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LA BODA
ButifarradasMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEL PAÍS, 29 / 9 / 1997Independentistas catalanes convocan una butifarrada para el día y la hora en que se casa en Barcelona la infanta Cristina. Aclaro para los celtíberos extramuros de Cataluña que una butifarrada es un festejo alimentario consistente en asar butifarras, comerlas acompañadas de pan con tomate y all i oli y regarlas generalmente con vino tinto fresquito y en porrón. No estamos ante una butifarrada convergente, sino divergente de la celebración principesca. Los convocantes no quieren sumarse al gozo monárquico o civil, sino marcar distancias y desdenes. En este país se pasa de la beatería ultramonárquica de lo innombrable, o de silenciar trabajos como los de Rafael Borràs sobre don Juan de Borbón, a darle con una butifarrada en las narices a la dinastía, porque en Cataluña una butifarra no sólo es un embutido fresco de magro de cerdo, panceta, sal y pimienta homologado por la Generalitat, sino también un corte de mangas. Me parece legítimo que los antimonárquicos den la réplica al festejo, pero antes de llegar a la contundencia de la butifarrada podían haber escogido una manifestación coral cantando el Himno de Riego en catalán u otra especialidad folclórico-gastronómica menos basta, por ejemplo la xatonada (escarola, bacalao y salsa romesco) o, si se quiere, la costillada (asado de costillas de cordero, también butifarras y diversos tocinos frescos, más los imprescindibles pan con tomate y all i oli). Pero una costillada no es una butifarrada, no es un corte de mangas y no deja de ser un gesto suficiente de inquebrantable afirmación republicana. La butifarrada implica maximalismo formal desestabilizador y tiene un difícil más allá. Porque cuando se case el Príncipe, ¿qué pitanza colectiva va a escogerse para demostrar el rechazo a la Monarquía? ¿Se atreverán a organizar una collonada? Las sobrasMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEL PAÍS, 13 / 10 / 1997La noticia de que centenares de personas comieron con las sobras del banquete nupcial de Barcelona debe acogerse primero con satisfacción porque los beneficiados sacaron el vientre de penas un día en su vida y comulgaron con el festejo metabólicamente, por encima de niveles de comunión masificados. A continuación hay que considerar la difusión de la noticia o bien como acto desestabilizador del orden o como expresión de la conciencia social dominante. Quienes nos han suministrado el imaginario del milagro caritativo de la repartición de los panes y las lubinas bien pudieran ser republicanos o restos del KGB infiltrados en el territorio de lo históricamente correcto para ridiculizarlo. O alienados sin remedio que creían comunicar un mensaje neutral, casi pedagógico, desde el presupuesto de que lo más normal en los tiempos que corren es que el capitalismo genere pobreza, incluso hambre, pero también la cristiana necesidad compensatoria de que las monjas de san Vicente de Paúl, o las en otro tiempo llamadas señoritas del ropero, repartan empanada, calzoncillos, bragas de segunda piel y camas turcas cojas entre los nuevamente considerados desheredados de la fortuna o económicamente débiles. Bien está dar de comer al hambriento, pero en secreto, no ofreciendo el escándalo de la evidencia del hambre. Sintomático es que se haya considerado una noticia positiva, ejemplar incluso. Sintomática la naturalidad con que la sociedad ha aceptado la noticia, como humana, social, incluso histórica, alimentariamente correcta, instalados casi todos en la evidencia de que tras un par de siglos de buscar tontamente el todo de la emancipación social no hay más remedio que conformarse con las sobras de los banquetes. Autocomplacida armonía virtuosa del que se harta pero no rebaña. Entre el todo y la nada, las sobras.
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