M.V.M.

Creado el
17/2/2002.



Los intelectuales ante el deporte,
prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a

Política y deporte

de Luis Dávila*, editado por Andorra, Barcelona, 1972


    Existe el tópico establecido de que los intelectuales son contrarios al deporte. El antagonismo cabeza-músculo sería el resultado de una "tonalidad" vital de intelectual romántico, adorador de la tisis y el neumotórax, en oposición a la síntesis clásica del "mens sana in corpore sano". La inquina de los intelectuales hacia el deporte tiene unas motivaciones modernas mucho más racionales: el descubrimiento del deporte convertido en mass media, como un colector que lleva a tierra de nadie la agresividad de la población y convierte en aguas residuales lo que debería haber sido río histórico, torrencial e incontenible. La burguesía ordena la conducta social bajo las reglas de la libre competencia, en la práctica se impone el más fuerte, y sospechosamente, cuando está iniciándose la era del capitalismo monopolista, del imperialismo, es cuando la sociedad burguesa inicia el fomento del deporte de masas con una doble y posible participación: la realización de un deporte o la contemplación del deporte como espectáculo-juego. El fair-play de los asaltantes de la Bastilla se reduce al fair-play deportivo; social, política y económicamente la libertad de competencia se ha convertido en libertad de aniquilar al competidor. Entonces, como en un prodigioso juego de manos que encanta a millones de seres humanos, el deporte como práctica o como espectáculo se convierte en el refugio del espíritu liberal, del cornudo y contento fantasma liberal.
    El intelectual sirve a la historia perturbándola. Un intelectual acrítico es lo más parecido que hay en el mundo a un tendero, ejerza en el campo capitalista o ejerza en el campo socialista. Ante el deporte de masas, "el intelectual ha hecho perfectamente manifestando sus reservas, pero fatalmente la negación del contenido le ha conducido a la negación del continente. Es imposible legislar hoy día que el deporte de masas no sea beneficioso para la higiene mental del ciudadano. El poder lo utiliza como un instrumento de alienación interior o de expansión propagandista exterior; pero a otro nivel el deporte de masas es una válvula de escape para malos gases retenidos en el bajo vientre de la sociedad. No sé si ofendo el pudor de los lectores con este viaje al abdomen social, pero no se me revela una imagen más exacta.
    Cabe diferenciar una serie de posiciones ante el deporte que se corresponderían a equivalentes actitudes políticas. La derecha se muestra propicia al desarrollo deportivo por una serie de motivaciones: raciales (mejora la raza), integradoras (crea en el ciudadano espíritu de participación en el "éxito" como categoría), evasivas (canaliza la agresividad social por el vehículo activo de la práctica o por el vehículo pasivo de la contemplación interesada del espectáculo deportivo). La izquierda critica el deporte por todo lo que lo elogia la derecha; en definitiva, por su conversión en instrumento del poder represor o integrador para la integración y paralización de las masas. Esta utilidad la reconoce la derecha, limitándose a descargarla de peyoratividad. En cuanto al argumento de que "mejora la raza", es discutible que la buena alimentación y la higiene no sean las causas realmente fundamentales de la mejora biológica de la especie.
    Quedan otra serie de actitudes que cada día tienen más paladines: la que podríamos llamar estructuralista y la que podríamos llamar reformista. La actitud, para entendernos, estructuralista acepta el deporte como una actividad en sí misma, que no tiene por qué ser analizada desde otros niveles privilegiados. La actitud reformista reconoce la manipulación del deporte y aboga por la lucha evolutiva contra esa manipulación. Esta actitud nace de la ideología olímpica y está muy justamente connotada en la Carta de reforma deportiva, redactada por el propio barón de Coubertin en 1930. Merece una amplia reseña: «Las acusaciones al deporte se reducen a tres clases de males: fatiga física, contribución al retroceso intelectual y difusión del espíritu mercantil y el amor al dinero. No se puede negar la existencia de estos males, pero los deportistas no son los responsables. Los culpables son los maestros, el poder público y, accesoriamente, los dirigentes de las federaciones y la prensa».
    Coubertin da una serie de medidas "reformistas" para subsanar estos males: «Establecimiento de una clara distinción entre cultura física y educación deportiva de una parte y educación deportiva y competición de otra. Creación de un "bachillerato muscular" según el sistema sueco, con pruebas que varíen según la dificultad, la edad y el sexo... Supresión de todos los juegos mundiales que hagan competencia a los Juegos Olímpicos y que tengan un carácter étnico, político, confesional... Supresión de la admisión de mujeres en todos los concursos en que tomen parte los hombres... Renuncia de los ayuntamientos a la construcción de enormes estadios destinados únicamente a espectáculos deportivos y sustitución de estos edificios por instituciones concebidas según el plano modernizado del gimnasio helénico antiguo... Supresión de todos los concursos con espectadores para "juniors" menores de dieciséis años... Elevación de la edad requerida para ser "boy-scout"... Fomento, por todos los medios, del ejercicio deportivo individual para adultos por oposición a los adolescentes, a los que, por el contrario, hay que frenar un poco... Intelectualización del escultismo por medio de la astronomía general, de la historia y de la geografía universales... Intelectualización de la prensa deportiva con la introducción de crónicas consagradas a la política extranjera y a los acontecimientos mundiales».
