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Un monumento antifranquistaEDUARDO HARO TECGLEN*EL PAÍS, Babelia, 31 / 10 / 1992Un arriesgado ejercicio esquizofrénico le sirve a Manuel Vázquez Montalbán para enfrentarse con uno de los retos más esperados de la presente temporada literaria: su ajuste de cuentas con Franco. El desdoblamiento de Manuel Vázquez Montalbán. ¿Qué esquizofrenia? Vázquez Montalbán es, en este libro, él mismo y es el general Franco, y es el intelectual de izquierdas que a su vez se desdobla en Franco para escribir una biografía del siniestro personaje y para apostillarla, comentarla, desmentir lo que él mismo está escribiendo, anotarse para hacer su comentario, lamentar no tener pruebas para poder contar algunas cosas duras y trágicas de la historia, y del día, que sin embargo cuenta: pero como dudando de sí mismo. Es una esquizofrenia profesional: dominada, trabajada hasta minuciosamente, alentada y estudiada. Vázquez tiene horror del caos —entendiendo por caos lo que no cuadra con su sentido del mundo— y sus novelas, y sus artículos, están siempre prodigiosamente ordenados. Hacerlo con 663 páginas de cuerpo pequeño es un alarde. Dentro de otro tipo de valores, solamente la cantidad de escritura y la documentación adquirida para ello en documentos, libros, y en investigación personal es ya algo asombroso. La fecundidad no es en él, como en algunos contemporáneos, paralela al descuido, a la sustitución de la veracidad por la imaginación, al alcance de una realidad impresionista por medio de trazos borrosos (no reniego de esa forma, cuando está conseguida; de esa forma informe, bella y sugerente), está nutrida, alimentada por la investigación. La escuela del periodismo le ha sido fundamental: sobre todo el conocimiento que tiene —como experto o comunicólogo, dentro de lo horrible de esa palabra, de las técnicas de información y comunicación— del mal uso que se ha hecho y se está haciendo de ese oficio. Un libro anterior de él, sobre el caso Galíndez, mostraba ya esta capacidad. Yo tuve ocasión de conocer ese caso prácticamente desde que se produjo, y aún así encontré luego en Vázquez una ampliación de datos, una forma de interconectarlos, una comparación de investigador que me amplió muchísimo el horizonte. Oportunidad del momento    Éste es, naturalmente, el sentido profundo y manifiesto de este extenso libro. Aparece en un momento en que crece repentinamente la bibliografía sobre Franco; en parte por razones de oportunidad de aniversario —el centenario de su nacimiento— y en parte también porque el aumento del conservadurismo en España y en el mundo ha permitido despertarse a un franquismo que estaba hibernado, por conveniencia, por miedo, en algunos porque después de la vergüenza de ser franquistas al principio de la democracia han ido evolucionando, o involucionando, hacia su idea primitiva, que, después de todo, no les parece tan mal. Los libros que están apareciendo ahora están reivindicando la figura, la supuesta lucidez, la supuesta última vocación democrática del general. Incluyo en ello las memorias de López Rodó, o las declaraciones y artículos de Emilio Romero; la novela, a punto también de aniversario, de Vizcaíno Casas, que tiene la ventaja a su favor —y es importante— de que nunca cedió en su pensamiento ni lo modificó. Hay otros libros de investigación pura —en lo que puede alcanzar la pureza— y otro, simultáneo al de Vázquez Montalbán, que es el del doctor González Duro, psiquiatra, como penetración o análisis profundo de la personalidad de Franco. En lo que coinciden los dos es en la personalidad enormemente cruel del general, en su frialdad en lo que ellos, y yo, consideramos el mal. Son los libros oportunos en el momento de la reaparición franquista como fondo sustentatorio de la democracia nacional conservadora. Lectura política    En este punto Vázquez Montalbán, que viene apareciendo en esas líneas como periodista, comunicólogo, escritor, novelista, investigador histórico, tiene que aparecer como político. Lo que sostiene en este libro es que no hay paliativos. Franco era un asesino de derecho común, un delincuente histórico, un criminal de guerra. De todas las guerras en que intervino, sin olvidar naturalmente la que fue objeto de su popularidad y luego de su elevación entre los otros generales y civiles rebeldes por una mentalidad latente en él, ajena a las de sus familiares directos —su padre, sus hermanos y hermana, sus descendientes— y a las de los ambientes en que vivió. Si fue o no fruto de frustraciones o de infancia difícil, quede para González Duro o los contradictores que pueda tener. Montalbán lo presenta como un hecho. Y es curioso que ahora, a los casi veinte años de la muerte del tirano, haya que considerar esta rotunda afirmación investigada y literariamente demostrada como un acto de valor que no alcanzan los historiadores considerados profesionales envueltos en una imaginaria objetividad o neutralidad profesional y quizá en otras razones que todavía existen y que se centran en la frase ambigua: "lo que no se puede decir". Disfrazado unas veces de buen gusto, otras de respeto —el invento del respeto a las opiniones de otros como forma de censura de hechos o de pensamientos distintos es una de las más grandes trampas que tienden los conservadores en estos momentos, incluyo a los ministeriales—, no se habla, como de un valor de educación, de "lo que no se puede decir" (ya lo denunciaba Larra en frase famosa de un artículo: lo que no se puede decir, no se debe decir). Más sobre Galíndez: * Eduardo Haro Tecglen es periodista, escritor y opinion maker. Es el candidato de Vázquez Montalbán a presidir la IIIª República Española. |