M.V.M.

Creado el
22/11/2003.


La labor del intelectual

MARI PAZ BALIBREA

Publicado originalmente en catalán en AVUI, 19 / 10 / 2003.


La pérdida repentina de Manuel Vázquez Montalbán nos deja sin uno de los intelectuales más significativos de los últimos treinta años de la historia de España. Siempre he pensado que intelectual era el sustantivo que mejor lo definía. Porque hablar de MVM como escritor, novelista, poeta, periodista, ensayista, ha sido abordar parcialmente el alcance de su obra. Intelectual -un término que comienza a circular en Europa y en España hacia finales del siglo XIX, y que en los años de la segunda postguerra mundial se calificaría como el sartriano y gramsciano intelectual comprometido- define una actitud crítica ante la sociedad de la cual se forma parte, una voluntad de intervenir en los asuntos públicos de una colectividad, un compromiso cívico y, en resumen, político de ser útil a la propia comunidad. Y es ésta, precisamente, a mi parecer, la actitud que preside toda la prolífica y diversa obra de Vázquez Montalbán, dándole una coherencia que las etiquetas de escritor, periodista, gourmet, etcétera no pueden ni comenzar a abarcar.

En Vázquez Montalbán se unen el dominio de una serie de géneros, ensayísticos, literarios, periodísticos con la preocupación por los signos de su tiempo. Lo que en la jerga de la erudición de la crítica literaria se codifica como realismo del autor, es el vehículo textual del esfuerzo para articular un pensamiento que no paró ni un sólo momento de analizar e interpretar su realidad, local y global. Por eso sus posturas ideológicas y políticas, desde primera hora, son tan obviamente inseparables de su obra literaria, y con más razón de su obra no literaria. Es necesario leer Manifiesto subnormal al lado de Movimientos sin éxito, Historia de la comunicación o La vía chilena al golpe de estado; hay que leer Crónica sentimental de España al lado de El pianista, Coplas por la muerte de mi tía Daniela; o Crónica sentimental de la transición con Los mares del sur o Sabotaje olímpico, Y Dios entró en La Habana y Marcos, el señor de los espejos al lado de sus columnas de El País o del Avui.

Como hombre indiscutible de izquierdas, Vázquez Montalbán hizo de la reflexión sobre la crisis de éstas, que marcó su generación y continúa viva en toda reflexión sobre la necesidad del cambio histórico, el eje de toda su vida pública. Su trayectoria se puede entender como una continua rearticulación crítica de la situación española y global de las izquierdas. Primero, como militante antifranquista, más tarde como voz crítica de la transición y la socialdemocracia del felipismo, y últimamente con la atención dedicada a los efectos nocivos de la globalización, explorando las propuestas del zapatismo y los movimientos antiglobalización.

No ha hecho falta, por fortuna, que el autor muera para que se comience a reconocer su relevancia para la historia de la literatura española. De la popularidad de Vázquez Montalbán en Cataluña y España, ya sabrán los lectores. Como profesora universitaria que ha ejercido en el extranjero durante más de diez años, doy testimonio del prestigio que el autor tiene en las universidades europeas y norteamericanas, que lo invitaban con regularidad para oírlo hablar de la memoria, del género detectivesco, de la izquierda en España, de Barcelona. Ha sido, precisamente, uno de estos compromisos universitarios, esta vez en Australia y Nueva Zelanda, el que tan trágicamente lo ha alejado de su casa en el momento de la muerte.

Esta popularidad está bien justificada. No creo que sea posible explicar la literatura española desde la transición sin aludir a la serie Carvalho y a su protagonista como a testimonios críticos de la realidad y como a signos privilegiados del fin de un viejo prejuicio contra los géneros considerados populares. Los mares del sur, La soledad del manager, La rosa de Alejandría o Los pájaros de Bangkok son, no sólo buenas novelas detectivescas, sino también excelentes novelas del periodo. El ahora tan aireado y tardíamente reivindicado tema de la memoria de la dictadura y de los vencidos de la Guerra Civil ha poblado toda la realidad ficticia y no ficticia de los textos montalbanianos, incluyendo la serie Carvalho, toda su poesía -desde la recopilación Memoria y deseo hasta Ciudad- y la fundamental -y después tan imitada en sus propuestas de valoración de la cultura de los menos favorecidos- Crónica sentimental de España. En los felices ochenta, momento álgido del reinado de la consigna del olvido histórico en favor de la nueva imagen de una España moderna y europea, Vázquez Montalbán daba la nota discordante con una novela inolvidable como El pianista, que forzaba al lector a enfrontar el pasado de la Guerra Civil y la dictadura, así como las deudas inconfesables que la generación en el poder en esos mismos años ochenta tenia con ellos. Una generación en el poder, la suya, por otra parte, con la cual ajustaría las cuentas por su traición a los principios de la izquierda en numerosas novelas de Carvalho y, después, en Los alegres muchachos de Atzavara. Galíndez, por su parte, volvía a insistir en la necesidad de indagar en el pasado -y esta obsesión por la indagación en el pasado quizá explica el interés del autor por el género detectivesco- para recuperar una memoria que permita entender y actuar en el presente. El reconocimiento desde primera hora, duradero e internacional, de la obra literaria montalbaniana se ha de entender en esta capacidad del autor de explorar y articular ficticia y poéticamente los signos constitutivos de un tiempo, que hacen del objeto artístico una verdadera intervención cultural y social. Quizá lo que se debería reivindicar ahora, cuando desgraciadamente ya no nos queda el hombre, es la aceptación con sus consecuencias de lo que es evidente: que hay que entender la importancia de Vázquez Montalbán no sólo como novelista o poeta, sino también en sus intervenciones mediáticas cotidianas, en su generosa participación, también cotidiana, en acontecimientos públicos de diversa índole -presentaciones de libros, congresos, conferencias-, tanto en Barcelona como, literalmente, en el resto del mundo; en su voluntad y capacidad de intervenir, articulando aquello que muchos pensábamos en cada momento sobre política, cultura, literatura, historia, que lo convirtieron en referencia y voz de generaciones de ciudadanos que, sin duda, están hoy de duelo.

Por la calidad de sus escritos literarios y ensayísticos y la condición pionera de muchos de ellos, por la capacidad de articular lo que han estado las más acuciantes cuestiones en la evolución histórica española y global de los últimos treinta y cinco años, por el alcance de sus temas y la repercusión de su obra, no hay ningún intelectual español en su generación de su estatura. Manuel Vázquez Montalbán nos deja un legado de obras y un ejemplo de compromiso con sus ideas por siempre patrimonio de todos. Es nuestra la responsabilidad de mantenerlo vivo en una memoria que nos sirva para entender el presente y cambiar el futuro.