M.V.M.

Creado el
18/4/2003.


Prólogo de Lenin: una biografía, de Robert Service


Para una historia global de la intolerancia,
prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a

El verdadero Lenin

de Dmitri Volkogónov, editado por Anaya & Mario Muchnik, 1996


En 1990 terminaba mi libro El Moscú de la Revolución con la cita de unos versos de Tijonov:

Nuestro siglo pasará. Se abrirán los archivos
y todo lo que estuvo oculto hasta entonces
todas las secretas sinuosidades de la Historia
mostrarán al mundo la gloria y el deshonor.

Otros dioses su faz oscurecerán
y se descubrirá toda desgracia,
pero todo lo que fue verdaderamente grande
será grande para siempre.

Perdonen que empiece con lo que podría parecer recomendación de lectura de un libro mío, pero no me quito de la cabeza que mientras yo estaba callejeando por el Moscú de la Perestroika y me detenía perplejo ante los edificios que habían servido a las diferentes policías políticas soviéticas, en el interior de uno de ellos el general Volkogónov estaba asumiendo la contradicción esencial de ser director del Instituto de Historia Militar de la todavía URSS y de buscar documentos que le sirvieran para sus dos obras mas desmitificadoras, una biografía de Stalin y El verdadero Lenin. Volkogónov formó parte de la nomenklatura militar soviética a pesar de que sus padres fueran exterminados en las purgas stalinianas, el padre fusilado en 1937 y la madre muerta en el destierro en Siberia en 1949. Sin duda el general Volkogónov padeció el síndrome del represaliado agradecido, consciente por aquel entonces de que la Revolución exterminaba a sus padres en nombre de una verdad superior, tan superior que era una Verdad Total, como fórmula redentora y aportadora de la felicidad para todos, menos para los padres de Volkogónov. O quizá simplemente fuera un superviviente que esperó mejores tiempos para matar mediante palabras a los asesinos de sus padres.

La apertura de los archivos del KGB ha permitido constatar que sospechas y obviedades sobre la cultura soviética de la intolerancia y de la represión dejaban de ser sospechas y eran simplementre obviedades. Otra cosa es que esos archivos hayan sido abiertos intencionadamente por los nietos políticos de Lenin o Stalin para traspasar a sus abuelos la responsabilidad de una malformación revolucionaria y así poder abrazar ellos la causa del capitalismo desde la posición de ventaja de pertenecer a una nueva clase dominante, fraguada por la obediencia ciega e interesada al leninismo y al stalinismo. Las revelaciones sobre los métodos leninistas o stalinistas, que fueron asumidos por todos los que hicieron posible que existiera el leninismo y el stalinismo, también han puesto en cuestión el discurso metafísico que ligaba esencialmente la necesidad revolucionaria -es decir, emancipatoria- con la metodología de la violencia estructural monopolizada por el Estado.

