M.V.M.

Creado el
19/10/2003.


NO ME LO CREO

Carlo Andreoli

18 / 10/ 2003


    Esto es lo único que tengo apuntado para mañana en la agenda: "VUELVE MANOLO. LLAMARLE PARA QUEDAR". Me había llamado él hace tres semanas y habíamos estado charlando de su próximo viaje, de mi hijo recién nacido, Leonardo: «¿Por Sciascia o por Da Vinci?» me preguntó. Era la primera vez que me llamaba y yo anduve algo patoso con las preguntas.
    Nos habríamos visto la semana que viene, o la siguiente. Solíamos quedar para desayunar en algún bar anónimo del centro de Barcelona. La última vez llegó con más de media hora de retraso. Yo ya no sabía qué pensar, porque siempre era muy puntual. Si yo, que no soy periodista ni nadie importante, sino sólo uno más de sus centenares de miles de lectores, le llamaba para quedar, él me concertaba una cita donde yo dijera para el primer momento libre que tenía. Llegó tarde porque el coche había tenido una avería y había bajado en metro y luego andando. Manolo abandonaba el coche y bajaba andando a la cita con un lector preguntón e insolente. Tenía tiempo para todo, para cualquier iniciativa que le plantearan. Más de una vez le pregunté por qué había prologado tal o cual libro, y él siempre sabía encontrarle interés a todo.
    En nuestras charlas, quizá fueron una decena desde que lo conocí hace seis años, contestaba a todas mis preguntas: sobre momentos de su vida de los que ha hablado poco, por ejemplo los años de juventud que pasó en Madrid acabando los estudios de periodismo. Me dijo que habían sido interesantes e intensos, y que un día escribiría sobre ellos. Me explicó más de una vez qué es o qué ha sido la postmodernidad, y a mí me costaba entenderlo. Me sugirió que leyera a Fredric Jameson, pero todavía no lo he conseguido. También me explicó quién era Lefebvre, o el pensamiento de Hans Magnus Enzensberger, y yo siempre entendía el 20% de lo que me explicaba, por lo que la vez sucesiva le volvía a preguntar, y así he acabado enterándome de algo.
Luego hablabámos de Crónicas Marcianas, o me confesaba que las columnas en Interviu de Alessandro Lecquio no le parecían malas, sobre todo cuando criticaba a alguien. O hablábamos de las canciones de Modugno, o de Serrat. No le gustaban las canciones de Serrat. Creo que todavía tenía cruzado que no le concediera una entrevista en 1967. También Anguita y Castro le denegaron entrevistas.
    Conseguía opinar de forma inteligente sobre cualquier cosa. Y era muy divertido. Me encantaba su sentido del humor. Se iba a Cuba cuando el viaje del Papa y yo le pregunté si entevistaría a Wojtyla y a Castro. «Por riguroso orden alfabético» me contestó. Cuando le conté que me casaba me espetó: «¿Contra quién?»
    Preguntado por Quim Aranda sobre la muerte, dijo que es «obscena y reaccionaria». Con él realmente lo ha sido. En la cola para coger un avión en Bangkok se encuentra mal, pide tímidamente ayuda, se da cuenta de que se va al otro barrio y nadie le comprende, no tiene a nadie a quien decirle adiós. Esto es lo que más me conmueve.
    Nos quedan sus libros. Cuando le hacíamos notar que había escrito casi cien libros él nos paraba: «La mayoría son reediciones. He escrito poco más de sesenta». Casi nada.
Y nos quedan sus artículos en prensa. «He llegado a la conclusión de que soy un cronista» le decía en 1987 a Terenci Moix en una entrevista televisiva.
    Hasta que me paren los pies, en esta web seguiré recopilando, aunque sea lentamente, todo lo que pueda de su obra y sobre su obra.
    Todavía no me creo que ya no esté, que ya no podré presentarle a Leonardo, ni volverle a preguntar sobre mil cosas. Ni pasearemos juntos mirando perros. Los que amamos a los perros, al caminar por la calle nos fijamos en todos los que pasan.
    Ha muerto una mente joven, interesada por cualquier expresión humana, con proyectos como parar un tren. Le explicó en una entrevista a Quim Aranda que siempre explicaba los proyectos que tenía, porque era como comprometerse a realizarlos. Ya hacía tiempo que explicaba que quería retomar su novela radiofónica, María Hitler, cuyas grabaciones llevo buscando hace años, para convertirla en una novela sobre el final de los años sesenta vistos por Carvalho. En ese sentido, probablemente, Milenio no hubiese sido el último Carvalho.
    Carvalho. Le molestaba que le preguntaran sobre él. En Italia sólo sabían preguntarle sobre Pepe, sobre cocina o sobre fútbol. Pero más de una vez dijo que las novelas ajenas al ciclo Carvalho las podía escribir «cualquier bachiller algo leído», mientras que tejer la serie Carvalho sin que haya repeticiones, variada y con interés literario, eso le había costado más.
    Cuando me dé cuenta de que realmente ha muerto, voy a llorar mucho.