M.V.M.

Creado el
3/10/1998.


El discreto encanto de una
Virgen urbana

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

El País, Cataluña, 23 / 9 / 1998


No iba desencaminada la Virgen María cuando se apareció, el 2 de agosto de 1218, a Pere Nolasc, Ramon de Penyafort y Jaume I el Conqueridor pidiéndoles que formaran una orden para la redención de los cautivos. No iba desencaminada porque Jaume el Conqueridor no paraba de matar enemigos y hacer prisioneros, excesos que escandalizaban las alturas celestiales, por más que la geopolítica de la época justificara el rigor con el que don Jaume castigaba al islam y mantenía a distancia a la aviesa monarquía castellano-leonesa. No siempre la política celestial de conceder el papel de pueblo escogido es correspondida con la inteligencia mesurada de los dirigentes y Jaume I el Conqueridor se había excedido en el uso de tal privilegio. Es más, Jaume I sostenía que aun matando y encarcelando como sólo podía hacerlo un rey de dos metros de estatura, oponía sus estadísticas a los muertos y prisioneros a cargo de la corona de Castilla-León, más numerosos y peor conservados los presos, a pesar de que en aquellos tiempos todavía no había llegado el tomate a España y no tenía don Jaume la posibilidad de incorporar el pa amb tomàquet al régimen dietético carcelario. Pero no era suficiente la guerra estadística y el cielo envió a la Virgen, dando paso así al nacimiento de la estrategia de balsamizar los errores de la Creación mediante el envío de beneficios compensatorios, generalmente fundamentados en nuevas especializaciones del rol mediador —María Mediadora— de la Virgen Santísima.
    Y así fue como los excesos de la expansión de don Jaume requirieron la aparición de una nueva especialización mariana, la Virgen de la Merced, Virgen barcelonesa, urbana, que ha sabido mantener con dignidad la competencia desleal de la Virgen de Montserrat, Virgen comarcalista. Podría sonar a simplificación, pero la de Montserrat sería una Virgen de diseño pujoliano y la de la Merced maragalliano, salvando toda clase de distancias. Confieso la poca naturalidad con la que abordo el santoral, las vírgenes, las liturgias, condicionado por una infancia de religiosidad obligatoria en la que una vez al año nos llevaban a ver a la Virgen de la Merced, sin otra compensación que pasar unas horas de recreo en la plaza de Medinaceli, sin duda la plaza romántica más bella de todas las plazas románticas.
    La Virgen de la Merced dio origen a una orden mercedaria que se ha movido por la historia según la oferta y demanda del mercado de presidiarios. Durante la etapa del tráfico de esclavos, los servicios mercedarios se ampliaron a este tipo de mercancía bioespiritual, y cuando ya no hubo tráfico de esclavos, la orden mercedaria estuvo a punto de desaparecer; Dios aprieta pero no ahoga, y como la revolución industrial y la lucha de clases empezaban a llenar las cárceles de socialistas utópicos, de anarquistas y de socialistas científicos, de nuevo se cernía la sospecha de que ni el mundo ni la historia parecían obra de Dios alguno, por lo que fue necesario resituar a los mercedarios. Brillante fue su gestión durante la represión del anarquismo en Barcelona y tras la victoria de Franco bajo palio, como cabeza de una cruzada que los cardenales habían descrito como la lucha entre la ciudad de Dios y la ciudad del diablo. El padre mercedario consiguió ocupar la segunda o la tercera plaza en la nomenclatura de las cárceles donde la orden mercedaria se aplicaba a compensar los excesos de los torturadores, los jueces, los médicos forenses, los fusiladores al servicio de la cruzada. Fue el caso de la Cárcel Modelo de Barcelona. Yo llegué a conocer al padre Lahoz, una verdadera institución, un personaje rodeado siempre de esposas y madres rojas que trataban de interceder por sus hijos, maridos, novios, amantes encarcelados. El padre Lahoz no quería ni oír hablar de malos tratos, de torturas... "¡Anda, anda, anda! ¡Eso lo has soñado!". Pero sí podía hacer favores y los rojos más conspicuos decían que aunque era fraile no era mala persona, en unos tiempos preconciliares en los que la mayor parte de los curas y frailes se consideraban ganadores de la guerra civil y ejercían como tales.
    Entre el recuerdo de aquella visita infantil a la Virgen de la Merced liberadora de una tarde de clase y la ridícula manía de que el FC Barcelona ofrende sus copas a la mercedaria Señora, sin que se sepa el número exacto de barcelonistas creyentes que respaldan las arengas místicas de don Nicolas Casaus, está el padre Lahoz, al que conocí en la Modelo en su etapa terminal y que me parecía algo montaraz y esquivo, aunque hay que tener en cuenta que las cárceles estaban llenas de presos políticos no reconocidos como tales, y frailes como Lahoz sabían que su cometido era el de equilibrar el de otros frailes o curas especializados en ofrecer el último sacramento a los condenados a muerte por su excelencia el jefe del Estado con el respaldo emocional del cardenal primado y del nuncio de Su Santidad. Obsérvese que, en su agudo sentido de la temporalidad, la Iglesia católica ha diseñado una Virgen de la Merced para aliviar las penas de los presos, pero jamás ha cometido la grosería de crear una Virgen de los fusilados o de los torturados, lógica conducta en los tiempos de la guerra fría, que debería revisarse en la nueva situación que vivimos, en marcha, todos juntos, yo el primero, hacia un nuevo orden internacional.