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Un imaginario literarioMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEl País, Cataluña, 15 / 3 / 2002He proclamado repetidamente que hay ciudades que son literarias y otras que no. Depende en ocasiones del empeño de un escritor o de un grupo de escritores y otras de la materialidad misma de la ciudad, de la sintaxis de su memoria o de su físico, de sus arqueologías, de sus gentes. Barcelona se vuelve de pronto literaria en el siglo XIX, ciudad capaz de ser imaginada y generar un imaginario barcelonés trifonte: la capital viuda y romántica de un imperio perdido, generaría un ramillete de odas nacionalistas; la ciudad capitana de una revolución industrial, luchas sociales y prodigios para ricos, sublimaría una novela que mucho tiene que ver con las contradicciones sociales y que comenzaría Narcís Oller con La febre d'or; finalmente quedaba la ciudad pecadora, portuaria, torva, que tras Barcelona y sus misterios, de Antoni Altadill, se quedaría esperando a que llegaran los novelistas franceses a codificarla: Carcó, Bourget, Pieyre de Mandiargues, Genet. Especialmente interesante es recorrer hoy los restos de la Barcelona de Mandiargues y Genet, la ciudad con ingles del llamado Barrio Chino sin que viviera en ella chino alguno hasta la década de los setenta del siglo XX. Pocas ciudades disponen de espejos literarios tan completos como Vida Privada de Sagarra, recorrido del norte al sur, de la burguesía al lumpenproletariado. Pocas ciudades han conseguido posar para una obra maestra como La marge de Mandiargues o ver bautizados uno de sus barrios, el Chino, por Carcó o han sido vividas tan malditamente, como ladrón y homosexual, por San Genet en Le Journal d'un voleur, memoria de la Barcelona del Paral.lel y la marginación. Como apéndices importantes de su vida, la Barcelona capital de la retaguardia republicana posó para Orwell (Homenaje a Cataluña), Malraux (L'Espoir), Claude Simon que puso nombre de hotel, Le Palace, a la novela que probablemente le dio el premio Nobel. Ahí está la ciudad como modelo para otros novelistas de paso: Thomas Mann, Max Frish, Soldati, gozadores de la ciudad bifronte, el Ensanche de Gaudí y la burguesía y el Barrio Chino o el puerto de los sans coulotte. Esa Barcelona mestiza y republicana, quedó escondida después de la guerra civil en la memoria de los vencidos hasta que recuperaron este imaginario barcelonés desde sus exilios, bajo la maestra melancolía de Mercè Rodoreda en La plaça del Diamant o bien los escritores que en la difícil posguerra apostaron por la reconstrucción de la razón democrática y urbana: ahí están las novelas escritas desde el pesimismo aspirable en la calle Aribau como Nada, de Carmen Laforet, o el inicio del neorrealismo a partir del primer Juan Goytisolo de Para vivir aquí o La calle sin sol, de José Antonio de la Loma, de Los contactos furtivos, de Antonio Rabinad, ubicada en la zona hoy olímpica, en otro tiempo oscura y reprimida, o de Donde la ciudad pierde su nombre de Candel, retrato del salvaje crecimiento urbano para absorber las riadas de la inmigración interior. Aún pueden verse hoy los escenarios de aquella derrota social y arquitectónica en la Barcelona fea del extrarradio o en lo que queda de la Barceloneta o del ya casi deconstruido Barrio Chino. Y fue desde uno de los ventrículos del Chino, la calle Escudillers, donde Pieyre de Mandiargues escribiera a comienzos de los sesenta La Marge, retrato al mismo tiempo de la crisis del personaje y del renacer crítico de la ciudad bajo el franquismo. Cincuenta años de novela urbana nos contemplan y dentro de ella el posible catálogo del imaginario literario de la posguerra: Els platans de Barcelona, de Víctor Mora, Recuento, de Luis Goytisolo, casi toda la novelística de Joan Marsé situada entre el barrio del Guinardó y el infinito, La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, El temps de les cireres, de Montserrat Roig, La claque, de Juan Miñana, Muntaner, 38 de José Antonio Garriga Vela, mi ciclo de Pepe Carvalho, también mi novela El pianista, con la que traté de historiarme e historiar mi barrio y su gente. No tengo voluntad de censario total, pero ahí está la poesía, donde Joaquín Marco, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Gabriel Ferrater han desvelado barrios, anfiteatros, cubiles de una ciudad llena de ingles, sobacos y corvas. El excitante literario de Barcelona procede de la relación espacio tiempo. Esta ciudad ha cosificado lo mejor de su pasado y ha creado un espacio barcelonés imaginario lleno de barricadas, putas de absenta, Gaudís, sufrimientos éticos, ricos ligeros, pobres sólidos, ocupantes, ocupados, humillados, ofendidos. Es un decorado lleno de maravillas pequeñas y cercanas, a 20 minutos las putas de absenta de la calle Robadors de los señores de Els Jardinets del paseo de Gràcia, todo vivido en unos 150 años de historia donde hubo de todo y pasó de todo durante los días laborables, y los domingos nos íbamos a las Ramblas a posar para Georges Sand o Theophile Gautier en el largo siglo XIX o para las televisiones ávidas de olimpiedades, en el, según Hobsbawn, brevísimo siglo XX. Todavía queda algo de aquella ciudad que fue literaria y hoy es sólo posmoderna. |