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Serra al cuadradoEL PAÍS, 26/8/1996.El caso GAL y la industria y comercio de los fondos reservados pusieron en evidencia el uso que el poder hace de sus capacidades de actuación secreta. La concertación entre el pasado y el presente a través de la figura del ministro Eduardo Serra nos avisa del acuerdo entre el PSOE y el PP para que los peores secretos sigan siendo los más guardados y para que en el futuro el secreto de Estado pueda seguir hecho a la medida de crímenes y violaciones de derechos humanos a cargo de un delincuente impune: el propio Estado. Aquí el auténtico secreto de Estado es el señor Serra, Eduardo, guadianesco personaje que se zambulló en la época de las cloacas socialistas y reaparece para posibilitar las aznaristas. Pero hasta dentro de 50 años no sabremos de dónde ha venido y a dónde va este técnico en navegantes de subsuelo con los cuadernos de bitácora guardados bajo siete llaves. |
El Estado delincuente1/9/1997.Transcurridos 40 o 50 años después de haber cometido la fechoría, el Estado delincuente, si es democrático, se disculpa. En Australia se ha disculpado por arrebatar las crías a los indígenas para dárselas a los blancos. En Francia faltan 30 o 40 años para que el Estado se disculpe por haber matado a ecologistas opuestos a las pruebas nucleares. En España, un tiempo similar para que el Estado democrático se disculpe por las guerras sucias emprendidas desde aquella gran guerra sucia que fue la guerra civil o por el uso de mendigos cobaya. Pero estamos hablando de calderilla ética. Lo que sobrecoge es que el Estado, que ha representado al imperio del Bien durante la guerra fría, pida disculpas por haber utilizado a ciudadanos como conejillos de Indias de experimentos nucleares. Ciudadanos de segunda, eso sí; por ejemplo, esquimales o marginados sociales o étnicos que siempre sobran, que nunca se sabe qué hacer con ellos. |
La sonrisa9/6/1997El presidente del Gobierno, señor Aznar, mal aconsejado por su experto en imagen, gasta la misma sonrisa en los bautizos que en los entierros. Con motivo de la rebelión de los fiscales, nuestro hombre se echó a reír y minimizó la cuestión, hasta el punto de provocar una indignación consensuada entre la fiscalía, aunque tal vez la risa se debiera a que no le llegaba la camisa al cuerpo. Esta risa tonta se debe al síndrome de La Moncloa, porque Felipe González también se echaba a reír cuando casi todos teníamos ganas de llorar. Tampoco se ríe bien González en la oposición. Es la suya una risa de flan chino El Mandarín. |
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