismo y el psicoanálisis con las películas de programa doble de los cines de su barrio -el Padró y el Cèntric- y con esas canciones -como Rascayú- que cuentan historias. El largo ciclo de novelas y cuentos dedicados al detective aparece titubeante (es el salto de Yo maté a Kennedy, 1970, a Tatuaje, 1974) cuando, a mediados de los setenta, el autor necesita contar una serie de historias distintas que sobrevuelan el ambiente y para las que no le valen ni el artículo, ni la poesía, ni el ensayo, ni la novela experimental (lo que a M. V. M. le gusta denominar "vanguardismo ironizado"), instrumentos que había manejado con fortuna hasta entonces. Si algo caracteriza a Carvalho es su condición de mestizo cultural, su bastardía, lo que lo emparenta con el Pijoaparte de Marsé... ¿Y no es el limpiabotas Bromuro un pariente cercano de su colega España, el humillado personaje de Las afueras, de Luis Goytisolo? Lo que diferencia al detective de sus colegas europeos y americanos (Holmes, Poirot, Marlowe, Maigret...) es que él sí tiene edad, que él sí ha ido envejeciendo y por tanto transformándose. Y es que Carvalho lleva consigo una historia, una memoria y un pasado. Haber sido miembro de la CIA y del PCE, tener relaciones con Charo, una puta de teléfono, tratar con esa especie de Watson casolà que es Biscuter, tener aficiones gastronómicas y quemar libros, no por odio a la cultura sino con conciencia de la elección, y despreciar la ética convencional para acabar apostando por los perdedores, lo convierten hoy en un personaje tan irreal como anacrónico, cuya supervivencia se le debe hacer al autor cada vez más difícil. M. V. M. ha comentado que a quien más se asemeja Carvalho es a Maigret, aunque con Philip Marlowe tiene en común la actitud vital, la distancia irónica y un cierto anarquismo mental y lúdico ante la existencia, y la misma prevención ante una policía que para ellos representa el orden establecido y la represión pública. En suma, el autor ha optado por crear un personaje atípico dentro de lo que -para entendernos- podríamos llamar lo policiaco, pues -aunque se empeñen algunos- poco tiene que ver su obra con la novela negra. Lo que sí sabemos ya es que Carvalho es más que un detective y que M. V. M., a la altura en que estamos de su trayectoria literaria, es algo más que un escritor. Quizá por eso le gusta quejarse de lo mucho que le ha costado ser reconocido, de cómo la crítica y las instituciones se han resistido a aceptar el éxito de un individuo con todos los números para ser un perdedor. Pero ya se sabe que de la crítica es mejor no hablar, aunque nunca pienso en ella -como hacen los escritores perezosos- como algo genérico. Y de las instituciones nada puede extrañarme y bien está que se comporten como lo hacen si en la obra se cumplen las pretensiones del autor. El día que le den la Creu de Sant Jordi, que lo conviertan en una coartada, malament rai... Nunca me he creído mucho las quejas de M. V. M. (¿no será coquetería?), que desde que en 1979 ganó el Planeta no ha parado de recibir galardones, y ahora que mi universidad lo acaba de nombrar doctor honoris causa, me las creo menos que nunca. Al aceptar el reconocimiento, el escritor honra a la facultad que lo ha propuesto, por lo que sólo cabe esperar que su padrino no se duerma en la ceremonia. Pero esto no es más que una muestra del derecho al pataleo de los de Filología Española por no haber andado más avispados. Continuará la ceremonia. *Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. |