Creado el 12/2/98.
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Francisco Umbral con Camilo José Cela en 1990.
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Los bodegones de Vázquez Montalbán
FRANCISCO UMBRAL*
EL PAÍS Artes, 12 / 5 / 1984.
Lo que más buscamos hoy, en la novela que antes se llamaba policiaca, es lo no policiaco. De ahí la denominación de serie negra, que integra en su negrura a buenos y malos. La intriga, en estas novelas, es, digamos, el cigüeñal que mantiene ballestado al lector. Pero ese viaje hacia el crimen o a partir del crimen, hay que hacerlo con algunos pertrechos, amenidades o munición de boca. Manuel Vázquez Montalbán, el gran escritor catalán en castellano, se ha especializado en la serie negra, me parece, tanto por nostalgias de pubertad como por jugar ese juego que todos hemos jugado (yo, por ejemplo, con la falsa crónica de sociedad), de elegir un género menor para llenarlo de contenidos mayores y, de paso, reivindicar el género. En cada novela de Manolo —y, para mí, la mejor de todas es La soledad del manager—, su protagonista, Pepe Carvalho, portugués (deliberadamente marginal del macizo de la península, como por la otra punta lo es MVM), se mete, entre crimen y crimen, unos menús que, por la descripción altamente literaria, como por la sabiduría/experiencia gastronómica del propio autor, a mí, más bien inapetente, me resultan prodigiosos bodegones escritos. Escritos y, al mismo tiempo, vivos, porque se comen, porque se los come Carvalho, y el lector con él. Además de las artes de comer y beber, que MVM domina (he hecho con él algunas rutas, incluso por el extranjero, que Manolo convertía en rutas gastronómicas), está el arte de escribir, que, como digo, hace un bodegón de cada uno de los almuerzos, cenas o desayunos de Carvalho.
    Mucha gente, hoy, escribe de gastronomía, pero sólo MVM, gran escritor, puede darle a la comida esa calidad de bodegón, de Rubens en la Barceloneta. Y no hablo de Zurbarán o de Cézanne, porque el arte de Manolo es caliente, y el de estos grandes maestros de la pintura, frío, hasta el punto de que llegan a intelectualizar la comida y la dejan en puramente mentale. Aquí le ofrezco a MVM un amago de receta muy catalana, muy suya, como homenaje al escritor y al amigo, al compañero de prosas y prisas. "Medio kilo de garbanzos, medio kilo de callos, media cabeza de ternera, una cebolla, 100 gramos de chorizo de Cantimpalos, 50 gramos de jamón serrano, 300 gramos de tomates duros, vino blanco y caldo de carne, manojo de hierbas aromáticas, guindilla, sal, pimienta y ajo". No sé si la anterior receta, debidamente transformada en bodegón vivo, comestible, la ha dado ya Manolo en alguna novela suya, en algún menú de Carvalho. No tengo memoria gastronómica. Pero comprendo que la sola enumeración de cosas tan concretas —"he aquí los detalles exactos", stendhalianos— supone una buena y jugosa literatura. Se ha escrito mucho y bien sobre las novelas negras de MVM, pero me parece que nadie ha islado en ellas —como pueden aislarse las subnovelas en el Quijote— estos bodegones escritos que refrescan y nutren el relato, que humanizan al personaje y lo emparentan con el autor. Pese a los maestros hoy de moda, como Hammet y otros, con quien más relaciono yo a MVM, es con Simenon, por su gusto de la comida, de la bebida, por su gusto de las cosas terrenales, materiales, por su materialismo, por lo vivos que están autor/personaje, punzados por todas las tentaciones menores (y mayores) de la existencia, invitados por todos los olores de mesón, figón o casa de lenocinio.
    La novela negra tiende naturalmente al automatismo, a convertirse en una partida de ajedrez, y sólo los grandes autores ablandan este género duro mediante la humanización de sus personajes. Los protagonistas de Agatha Christie, Hammet, Simenon, Patricia Highsmith, Chandler, Edgar Wallace, Harry Stephen Keller, son con frecuencia (aparte Maigret) amateurs del crimen, diletantes de la investigación, ciudadanos comunes. Esto supone un rechazo de la justicia oficial y una creencia utópica en la sociedad que se regula por sus propios individuos. Esto es casi Fourier. Comida y sexo humanizan las historias político/policiacas de MVM. Y, aparte esta función humanizadora, los bodegones escritos del escritor catalán cumplen una función estética, por su prodigiosa descripción, que los hace semejantes a las losetas modernistas incrustadas en el Parque Güell. Habría que estudiar (todo está por estudiar en literatura) los bodegones literarios de Cervantes o Rabelais. Las comidas brutales y sabrosas de Henry Miller o Hemingway. A mí me abren a no sé qué apetito catalán los bodegones de MVM.
*Francisco Umbral es escritor y periodista. Actualmente escribe en el diario El Mundo. He aquí el enlace a la página web de Francisco Umbral.
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