Creado el 10/5/1998.
Otras Capillas Sixtinas:
1) La boda de Encarna
2) Freud y yo
3) Encarna ataca de nuevo
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Las ruinas de Palmira
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Triunfo, 22 / 7 / 1972
    Nuria Pompeia viene a verme siempre que pasa por Madrid. Me regala libros de cocina y me trae embutidos de Gerona. Los catalanes están orgullosísimos de sus embutidos frescos. Lo digo porque Alfonso Carlos Comín cuando viene a Madrid siempre me trae butifarras de Capellades y Manolo V el Empecinado me suministra butifarras de La Garriga. Todos conocen mis tentacioaes gastronómicas y mis prácticas culinarias, compensatorias de otro tipo de satisfacciones al alcance de los que no han hecho voto de soltería.
    Nuria Pompeia y Manolo V el Empecinado me consultaron sobre su personaje Palmira antes de que la serie comenzara a publicarse en TRIUNFO. En un principio Palmira era Palmiro, es decir, el dibujo trataba de representar un extraño muchacho, tímido y sometido a la constante educación imperialista de los hombres y las cosas. Pero era tanta su perplejidad que saltaba a la vista una alarmante deficiencia en hormonas masculinas, y convinimos con Nuria y Manolo en que le iba mucho mejor el nombre de Palmira que el de Palmiro. Fue un cambio de sexo
sin auxilio del bisturí ni misteriosas estancias en Marruecos o en los Países Bajos. A veces estas cosas se consiguen cambiando una o por una a.
    Por otra parte, la relación entre el monigote y «los otros» podía ser mucho más reveladora. Educadas para el silencio o el grito, las Palmiras son arcillas blandas donde quedan las huellas del crimen, en la mutilación y la deformación. Una muchacha es una cosa delicada, y uno lo comprueba en cuanto consigue vencer el tabú premonitorio inoculado durante la infancia: las niñas no se tocan. ¿Cómo no se tocan? Hay que tocarlas con cuidado, eso es todo. Pero tanto cuidado como se pone en tocarlas con cuidado se emplea igualmente en destruirlas, en convertirlas en cajas de resonancia de las voces viriles.
    Nuria Pompeia fue muy sensible a esta argumentación. Manolo V el Empecinado nos dijo que también, pero que no había que exagerar. Que las mujeres tienen mucho cuento, mucho más cuento que antes de que se descubriera la condición femenina y todo ese inmenso negocio editorial que ha sido el tema de la liberación de la mujer.
    —Pero, Manolo,— trataba de razonar Nuria— tú eres una persona abierta, racionalista. Puedes darte cuenta de que objetivamente existe una necesidad de emancipación femenina.
    —Mira, yo en política soy «progre», y en relaciones entre sexos tiendo al fascismo, ¿qué quieres que te diga?
    Y aunque Nuria y yo nos reímos, en el fondo de nuestro corazón temimos por la integridad ideológica de Manolo V el Empecinado. Él mismo se empeñó en que las cosas quedaran claras.
    —Mirad, yo me avengo a colaborar con Nuria en esta apología indirecta de la emancipación femenina. Pero la voy a hacer muy, muy indirecta.
    —Pues yo, directísima— se encorajinó Nuria, que estaba algo cabreada.
    —A ver quién puede más— desafió el muy bruto.
    Y ahora me dicen que van a terminar la serie, que si quiero escribir un réquiem por un personaje al que tengo un cariño enorme. No es para menos. Mucho me temo que Nuria ya deje de venir por Madrid y no me traiga libros de cocina o butifarras dulces de Gerona o salchichón de Olot.
    —No te preocupes, Sixto. Si nos dedicas unas líneas a la pobre Palmira, prometo suministrarte butifarras dulces y salchichón de Olot hasta que te mueras tú o me muera yo.
    Y bajo este soborno dedico estas líneas a la glosa de las ruinas de Palmira. La muchacha ambigua que mantuvo un tímido silencio a lo largo y ancho de su vida, hasta que descubrió la única palabra sobre la que puede construirse la propia vida. Todos
quisieron decirle qué era lo bueno y lo malo. Todos quisieron aleccionarla con el peso de su
experiencia, esa repugnante madre de todas las ciencias. La tensión dialéctica entre la feminista Nuria y el masculinista Manolo V el Empecinado ha dado un excelente producto relativista, pero lo suficientemente comprometido como para dotar a Palmira de esa única, fundamental palabra con la que empezará su auténtica responsable vida: NO.
    Adiós, Palmira; muchacha con o sin flor. Te vas con tus enigmas bajo el jersey y bajo las frías lentes de unas gafas que ayudaban a ver la grosera torpeza de todo y todos los que intentaban vivir en tu lugar.
Otras Capillas Sixtinas:
1) La boda de Encarna
2) Freud y yo
3) Encarna ataca de nuevo
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