Ese discurso metafísico no sólo ha sido imprescindible para los comunistas que han necesitado creer que la única revolución posible y por tanto necesaria, y por tanto lógica, era la soviética tal como se dio. Quizá haya sido más útil en el pasado (lo es ahora) a las conciencias contrarrevolucionarias que han descalificado la necesidad de la revolución desde la denuncia de la perversión de su esencialidad. Revolución = intolerancia y arbitrariedad. Revolución = monstruos de la Razón. Las revelaciones últimamente aportadas sobre la conducta represiva de los herederos de la Revolución de Octubre, se inscriben en la legítima necesidad de catarsis de los soviéticos y en la estrategia propagandística de los intelectuales orgánicos del capitalismo, recelosamente conscientes de que, a pesar de que se ha muerto el perro, no se ha acabado la rabia. Que estas revelaciones sean instrumentalizables por el ejército cultural vencedor en la guerra fría no quiere decir que dejen de ser necesarias para quienes consideren que la Historia no se merece el castigo de terminar en manos de teleespeculadores monetarios capaces de decretar exterminios inteligentes por fax. Precisamente deberían ser las gentes empeñadas en la necesidad de retomar la lógica del cambio histórico, en la que se inscribe la Revolución Soviética como un proyecto desgraciado, quienes mayores enseñanzas debieran extraer de aportaciones como las de Volkogónov, que conducen a la evidencia de que los cambios históricos tal vez se incuben en los laboratorios de las vanguardias, pero sólo serán justos cuando sean asumidos por el consenso de masas en libertad. Hay que grabar en la mejor piedra de nuestra memoria, que la Revolución de Octubre empezó prometiendo el rescate de todas las libertades y acabó desconfiando del uso social de ellas, con el pretexto de que debían limitarse debido a "las condiciones especiales" de un tiempo de guerras civiles, condiciones especiales que luego fueron institucionalizadas para siempre debido a que la URSS estaba en permanente "lucha de clases mundial" contra el enemigo exterior, el capitalismo, y contra el enemigo interior, los restos de ideología pequeño burguesa o los excesos del maximalismo revolucionario, la una y el otro enemigos coaligados de la verdad única revolucionaria. Hay que desconfiar de las vanguardias totalitarias, pero no hay que caer en la ingenuidad de suponer que esas vanguardias van siempre uniformadas y que son menos vanguardias totalitarias las que mesiánicamente deciden un modelo de sociedad basado en la hegemonía de los más fuertes y para conseguirlo han utilizado todo el utillaje disuasor y represor que el capitalismo ha ensayado desde el comienzo de su irresistible ascensión universal.

Contribuciones como las de Volkogónov a una posible Historia global de la intolerancia deberían dejar el suficiente espacio como para que en esa Historia cupieran todos los modelos intolerantes, incluidos los de cuello blanco. Se ha sostenido el principio de que no hay cambio histórico sin violencia, y un examen somero de la Historia da la razón al argumento. Pero no es menos cierto que las experiencias aportadas por el siglo XX de algo han de servir para acceder a una cultura de la tolerancia, fruto de la valoración de las flores y los frutos del mal de la intolerancia ventisecular. Como han de servir las experiencias que demuestran que cualquier nivel progresivo de justicia e igualdad se ha conseguido mediante terribles luchas sociales e individuales, en las que los propietarios del caballo, la casa y la pistola sólo han cedido parte de sus privilegios por la fuerza o por el poder disuasorio de la amenaza. El poder reaccionario ha cambiado violencia represiva por diálogo cuando no ha tenido más remedio que dialogar porque no estaba seguro de la victoria mediante la violencia. No es una propuesta de conducta, es una constatación. Otra más a sumar a la hora de encontrar la correcta metodología para que en el siglo ya casi XXI desaparezcan las causas que pudieron hacer necesarias las revoluciones del siglo XX.

No me queda otra cosa que recomendar la lectura de este libro, preferentemente a los leninistas acríticos. No tanto desde el deseo de que dejen de ser acríticos, sino desde la propuesta higiénica de que contrapongan lo que aquí se dice con su sabiduría convencional y con la, sin duda, abundante bibliografía sobre Lenin que todo leninista debe haber interiorizado, desde la hagiografía original debida a Trotski o los estudios ya clásicos sobre la ascensión del leninismo en la URSS (E. H. Carr, La revolución bolchevique o 1917; Edward Wilson, Hacia la estación de Finlandia; Isaac Deutcher, La revolución incompleta; John Reed, Diez días que estremecieron al mundo; o Pierre Broue, El Partido Bolchevique) para llegar a las aproximaciones más modernas y selectivas a lo que fue la revolución calificada como marxista leninista, bien sean los estudios de Geofferey Hosting o las obras concretas de Heather Hogan, Forging Revolution, Claudio Sergio Ingerflom, Le citoyen impossible: les racines russes du leninisme y de Jane Durbank, Inteligentsia and Revolution. Y tras la lectura del libro, la evidencia de que hay que potenciar la elaboración de una Historia global de la intolerancia hasta nuestros días, con el decidido empeño de que se abran todos los archivos y... "todas las secretas sinuosidades de la Historia muestren al mundo la gloria y el deshonor".


Prólogo de Lenin: una biografía, de Robert Service