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Cuando el milenio nos separeJOSÉ LUIS SERRANOGranada hoy, 19 / 10 / 2003.Al final, Manuel Vázquez Montalbán ha perdido su apuesta con Pepe Carvalho. Se ha muerto justo como al detective le hubiese gustado que muriese su creador: de repente, sin agonía ni sufrimiento, para permitir así la sospecha del crimen que al final no lo es; en un tiempo exento de la historia: una escala de un vuelo transcontinental, para permitir así la crónica social al resolver el caso; en un no-lugar: un aeropuerto al que no llegaban los pájaros de Bangkok; y solo: sin familia, ni amigos, ni deudos, para que no haya piras funerarias improvisadas, ni incineraciones rápidas que permitan borrar las huellas biográficas del cadáver. En la novela de Marie Shelley, Victor Frankestein también muere según el guión que hubiera escrito su monstruosa criatura: de muerte natural y antes que él. En cierta ocasión, Manuel Vázquez Montalbán, el poeta, el teórico de la comunicación, el columnista agudo, el contemporáneo, el generoso, el inteligente, había declarado que le gustaría que Pepe Carvalho le sobreviviese. No sabemos si era sincero. Se intuye con razón que estaba cansado de que el detective Carvalho se sentase ante su mesa y le reprochase el abandono de Charo, la desaparición de Bromuro, el despido de Biscuter y la mudanza de Fuster. Carvalho era como el siglo XX que se acababa sin acabar de acabarse jamás. Se anunció su fin en mayo del 68, después cuando cayó el muro de Berlín, cuando aritméticamente se cumplió y, por última vez, cuando los aviones civiles batieron las torres gemelas de Nueva York. Se dice que por ello Manuel Vázquez Montalbán había escrito cuatro o cinco muertes diferentes para Pepe Carvalho, y que quería separarse de él con el milenio. En realidad, Manuel Vázquez Montalbán tenía la tibia esperanza de sobrevivir también en nuestra memoria como el poeta novísimo que fue, como el autor de Memoria y deseo, como el cronista de la transición inacabada, como uno de los mejores cultores de la Crítica literaria, como el mejor biógrafo del general que le jodió la vida desde antes de nacer, como el gastrónomo, como el crítico más cabal del felipismo centrista y no digamos del neofranquismo aznarista, como el hombre que cultivaba un antiguo método de análisis capaz de relacionar a los cuatro sex symbols (Rita Hayworth, Ava Gardner, Faye Dunaway y Sharon Stone) con cuatro etapas de crecimiento del capitalismo, capaz de entender que la lucha de clases se da también en el plano ideológico y capaz de sostener que la luz del faro de la esperanza, se encendió hace pocos años en Porto Alegre. |