M.V.M.

Creado el
22/8/2001.



Perder la historia,
prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a

Los que no volvieron

de Carlos Sampelayo, editado por Ediciones Asenet, Los libros de la Frontera, Barcelona, 1975


    El señor Peralta España, subsecretario del Ministerio de la Gobernación, es uno de los pocos dirigentes del Régimen político surgido de la guerra civil española que se ha preocupado largamente del problema de los mutilados del ejército republicano, del ejército vencido. Retengo este dato en mi memoria y en esta cuartilla porque por mi oído entra la noticia de que el señor Peralta España, treinta y seis años después de acabada la guerra, acaba de encontrar la fórmula lingüística que tal vez permita conceder una pensión a los mutilados del ejército vencido. Los mutilados del ejército vencedor reciben la denominación de Caballeros mutilados por la Patria, denominación al parecer excesiva para los que, sin duda, fueron mutilados no por la Patria, sino por extrañas e inconfesables obediencias al marxismo o al satanismo internacional; tanto monta, monta tanto. El señor Peralta España, hombre de buen corazón, conseguirá una pensión para los mutilados vencidos, a cambio de no acogerles bajo la denominación de caballeros y mucho menos de caballeros mutilados por la Patria.

    Si se ha tardado treinta y seis años en solventar mal el problema de las mutilaciones ostensibles ¿cuánto se tardará en paliar las mutilaciones no ostensibles? "No fue lo peor que nos ganaran la guerra, sino que nos ganaran la Historia", escribe Carlos Sampelayo al comienzo de su justificación como autor del libro Los que no volvieron. A estas mutilaciones me refiero. A las traumáticas mutilaciones psicológicas de los que perdieron la guerra y la Historia sin que les falte un meñique, a las traumáticas mutilaciones heredadas por varias promociones nacidas en los años cuarenta de matriz perdedora, cúbicas matrices llenas de aristas y por lo tanto de rincones y sombras.

    Últimamente abundan los libros en los que los vencidos tratan de recuperar parte de esa Historia perdida. Tratan de recuperar sus razones, su lógica, cuando no su dignidad bellacamente sepultada bajo cascotes de adjetivos propagandísticos. El libro de Carlos Sampelayo no es exactamente eso. Más que la búsqueda de un lugar bajo el sol para la propia razón, lógica o dignidad, Sampelayo reclama una porción de Historia para un montón de españoles notables, insustituibles, que eligieron el camino del exilio y no volvieron. Sampelayo se dedica a reinvidicar espacio y tiempo para la memoria de impresionantes profesionales españoles protagonistas del esplendoroso renacimiento cultural de la II República. Les recuerda tal como eran cuando aún no habían perdido la cruz de los cuatro puntos cardinales de su patria y tal como fueron durante el exilio del que no volverían.

    Sampelayo tiene títulos para acometer esta obra. Pertenece a la promoción de jóvenes y brillantes periodistas republicanos que aguantaron la pluma en alto hasta el último momento y que, como consecuencia, han tenido que mantener la pluma gacha durante treinta y seis años; casi pidiendo perdón por haber nacido, sin un mal proyecto de Cortes que les metiera por la puerta trasera del asilo metafísico construido para todos los españoles mutilados, de una u otra manera, por la guerra civil. Y a la vista de la maestría de Sampelayo para recordar, retratar, sancionar, incluso burlar a tanto ilustre y dramático exilado, uno se plantea una vez más qué hubiera podido ser de la vida cultural de este país si escritores de la talla de Carlos Sampelayo o de los que Sampelayo glosa y desglosa, a veces con una malicia fernándezfloreciana y a veces con una dureza barojiana, no hubieran tenido que marcharse dejando vacíos que pocos han llenado suficientemente.

    Perder la Historia. Leamos este libro y comprobemos una vez más que la auténtica Historia de España no está perdida.