    Algunas tonterías decía el pobre barón de Coubertin (es antirracista, pero también extrañamente misógino), empero, su programa de fines deportivos es correcto. Como suele ocurrir con toda clase de reformismos, lo que falla es el instrumental para conseguir los medios y el olvido de los medios. Un programa deportivo realmente humanista sólo cabe en una sociedad universal humanista. En las actuales circunstancias, incluso el cumplimiento del programa de Coubertin podría realizarse sin que el deporte perdiera su carácter estratégico intersistemas, casi a la altura del mutual-deterrence. Los presupuestos deportivos de la Unión Soviética y de los Estados Unidos tienen tanta importancia política como los destinados a Radio Moscú o La Voz de América.
    Queda otra actitud por delimitar, muy sintomática de los tiempos occidentales que vivimos; es la actitud "camp" ante el hecho deportivo. Determinados intelectuales toman ahora la exégesis del deporte precisamente por lo que en él ven de barbarie inútil, de ademán gratuito, de eticismo obsoleto o de folklore "pop". Esta actitud se mezcla y confunde, en ocasiones, con la de los intelectuales que se enfrentan al hecho deportivo con las mismas ventosas de hombre masa que comparten con el resto de los ciudadanos. En definitiva, en la base de la mayor parte de actitudes intelectuales e intelectualistas ante los mass-media (y yo creo que el deporte del siglo XX lo es, como lo es el turismo) subsiste una actitud elitista, de singularización cultural, de "yo no soy como ellos", más que una actitud de virginidad mental a prueba de organización cultural integradora. Sin embargo, no hay que dogmatizar en este aspecto; al fin y al cabo, uno de los terrenos más deslizantes es el de las motivaciones de la conducta humana.
    Es indudable que en situaciones fascistas o parafascistas la sublimación del deporte como mística de la fraternidad viril, la raza, el estilo de vida, etcétera, crea con respecto a él, una repugnancia traumática de por vida en los espíritus cultural o políticamente sensibilizados. El misticismo fascista envilece cuanto manipula y tras situaciones históricas de pesadilla fascista, esa traumatización afecta al planteamiento del hecho nacional, patriótico-simbólico, etc.). No es de extrañar que la reconciliación de los intelectuales con el deporte coincida con el debilitamiento de la sublimación formal del fascismo.
    No obstante, sobrevive siempre la sospecha de que el culto a lo físico lleva a la utilización de los puños y el lanzamiento de piedras como argumentos convivenciales. Y, sin duda, una extraña relación hay en todo eso.
    Sin embargo, la obligación del intelectual es comprender, lo que no quiere decir disculpar o absolver. El hecho deportivo es un hecho de masas, pero no sólo para las masas, sino también de las masas. Como todo hecho cultural, el deportivo participa de dos sujetos: el creador o programador y el receptor, el que en definitiva le da sentido. Luis Dávila ha sido el primer especialista español en la cuestión que se ha acercado al hecho deportivo en busca no sólo de las manazas manipuladoras, sino también de los estómagos receptores: en busca del público, en busca del pueblo.
    Todos los trabajos que aquí aparecen abordan la cuestión desde esta perspectiva. Primero se plantea una clarificación de la filosofía deportiva o de la teoría deportiva establecida. A continuación aborda la cuestión desde la perspectiva ibérica del asunto y, finalmente, analiza una serie de mitos deportivos desde distintas simbolizaciones. El "Barça", para Dávila, es la encarnación de una pequeña burguesía catalana, con todas sus virtudes y todos sus defectos. Detrás de la apariencia uniformada de los clubs españoles hay una peculiaridad representativa y Dávila realiza un agudísimo análisis del "Barça" y su peculiaridad.
Trata también de Urtain, Cassius Clay, Pérez de Tudela..., los más importantes mitos del deporte español y mundial son a su vez símbolos y traducen unos valores que alimentan. Alimentan a los manipuladores y en cierta manera a los manipulados.
    El método lingüístico de Dávila es igualmente interesante. Ha eludido el ensayismo y ha partido del reportaje cultural, que le prestaba un instrumento discursivo mucho más identificado con la materia específica de sus estudios. Estos trabajos son consecuencia de otros ya publicados por la revista Triunfo. Como compañero de banco laboralPartisans al hecho deportivo.
    En la línea de la crítica valorativa de lo "banal" estas páginas de Dávila nos ayudan a comprender lo que siempre habíamos desestimado comprender. Una ceguera incalificable, si pensamos que el deporte es la única participación épica legalizada de nuestro pueblo.


Luis Dávila ha sido jugador de fútbol de solar de extrarradio, jugador de hockey sobre pistas de edificios abandonados, un excelente artista del ping-pong y un nadador de cierta capacidad. Además ha sido profesor de párvulos y cobrador del Seguro de Entierro. Con todos estos títulos consiguió convertirse en el especialista de temas deportivos de la revista TRIUNFO. Aquí recogemos la hasta ahora totalidad de su obra; un auténtico planteamiento revolucionario del hecho deportivo. Esta obra que muy bien habría podido titularse: Política o Deporte, ha preferido en cambio el «moderantismo» del título Política y Deporte.