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Prólogo por Manuel Vázquez Montalbán aBaladas del dulce Jimde Anna Maria Moix, editado por El bardo, Barcelona, 1969Nines que veniu al món CONTRIBUCIÓN AL ESTUDIO HIPERCRÍTICO DE LAS RELACIONES ENTRE POESÍA Y LIBERTAD CULTURAL, AL MARGEN DE CUALQUIER DESTEÑIDA APRECIACIÓN SOBRE LA DIMENSIÓN SOCIOLÓGICA DE LA LITERATURA DE EXPORTACIÓN.
Yo ya la conocía. Creo haberla presenciado mientras me pisoteaba el claqué de Fred Astaire. No hay ninguna duda. En un rincón Steward Granger, disfrazado de gigoló veneciano, ejercía el vuelo de la navaja. Pero "los chicos" nunca clavan navajas y se enternecen, sobre todo, por los rosarios de vértebras de las adolescentes, los ancianos y los niños canijos. Repetida historia desde las páginas con bruma acondicionada (Westinghouse) del Erec y Enide de Chretien de Troyes. La melancolía es un tono vital que ha sobrevivido por encima de todas las situaciones dialécticas y el derecho al humor tibio exige una reivindicación en este año, de gracia, 1968, consagrado universalmente a no sé qué aniversario de no sé qué derechos humanos. Cine y canción se han alimentado de literatura. Hora es ya que la literatura se alimente de cine y canción. Los programadores de divorcio entre cultura de élite y cultura de masas, morirán bajo el peso de la masificación de la cultura de élite. Y yo me alegraré muchísimo. Pocas cosas me han alegrado tanto últimamente como este libro que quizá se titule Baladas del Dulce Jim. Es un ejercicio de libertad imaginativa y cultural que termina en un precioso beso entre el Ché Guevara y Gustavo Adolfo Bécquer... (mi teletipo particular me comunica que estudiantes extremistas de izquierda acaban de incendiar la Universidad de Roma). El neorromanticismo suele ser muy ingrato con Bécquer. ¿Conoce alguno de ustedes un póster consagrado a Bécquer? ¿Qué tiene Ho Chi Min que no tenga Bécquer? Este puñado de imágenes y sensaciones rotas no se han metido en ningún corsé métrico. No han respetado siquiera el sistema columnario que hipócritamente sostenemos los poetas defensores del verso libre. En una estupenda lección de libertad, he aquí una poesía escrita sin versos. Los nombres que aparecen en este libro son maravillosos. ¿Quién no hubiera deseado tener por interlocutor a un ciudadano llamado Federico? Yo siempre he soñado con tener una amiga que se llamara Charo y que tuviera el aprovechable fin de morir sobre las aguas del Delta, como una flor endamascada. Decadencia. Tal vez. Hemos convenido en llamar decadencia a toda sustitución del papel de lija por el papel higiénico. Delicado asunto. Pero la poesía es una cuestión familiar. La literatura-Literatura también. Yo prohibiría a los matriceros, torneros, peones, etcétera, que leyeran el 90 por ciento de las obras literarias. La literatura no es cosa de clases ascendentes. Tampoco de clases descendentes En el juego de las evocaciones dos mil quinientas dos películas y seiscientas mil canciones han aportado materias de aluvión a estos poemas anticolumnarios de Ana María Moix. |