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Polonesa sin ChopinMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEL PAÍS, Cataluña, 9 / 6 / 1996Por donde quiera que voy he de explicar el sentido del adjetivo polaco aplicado a cualquier ser humano que habla catalán por parte de cualquier otro ser humano que normalmente habla español. En el origen del adjetivo está la explicación de su uso, antes y ahora. En buena parte de España se desconocía y se desconoce cualquier hecho diferencial que pusiera en cuestión la Historia Sagrada de la unificación nacional. Para los muchachos de Cuenca o de Sevilla o de Badajoz o de Madrid que cumplían el servicio militar obligatorio y por primera vez en su vida oían hablar en catalán, gallego o vasco a otros muchachos de su edad, se planteaba la cuestión de revisar sus criterios sobre en qué nación-Estado vivían o bien de calificar despectivamente como polacos a los propietarios de aquella jerga extranjerizante. Han pasado tantas décadas que son ya siglos y la cuestión sigue planteada en parecidos términos. Hay demasiados españoles todavía convencidos de que el catalán es un perverso invento del señor Pujol, como el vasco lo es del señor Arzalluz, mientras toleran el gallego pasado por Fraga que es un gallego pasado una y otra vez por el castellano. La raíz del problema sigue instalada en el desconocimiento y la falsa conciencia de lo español vigente en la enseñanza primaria, la secundaria y la superior, así en el siglo XIX como ahora, al borde del siglo XXI. Tampoco los medios de comunicación de masas de difusión estatal han hecho nada para explicar la relación entre lengua y hecho diferencial, ni han planteado con una racionalidad puesta al día el sentido de un pacto de Estado que resitúe el sentido de lo español, al fin y al cabo una identidad administrativamente impuesta pero que podemos asumir, yo la asumo, desde razones subjetivas. Estoy de acuerdo en que llevamos a cuestas diferentes identidades y en que un tenista negro puede comportarse como un tenista pero también como un negro cuando se mira en el espejo de la sociedad blanca, la negritud le exige una militancia a la vez defensiva y afirmativa del derecho a la diferencia. Probablemente si soportáramos con lucidez todas las identidades detectables seríamos más tolerantes, porque nada hay tan peligroso como aquel ser humano que presume ser de una pieza que normalmente es de piedra, piedra berroqueña contra la que se estrella todo intento de modificación de tal materia. Los españoles que se sintieron agredidos porque dentro de su territorio, en el sentido zoológico de la expresión, algunos conciudadanos hablaban otras lenguas pueden servir como referente para comprender las dificultades de la integración y cohabitación de los factores diferenciales. ¿Acaso el problema de la Europa actual no radica en que los acuerdos económicos o políticos superestructurales no se corresponden con el nivel de complicidad unitaria de las masas? Y si las masas de los diferentes estados europeos no son decididamente europeistas es porque siguen instaladas en un complejo de excelencia nacional-zoológica avalada por un conocimiento convencional de su propia Historia. Y si la palabra polaco como rechazo es un síntoma grave de ignorancia y desconocimiento, más grave es que se haya utilizado en los últimos tiempos con objetivos de mero tacticismo político para quitar y poner poderes. Cuando se estaba fomentando la campaña del victimismo español contra la Polonia fenicia e insolidaria sólo, se pretendía debilitar el pacto político PSOE- CiU sin calcular adónde podían ir a parar los agravias entrecruzados entre las diferentes comunidades de España. Y si el peligro polaco dejó de serlo en la madrugada que separaba los días 3 y 4 de marzo, no sólo hay que reflexionar sobre el mal uso —lo hay bueno— del cinismo en política, sino sobre la peligrosidad social de algunos comportamientos elevadores de la temperatura del cerebro braguetario. ¿Cómo evitar en el futuro un replanteamiento de la visceralidad? El Gobienio actual dispone de aparatos ideologizadores sin precedentes, muy superiores en cantidad a los que tuvo el PSOE, y no debería temer ser acusado de dirigismo si dedicara un esfuerzo extra a educar a la ciudadanía sobre los hechos diferenciales que cohabitan en el Estado de las autonomías, pero no ofreciendo concesiones de información folclórica, sino planteando una revisión pública y publicista de todas las raíces que legitiman todas las diferencias, a partir de la desaparición del concepto de una Historia hegemónica al servicio de una pretendida unidad de destino en lo universal. |