M.V.M.

Creado el
28/10/98.



El laberinto y su metáfora

Manuel Vázquez Montalbán

EL PAÍS, 9 / 10 / 1998.


El Premio Nobel por fin premia a un escritor en lengua portuguesa, un escritor difícil, reñido con lo literariamente correcto y que ahora, más que nunca, necesita presentación para escapar del imaginario construido por los tópicos, como si se tratara del fumetto de un cómic. El imaginario Saramago reproduce a un escritor tardío, como Buffalino o Camileri, periodista y comunista, nacido a la sombra de la estética de Pessoa en El año de la muerte de Ricardo Reis, constructor de utopías irónicas imposibles en La balsa de piedra, interpretada como una parábola antieuropeísta, ejemplo de escritor comprometido con la literatura y con la ideología, pero poseedor de esa verdad literaria que no depende de la ideológica. Ensayo sobre la ceguera introduce en el Saramago actual, en busca de un discurso en el que Vida, Historia y Muerte se hacen parsimonia expositiva, como si el escritor se autoconcediera un tiempo sin límites de exposición literaria, en contradicción con los límites biológicos e históricos. Puede decirse incluso que Saramago parece alejarse de la esperanza laica, de la Historia, del optimismo histórico pero forcejeando, tratando de no rendirse ante la tendencia al pesimismo biológico. Todos los nombres me parece una de las obras más reveladoras de la relación ética-estética en el actual Saramago. Vida, mundo, tiempo, espacio encuentran en esta novela el plutónico referente del archivo donde todo está escrito

Escenografía

El protagonista busca y rebusca en la geometría hilada del archivo de la Conservaduría General del Registro Civil concebido como un universo de archivos o como el universo archivado, materialización de la relación del espacio con el tiempo, el uno y el otro embalsamados. Si para Borges el Universo era o merecería ser una Biblioteca, Saramago nos propone que sea la Conservaduría General del Registro Civil con dos sujetos dominantes: el jefe y don José, el llamable probo funcionario, de la estirpe de los funcionarios decimonónicos pasado por la náusea del autodidacta y la indeterminación de Josep K. Saramago se recrea en la reconstrucción de una novela de oficinistas en atmósfera decimonónica, como buscando una escenografía falsamente naturalista, una escenografía enterrada, sepultada, prekafkiana, uno de los mayores logros del libro. Si en la novela ensimismada de los años sesenta y setenta los protagonistas tardaban 30 páginas en subir una escalera y 40 en abrir una ventana, en Todos los nombres don José tarda 40 en abrir una carpeta, desde la íntima satisfacción de propietario de la memoria de las vidas de todos en sus datos más obvios. El lector se ve sometido a la intriga del desvelamiento esperado y asume la aproximación hasta que llega a la luminosidad de la noticia de una mujer que va a llevar a don José y al lector fuera del Registro, tal vez con la esperanza de salir del laberinto. Ya hay que decir que si la metáfora del mundo es la Conservaduría, el laberinto es la de la vida. Tal vez esa mujer que llama a don José desde la sustancia misma de un papel enmohecido, sea Ariadna ofreciéndole el hilo redentor. El laberinto interior está separado del exterior por la piel, pero Valery escribió que lo más profundo en el hombre es la piel. Don José, Saramago mismo, piensa que no tomamos decisiones, sino que las decisiones nos toman a nosotros. He aquí la primera presencia de Beckett: "Esto no es moverse, esto es ser movido". En sus recorridos en pos de la construcción de una mujer real, don José la está deconstruyendo, porque la indagación le llevará a la muerte, dentro de los dos hemisferios separados de la Conservaduría de Registros, el de los muertos y el de los vivos. El jefe, sabedor de todas las pequeñas, angustiosas transgresiones que don José ha tenido que perpetrar para atravesar el sutil tabique que separa la vida de la muerte, le propone contemplar los dos hemisferios como uno solo. En una patética escena casi final, la indagación le permite escuchar la voz de la mujer buscada en una banal grabación de contestador telefónico. El protagonista confiesa haberse quedado sin pensamientos y la voz de la cinta es la segunda aportación de Beckett, el referente de La última cinta. La vida está grabada, sólo grabada, y apenas tiene sentido alrededor de esa voz. Novela de intriga morosa al paso lento de un funcionario. Novela, literatura de amor, toda la de Saramago, por encima de lo sensorial y los cuerpos concretos: se trata de construir un mito emocional con la parsimonia de un burócrata incapaz de asumir que su angustia se llama angustia. O el lector asume ese tiempo moroso, identificación de la relación del tiempo y el espacio embalsamados, o no entrará en el laberinto y su metáfora. Le han dado el Nobel de Literatura a un gran escritor y a una gran literatura que se lo merecían. Porque la noticia no sólo es el premio a Saramago, sino que por primera vez se ha dado el Nobel a un escritor en lengua portuguesa, a pesar de Eça de Queiroz, de Torga o de Jorge Amado.