M.V.M.

Creado el
17/2/99.


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Un autorretrato moral y psicológico

LLUÍS BASSETS

El País, Babelia, 15 / 6 / 1996.


Un polaco
La portada.
Decir que Un polaco en la corte del Rey Juan Carlos es un libro de entrevistas es una enorme inexactitud. Es cierto que su autor las realizó a decenas en Madrid durante varios meses de 1995, publicó jugosos fragmentos de sus conversaciones en las páginas de EL PAÍS y recoge ahora en su libro una treintena de sus variados diálogos en la capital de España. Pero más allá de una de las lecturas posibles de este libro, como es la de cada una de las entrevistas por separado, el Polaco es una ingeniosa obra de creación literaria, en la que Manuel Vázquez Montalbán utiliza toda su amplísima gama de recursos para enganchar al lector y no soltarlo hasta el punto final, como en las buenas novelas.
    De entrada, tiene una pegada excelente en su título parafrástico de Mark Twain, con la obligada referencia lexicográfica al significado de polaco, redimido para siempre de su calidad de insulto xenófobo. Como muchos otros descalificativos, gracias a Vázquez Montalbán será posible a partir de ahora empezar a reivindicar la etiqueta e idear un orgullo polaco o un polaco power. Un buen libro debe tener un buen título y una excelente primera frase, y el Polaco los tiene. "He de ir a Madrid para ver al Rey", se dice a sí mismo sólo arrancar.
La frase regresa como un ritornello en muchos momentos de la peripecia, para recordar el motivo final del libro que no es otro que consultar con el oráculo fínal del poder simbólico máximo, con el objetivo de dar solución a un enigma.
    La oposición al franquismo, sobre todo la izquierdista y juvenil, se preguntaba siempre por el misterio del poder y consultaba arduos tratados de metafísica marxista para averiguar dónde estaba el comité central de la oligarquía financiera y terrateniente y cómo impartía las órdenes a los ministros del general Franco. Treinta anos más tarde, lo que queda de todo aquello y de su conciencia crítica, el polaco, se hace una pregunta mucho más sencilla aunque en el fondo mucho más dramática e importante: ¿Cómo es posible que gentes de izquierda democrática prestaran su apoyo a checas? y junto a ella cuestiona y se interroga sobre los secretos y razones de Estado y sobre la resonsabilidad, política como mínimo, de Felipe González en el terrorismo practicado desde los cuerpos de seguridad.

    Para hallar una respuesta, MVM emprende una búsqueda, una auténtica quête, en la que hay un objetivo literario, de ficción, que es el encuentro con el Rey, y un objetivo periodístico, que es la formulación dura y directa de las preguntas endiabladas al propio Felipe González. El polaco pide —pidió— la entrevista con Aznar, pero el actual presidente se queda en los limbos de la búsqueda —no quiso dar la entrevista— y limita sus apariciones a recurrentes citas de su poema preferido, un clásico literario para adolescentes como If de Kipling.
    El encuentro con el Rey apenas tiene lugar —sin grabación como la de Baltasar Garzón— y cuenta con un largo prolegómeno-monólogo del concejal comunista madrileño López Rey, que invitó y acompañó a Juan Carlos en una celebre visita al Madrid de la pobreza y de la marginación. MVM dibuja así, en la cima de este libro con ritmo de viaje iniciático, un poder simbólico y humano, al que bautiza con el nombre de Juan Carlos Igualdad, con la sana intención de apoderárselo y llevárselo con los suyos: "¿Seré yo un rojo que tiene al alma monárquica y he ensoñado un rey populista?", se pregunta.
    Contrasta con el señor de los bonsáis, el que a la sazón contaba con el poder de verdad. Se diría que todos son personajes de ficción, de una ficción trepidante creada por MVM, pero lo que dice González en su entrevista proporciona una información muy valiosa para todos los ciudadanos, no sólo al literario polaco sobre su enigma. Son citas literales de lectura un tanto estremecedora, como mínimo para un polaco lleno de conciencia crítica: "¿Es fácil acostumbrarse a eso [a las escuchas telefónicas ilegales por parte del Estado]? No es fácil, no es fácil. Pero si estás dentro del aparato y conoces alguno de los resultados de estas operaciones, pues naturalmente, por responsabilidad aceptas que eso era así. Y los países que no tienen razón de Estado son países que van al desastre. Esa guerra sucia siempre tiene dos características: o bien el impulso desde el poder, la lucha contra la OAS en Francia, o bien, digamos, que el poder se inhiba frente a ese fenómeno, entre otras cosas porque no tiene capacidad para decidir que las fuerzas de orden público, que están siendo asesinadas por los terroristas, vuelvan la espalda a ese fenómeno para seguir siendo asesinadas y en cambio persigan a los contraterroristas que no van contra ellos. Tú tienes la capacidad para decidirlo. La reflexión con Mitterrand en diciembre del 83 fue en este sentido espectacular. Nunca la he contado y todavía me resisto a contarla".
    El polaco es, como mínimo, un recurso literario de MVM para llegar como enviado especial de sí mismo a La Moncloa hasta obtener esta información de primera mano de la boca de Felipe González. Pero es también algo más. Como antagonista, MVM recurre a una figura femenina, Esperanza, una vieja amistad de los tiempos de la militancia anti-franquista, perfectamente adherida ahora al felipismo. Aunque el autor ha declarado que el lector es libre de sacar sus propias conclusiones, el polaco y su amiga Esperanza las sacan por su cuenta ya al concluir el viaje: "Yo nunca más telefonearé a Esperanza, ni la saludaré cuando la vea. Me jode que por culpa de los GAL, esa checa democrática, Esperanza me haya agredido con algo tan tierno como un cuplé y haya roto el imaginario de los mejores años de nuestra vida".
    Aunque ahí hay también un monumental calidoscopio del Madrid que se preparaba para el cambio de Gobierno y un variado retrato de grupo en el que están buena parte de los personajes de la tragedia del poder, se puede ver al igual que en Las meninas al propio artista cómo pinta su autorretrato moral e ideológico, cosa que a fin de cuentas es tanto o más interesante que el resto de la obra. A MVM le sirve una vez más para confirmarse como el descomunal escritor realista que es —periodista perspicaz ante lo que sucede y creador eficaz en la seducción del relato y de la escritura—, pero también para decir muy alto y muy fuerte adiós a una cierta izquierda —la que hace homenajes a Barrionuevo y cierra filas con Rafael Vera y con Corcuera— con la que nunca más podrá compartir historias sentimentales.


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